Caradura

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La irresponsabilidad de un cargo público se mide por la densidad de falta de respeto con el ciudadano al que sirve.
Juan Cruz, ciudadano.
Hago mi mandado en el súper generalmente por la tarde noche, y en el trajín de ir escogiendo la fruta y las verduras -porque generalmente es en esa área donde sucede- tengo el gusto de saludarme con los saltillenses que andan en las mismas danzas. Las conversaciones que ahí tienen lugar son valiosísimas para mí, porque orientan y ordenan mis ideas con la claridad de la óptica ciudadana, que nunca debiéramos dejar de tomar en consideración quienes nos dedicamos al ejercicio de esta magnifica disciplina, que es la política.
De sobra es sabido que el oficio en cita no les merece a los mexicanos la mejor opinión, y es de esperarse el repudio, porque como se abona para que no cambien de parecer. Pero al punto, la otra tarde noche se me acercó un señor de canas y gafas caladas a la nariz, con una sonrisota de oreja a oreja, "Oiga, me dijo, usted es la diputada ¿verdad?" Pues sí, y también sonreí y agregué un "mucho gusto".
"Señora, - prosiguió - en la política abundan los cínicos, se dan como en maceta, ¿está usted de acuerdo conmigo?" La respuesta me salió del alma: Absolutamente. - "Y son muy fáciles de detectar - agregó -, basta comparar sus declaraciones públicas con su vida privada, ahí les sale lo que son, cínicos redomados."
Hago mi mejor esfuerzo para no dar opiniones que carezcan de objetividad; procuro y eso ha sido mi gloria y mi infierno, ser sincera en lo que digo. La crónica política da cuenta puntual de que quienes enarbolan las banderas de que "yo soy el salvador de la patria, el defensor de los que menos tienen, el implacable luchador social para que la inseguridad que nos flagela se acabe y el que se compromete a abaratar el alto costo de la vida de sus conciudadanos", son los que han contribuido a que la gente tenga la peor opinión de los políticos.
Forman el sindicato de los politiqueros de siempre, es decir, de los que no tienen otro modus vivendi más que el de amamantarse de las ubres públicas, son los que han vivido de la política, pero poco o nada les han devuelto a quienes les ha financiado su larga y venturosa estancia.
Es paradójico que se pretenda evolucionar hacia una cultura de participación en los asuntos públicos, pero lo que se muestra del hacer gubernamental no resulta nada atractivo, no hay más que de lo mismo: la pontificación de la demagogia sumada a las mentiras y a la incapacidad manifiesta de gobernar. El cinismo político conlleva también la exaltación indiscriminada de la deshonestidad, de las prácticas en lo oscurito, de la doble moral, de la arrogancia y de la pendencia. A su vera crecen los círculos clientelares, el nepotismo, el tráfico de influencias, el amiguismo, entre otras "perlas".
La acción política de un gobierno con semejantes ingredientes se corroe, aunque el cínico no lo reconozca y el resultado es nefasto cuando se le suma la corrupción, porque entonces se afecta el alma misma de la sociedad, aunque ésta se coloque tras el biombo insulso de la indiferencia, fingiendo que no le atañe.
- "Pero aquí no tenemos de esos ¿verdad señora?" Ya no le contesté porque llegó su esposa, que se lo llevó rapidito porque su hija ya los estaba esperando en la caja.
El 18 de enero de este 2010 dirigí al gobernador Moreira un escrito en el que le solicité respetuosamente, en mi carácter de diputada, que me explicara tres incógnitas: ¿Porque les llamó braguetas persignadas a los panistas? ¿Por qué usa palabras altisonantes que no le van a su investidura? Y la más importante ¿Por qué no informa al Poder Legislativo de la entidad que gobierna, lo relativo al desvío millonario- que él mismo señaló públicamente - del programa asistencial "Monedero de la gente"? No he tenido respuesta.