Era una vez un puerto.

Opinión
/ 2 octubre 2015

Ya hacía algún tiempo que no volvía a mi tierra natal, de modo que aprovechamos estos días de la Semana Mayor para visitar este espacio de sol y mar que se encuentra en la franja de la costa sureña en la que alguna vez viví. Cada vez que estoy aquí voy redescubriendo cosas distintas, guardadas en la memoria de mis años niños y juveniles, porque fue en ese trayecto en el que acontecieron.

No es la mejor época del año para estar en Acapulco, porque está colmado de personas, de autos, de ruido ensordecedor. Las calles del Acapulco viejo jamás fueron ni siquiera pensadas para el alaud humano que significan los turistas, de modo que transitarlas es un caos. La Costera, tampoco es el edén, día y noche la recorren miles de automóviles y peatones. Las playas están a reventar, los hoteles a su máxima capacidad, y es que Acapulco tiene para todos los bolsillos y gustos, un abanico de propuestas.

En semana santa, como en la canción de Serrat, se reúnen todas las clases sociales, los distingos no pintan raya alguna en el desfile multicolor que abraza cada rincón del puerto. Es cierto que los tradicionales prefieren el Acapulco del Mirador (un hotel) y la Quebrada, del zócalo y su catedral de la Virgen de la Soledad y el paseo del malecón, desde donde se mira el arribo de los grandes cruceros que visitan la Perla del Pacífico, otrora punto de arribo del Galeón de Manila y vínculo marítimo desde el que fluían la riqueza de oriente y de Sudamérica para la España que despilfarraba la riqueza arrancada a sus prósperas colonias de la América.

Hacia el Acapulco de la hoy llamada Punta Diamante, más allá del Revolcadero, la playa del fin del mundo en mis recuerdos niños, hoy crece un sofisticado destino turístico, el que el que el legendario y renovado Pierre Marqués se ha vuelto símbolo de exclusividad para los nuevos paseantes -aunque del otro lado de la avenida, respiran colonias con el colorido y el desparpajo de lo castizo y popular- que recorren también el centro comercial de Luis Miguel, La Isla, en el que abundan las boutiques de ropa y accesorios de marca internacional y los restaurantes para todos los paladares,
caros y carísimos.

Bien poco queda, por no decir que nada, del Acapulco que yo llevo guardadito en mi corazón y en mi cabeza. Mi infancia no supo de aglomeraciones, las calles del centro eran enteramente de sus habitantes, desde la azotea de mi casa yo podía mirar el mar azul a lontananza y los cerros que abarcaban mis ojos desde el balcón colmado de macetas en las que el verde de los helechos y el amarillo intenso de las copas de oro contrastaban con el rojo de las rosas purpura y la nívea blancura de las gardenias que mi madre cuidaba con esmero, presentaban unas cuantas casitas, y hoy parece que van a hasta caerse de tantas viviendas que los pueblan.

Ya no existe el mercado en el que religiosamente mi madre tenía que comprarme un esquimo -hielo molido con un poquito de leche evaporada,mucha azúcar y un chorro generoso de vainilla de la de verdad- cada vez que la acompañaba a la compra, compra que se hacía con la fabulosa cantidad de cinco pesos, y en la canasta no faltaba nada. En la mesa que servía Rosario siempre estuvieron presentes su cocina deliciosa y su magnífica administración.

Tampoco está el Salón Rojo, así se llamaba el cine ubicado en pleno zócalo porteño, y favorito de mi madre y mío también. Las matinés de los domingos y las funciones de los sábados -tres películas al hilo- contaban invariablemente entre su nutrido público con estas dos fieles espectadoras. En Semana Santa, quedaban borrados los cines y los paseos. Eran los días enteros para Dios, decía mi madre. Yo no entendía entonces, hoy sé el significado.

Hoy se que su ausencia decretada por la misma criatura que Él hizo a su imagen y semejanza, está haciendo del mundo un sitio en el que la desolación del espíritu crece y se agiganta. Bendita sea mi madre que me enseñó a tener fe hasta en mis horas más sombrías.

Que la esperanza de la resurrección del Hijo de Dios traiga paz para su corazón y alegría para su vida.

TEMAS

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM