¿El Congreso.? ¡Un Lupanar!

Opinión
/ 2 octubre 2015

¿Por qué.? En los lupanares las meretrices se encuentran al alcance del mejor postor. Cuenta la capacidad de compra del adquirente del servicio sin pudor ni recato alguno. Los caprichos se pagan caros. Todo está a la venta, desde lo que pudiera ser un ostentoso recinto-en este caso no precisamente el legislativo- hasta las idílicas inquilinas, para ya ni hablar de los vinos y licores de importación. Todo gira en torno a un principio irrefutable: el dinero. Sin embargo, aun cuando parezca una paradoja, en el seno de estas residencias reconciliadoras con el bien común, en cuyo interior se practica una de las profesiones más antiguas del mundo, existe orden, un orden impuesto por una madam, la ama de la mancebía, la misma que controla el desarrollo civilizado y respetuoso del negocio. Su poder lo ejerce, por lo general, con una voz dulce, apenas audible y hasta tierna, sin aspavientos ni gritos. Basta un guiño para que los acontecimientos se den de acuerdo a sus deseos, de la misma manera en que es suficiente una señal lanzada delicadamente con su dedo índice para lanzar a la vía pública a los indeseables. De modo que sus decretos mudos se ejecutan con gran armonía, disciplina y paz. El orden se da hasta en el interior del lupanar.

En el Congreso de la Unión que no es congreso, porque si bien es cierto que, según la academia, es una reunión generalmente periódica de varias personas para deliberar y tratar sobre alguna materia o algún asunto previamente establecido, también lo es que dichos asuntos establecidos, como la reforma del Estado, la fiscal, le energética, la de seguridad pública, la del trabajo, no se desahogan porque dicho recinto no pasa de ser una carpa de circo, en donde los diputados o payasos se representan a sí mismos. Simultáneamente no es de la Unión porque los legisladores acatan las instrucciones de los jerifaltes que presiden sus consejos nacionales desentendiéndose de los intereses de la nación que reclama en todos los foros los cambios que, con arreglos a miles de pretextos, finalmente nunca se dan. ¿Cuál Unión.?
Mientras que los pleitos entre casquivanas se solucionan con una señal que puede llegar a ser imperceptible, las diferencias entre legisladores, por definición unos traidores a quienes le deben la tenencia de su curul y el disfrute de su dieta, pueden descender a niveles inimaginables en los prostíbulos pueblerinos.

En el poder legislativo nadie respeta a nadie. Las ansiadas reformas no se dan. No hay líneas eficientes de mando. El país se nos deshace en las manos. Cuando se paraliza el poder legislativo, se paraliza la economía, se dispara el crimen, se descompone la sociedad, adviene el caos, los rufianes lucran con el desorden imperante, se impulsa la involución con todas su consecuencias, se empiezan a resolver las diferencias con las manos, tal y como acontecía en el paleolítico tardío, cunde la incertidumbre, se detiene la generación de empleos, los ancestrales peces gordos siguen haciendo de las suyas, la impunidad se impone, el peculado llega a niveles aberrantes, la corrupción absorbe las más caras energías de la nación, el narcotráfico encuentra su caldo ideal de cultivo, asesinan  a periodistas, secuestran a personas, se desarrolla exitosamente la industria del despojo, las bandas de maleantes proliferan a lo largo y ancho del país, el sistema nacional de pagos continúa temerariamente en manos de extranjeros, la evasión fiscal se convierte en deporte nacional, la economía informal destroza a la sociedad, vamos cayendo gradualmente en manos del populismo, un episodio de la historia que nadie quisiera volver a vivir; el ejército, una institución honorable, se desgasta en la calles en actividades ajenas a aquellas que justifican su existencia institucional; el turismo, una industria que podría reportar ingresos cuatro veces superiores a la exportación de crudo, se desvanece en una apatía aberrante; huyen las maquiladoras sin que nadie intente retenerlas ofreciéndoles incentivos; importamos gas y gasolina cuando somos productores de gas y gasolina, mientras en el seno del congreso gritan hasta desgañitarse: ¡Viva la muerte.! 10 líderes sindicales venales impiden el progreso de México. La policía capitalina es más temida que los propios delincuentes. Los rateros, disfrazados de autoridad, esquilman a la población; de noche asaltan y secuestran. El electorado continua sufragando con sus impuestos el gasto público mientras el Gobierno no protege la vida ni las posesiones de los gobernados. ¡Ah, casquivanas.!

Y mientras el país se nos deshace entre las manos, los perínclitos legisladores no sólo ignoran sus obligaciones como representantes populares, sino que se lanzan entre sí epítetos mal sonantes, se toman de las greñas, ruedan por el piso entre gritos callejeros, se arañan, se amenazan, lloriquean, salivan, escupen, se lamentan, se insultan, se patean en condiciones que no se dan ni entre las alegres chicas de la vida galante. Efectivamente estamos frente a un circo, sólo que es un circo al que la nación no quiere asistir. En los lupanares por lo menos impera el respeto.

 

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