El soltero maduro

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La rima hace que algunas ideas y creencias se arraiguen con mayor fuerza en el imaginario colectivo, y ayudan además a sintetizar el pensamiento popular.
Como sería engorroso detallar por qué conservamos desde hace 30 años ese horrendo suéter de César Costa regalo de la tía Guillermina -la mayor admiradora del intérprete de "Mi Pueblo"-, y de vez en cuando tenemos la osadía de usarlo, no sólo en la intimidad del ámbito doméstico sino incluso como atuendo de ocasión, tan sólo aducimos: "Ande yo caliente, que chin. a su mother la gente".
Así mismo, también nos ahorramos una disertación completa sobre la inexorabilidad del amor y la muerte recitando simplemente "matrimonio y mortaja, del cielo bajan".
Hay otro refrán, malintencionado éste, que ya comienza a marcar mi reputación y es ese que reza "soltero maduro, maricón seguro".
(NOTA: Si he parafraseado esa máxima de la muy cuestionable "sabiduría" popular empleando el peyorativo término "maricón", es precisamente porque me interesa exponer la ignorancia implícita en un postulado tan difundido, jamás con el ánimo de agraviar a homosexuales o solterones).
Ya desde que me perfilaba para ser el último de mi generación en hacer vida marital, llegaron hasta mí algunos rumores divertidos sobre mi vocación amatoria.
Pero para desdicha de muchos y fortuna de cuantas se pueda, soy tediosamente heterosexual. Si no me he casado es porque las nupcias, como todo aquello que se "contrae", es una enfermedad, en el peor de los casos degenerativa.
Ha contribuido también a conformar la oscura leyenda de un Enrique Abasolo de closet el hecho de que con frecuencia me pronuncio a favor de los derechos de las personas homosexuales que son, en principio de cuentas, los mismos que en teoría todos gozamos.
Quizás no sea del todo ocioso señalar que la pugna de la comunidad homosexual se da en dos sentidos: uno, el más apremiante, tendiente a erradicar la discriminación, el odio y la intolerancia de que es objeto.
El otro sería la conformación de un marco legal cortado a la medida de sus necesidades.
No creo exagerado afirmar que los ciudadanos homosexuales buscan, no sólo acceder a los mismos derechos estipulados para todos, sino a leyes especiales que respondan a los intereses concretos de un grupo específico.
Por citar un ejemplo. Homosexuales y "heteros" tenemos, desde siempre y por igual, consagrado el mismo derecho a contraer matrimonio con alguien del sexo opuesto.
Pero por supuesto, el interés de las parejas gay o lésbicas era gozar en sus propios términos los beneficios de la institución matrimonial, y para ello era necesario modificar la ley o en otros casos tan sólo ampliar el sentido de su interpretación y todos tan contentos.
Era sin embargo más que previsible que el paso lógico y subsecuente de este modelo de núcleo familiar, ahora reconocido por la ley pero por sí mismo biológicamente impedido para la procreación, fuera la adopción.
Quizás en otro tiempo me habría manifestado a favor del reconocimiento legal de las uniones entre ciudadanos y ciudadanas del mismo sexo, pero en contra de la idea de que estas parejas pudiesen adoptar.
No obstante reconozco inútil mi antigua reticencia.
El siempre juicioso colaborador de estas mismas páginas, Carlos Manuel Valdés, nos ofreció una poderosísima razón para ir restándole objeciones a la adopción por parte de parejas del mismo sexo.
Es sencillo: el número de niños en orfandad y por ende en riesgo de no tener una sola oportunidad de bien encausar sus existencias, es altísimo. Nadie, nadie puede sostener que es un mal tener dos papás o dos mamás frente a la perspectiva de crecer en la calle o bajo la tutela del Estado.
¿Más argumentos? Ser una pareja heterosexual es garantía de. ¡absolutamente nada! No ofrece mayores certidumbres para el desarrollo de un menor, por lo que cada caso de adopción debería ser analizado por el juez competente con la misma escrupulosidad.
Otro: sería ridículo coartar la posibilidad de formar un hogar con niños a una pareja gay desde las restricciones para la adopción, como si no pudieran en todo caso buscar para ayuda voluntaria o pagada para procrear por fuera de su relación y criar así a un producto legítimamente suyo, con la desventaja de que un niño sin hogar perdería la oportunidad de encontrar una familia. Sí, una familia, le pese a quien le pese este título, estaríamos hablando de familias, muchas quizás más funcionales que el modelo tradicionalmente reconocido.
El tema no se agotaría ni en diez años de entregas, así que llevémonoslo con calma, según vayan suscitándose los hechos que, con nuestra anuencia o sin ella, habrán de configurar el rostro de nuestra sociedad en el futuro no muy distante.
Este soltero maduro recibe el favor de su correspondencia en:
petatiux@hotmail.com