Ataduras mentales

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Doña Amalia Caballero de Castillo Ledón fue una gran mujer. Nacida en Jiménez, pequeño lugar tamaulipeco, llegó a ser representante de México en la ONU, y embajadora de nuestro país en Suiza. Escritora, maestra, diplomática, recibió innumerables condecoraciones. Y decía con tristeza el alcalde de su solar nativo: "¡Qué ingratos somos los jimenenses! En todo el mundo le dan a doña Amalia diplomas, medallas y preseas, ¡y nosotros aquí en Jiménez no le hemos hecho ni una carne asada!". Los mexicanos, en efecto, somos tardos en reconocer el mérito de nuestros connacionales.
Por eso me complació la encuesta según la cual la mayoría de los entrevistados vieron con buenos ojos que Carlos Slim, un mexicano, haya sido designado por la revista Forbes el hombre más rico del planeta. Sobrará quienes contrasten ese dato con la pobreza que en México se ve. Otros dirán que la riqueza del magnate se debe a alianzas con los detentadores del poder, de quienes habría recibido privilegios en los cuales tuvo origen su fortuna.
Quizá tengan algo de razón. Sin embargo en otros países ha demostrado también Carlos Slim ser hombre de negocios de habilidad excepcional. A eso añade otras cualidades, como son el apego a su familia, la sencillez con que vive y se comporta, y un sentido de responsabilidad social que lo ha llevado a apoyar obras valiosas en bien de la comunidad.
Pero sucede que en un país de tradición católica como es el nuestro la riqueza se considera abominable -"el dinero es el estiércol del diablo"-, mientras en la visión protestante el bienestar económico es premio que da Dios a quien trabaja y lleva vida sobria. En otras partes el hombre de fortuna recibe admiración; aquí es mirado con rencorosa envidia. Habría que ver hasta qué punto ese catolicismo que acompañó a la Conquista, y que ha predicado siempre al pueblo la resignación y la esperanza en un reino ultraterreno, tiene parte de culpa en la pobreza de los mexicanos.
El hecho de que muchos hayan considerado cosa buena que un mexicano sea dueño de la mayor fortuna del mundo es buen indicio de que nos vamos librando de ataduras mentales, y que, siquiera sea paulatinamente, estamos ingresando en el mundo de la modernidad...
Esa modernidad tiene excepción en los cuentos que ahora siguen, el más moderno de los cuales data de 1832... Lord Pansy dijo en la recámara: "Quítate el vestido". Siguió luego: "Quítate las medias". Prosiguió: "Quítate el brassiére". "Continuó: "Quítate la pantaleta". Y remató: "Y si te sorprendo otra vez usando mi ropa, James, vas a dejar de ser mi mayordomo"... El paciente era un hombre muy necio. Por cualquier cosa reprendía a su enfermera; la maltrataba con palabras duras. Un día ella le dijo: "Necesito tomarle la temperatura. Voy a ponerle un termómetro rectal". De mala gana el hombre se puso en decúbito prono, es decir boca abajo, y la enfermera procedió. "Quédese como está -le dice al tipo-. Regresaré en seguida". Salióla muchacha, y poco después entraron en el cuarto los médicos y la esposa del sujeto. Al verlo, todos rompieron a reír. "¿Qué? -pregunta él con enojo-. ¿Nunca han visto que a un hombre le tomen la temperatura?". "Sí -responde uno de los doctores-. Pero no con un clavel"...
El señor se compró un paquetito de condones. Le dijo a su mujer: "Son de la marca `Olímpicos'". Quiso saber ella: "¿Por qué se llaman así?". Explicó el señor: "Porque vienen en tres tonos: oro, plata y bronce". Volvió a preguntar ella: "¿Cuál te pondrás hoy en la noche?". Dice el señor: "El oro". Le pide ella: "¿Por qué no usas el plata? Será bueno que al menos una vez termines en segundo lugar". (No le entendí)... FIN.