Diario de un nihilista

Opinión
/ 2 octubre 2015

Grandes nihilistas. Esa temprana desafección de Albert Pike al ejército de los Estados Confederados del Sur le valió ser perdonado por la vía fast track en Washington, en 1865, una vez que triunfaron las fuerzas unionistas. Su disparatada vida, su chamagoso traje de pionero urbano parecieron caer en un pozo de paz. Fue entonces, en la relativa tranquilidad de su vejez, una vez instalado como abogado y periodista en la capital de Estados Unidos, cuando se hizo pública la parte medular de su personalidad. En 1871 dio a la imprenta un libro titulado "Ética y dogmas del Antiguo y Aceptado Rito Escocés de la Francmasonería", organización secreta de la que fungía entonces como Soberano Gran Comendador de la Jurisdicción Sur, con el grado 33 de la Orden, jerarquia que los críticos católicos consideran demoníaca, luciferina.

En sus comentarios al grado 30, Albert Spike dejó caer un secreto que recorrió el mundo como reguero de pólvora: que la masonería había organizado y echado a andar la Revolución Francesa, ochenta años antes, el 4 de julio de 1789. Al hacerlo, trazó en el aire asimismo una sardónica propuesta: que la pérdida de la mitad del territorio de México pudiera haber sido fruto de un acuerdo secreto entre los masones mexicanos del rito Escocés y sus correspondientes de la Unión Americana. El libro se convirtió en un punto de referencia mundial para el estudio, entonces incipiente, de las sociedades secretas, así como en la piedra de toque de lo que, desde la segunda década del siglo 20, comenzó a denominarse teorías conspiratorias. La participación de la masonería en sus dos ritos, el Escocés y el Yorkino, fue secreto a voces durante los primeros lustros del México independiente. De he hecho, esa antinomia fue una de las primeras que desgarraron la vida nacional. Ambas facciones eran republicanas, y rechazaban de plano los distintos proyectos monárquicos que se habían fraguado hasta entonces, y que continuarían formulándose hasta la época del Segundo Imperio. El proyecto de sabotaje internacional que habían construido los masones francos o libres, inspirados por la secta de los Iluminados de Baviera, contenía entre sus grandes lineamientos la destrucción de los tronos y la decapitación de las cabezas reales en todo el mundo. Así pues, la decidida tradición antimonárquica de las clases políticas de México y de los Estados Unidos muestra positivamente esta raíz masónica: Benjamín Franklin y Thomas Jefferson habían sido iniciados en los ritos, lo mismo que Vicente Guerrero y Benito Juárez.

Durante su estancia en Saltillo, Albert Pike pudo participar en más de una reunión secreta con masones saraperos. Su polvorienta casaca de abogado itinerante, que parecía estar huyendo eternamente de algo bajo el pretexto de buscar aventuras, debió cruzarse en alguno de nuestros callejones con la guaripa del "Rey Dormido", ese espantajo surrealista que escribía la ley con la punta de su cuchillo en las tinieblas de la ciudad ocupada. 150 años después, recordamos su nombre y sus correrías, que no han caído del todo en el olvido.

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