Homero, la lluvia y la oscuridad
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Para Paco Niebla y Marlén Carrillo
"El azul se hunde en la montaña / como en una mujer abierta".
Homero Aridjis
Homero Aridjis vino a presentar "Los Invisibles", novela publicada en la editorial del Fondo de Cultura Económica. Entró al salón acompañado de su esposa, y antes de dar lectura a un fragmento de su ágil prosa, le ganó el cariño por el verso; así que su voz dio forma a varios poemas que también le editó el Fondo de Cultura Económica en su ya famosa serie de antologías.
La lluvia también se hizo sentir, en el salón se escuchaba el eco de los multitudinarios codos líquidos golpeando el techo; el poeta levantó la cabeza como mirando un cielo negro y dijo que él habría de darse prisa para leer, pues la lluvia no tardaría en hacer saber sus consecuencias. Así, su voz y un sordo ruido de agua y hielo sobre el techo, dieron inicio.
Homero Aridjis es un poeta que cree en la naturaleza más allá de considerarla un apoyo o motivo de inspiración literario para la explosión de versos, es un poeta que ha estado al frente de esfuerzos de conservación ambiental dentro y fuera de México, y que preside el famoso Grupo de los Cien.
Así, entre otros poemas, leyó "Moctezuma y los tamemes" -esos cargadores entrenados desde la infancia para transportar mercancías, pues no había caballos-. En sus versos habla del emperador azteca que vio la llegada de los europeos, y al final dice: "El día en que Moctezuma supo en la Casa de lo Negro / que su ruina venía a caballo / con los atavíos de un dios, / que se había perdido en el poniente, / los tamemes no vieron nada / en su día negro, / sólo cambiaron de dueño / en la historia de México." Éste es un poema necesario ahora que estamos festejando un bicentenario que habla de la independencia de México.
Y para concluir la primera parte, leyó "Credo": "No creo en el presidente de la república / ni en el empresario que explota los girasoles. / Mis dioses no tienen poder político / ni económico, ni son estrellas de los medios; / son inútiles, improductivos y efímeros. / Creo en la virgen de Guadalupe, / a sabiendas de que no existe". Concluyó su lectura diciendo que tenía que cortar allí mismo, o se la pasaría leyendo poemas toda la noche.
Así, Homero dejó que "Los Invisibles" aparecieran. Su voz entró con el ritmo de un río que aparece primero en estaciones plácidas y luego se precipita con velocidad al acercarse a una cascada. Su prosa veloz y fotográfica nos transportó hacia un sórdido barrio francés, a una escena complicada para el personaje central que al final se encontraba huyendo del marido de su amante, perseguido por unos trillizos infernales. En esa emoción estábamos cuando se apagó la luz del recinto y quedamos a oscuras. Se escuchó un suspiro colectivo. Homero interrumpió la lectura. Algunos celulares iluminaron el lugar del escritor para darte salida. Con esa escasa luminosidad, algunos acudieron a tomarse fotografías con él. Luego todos avanzamos hacia la luz del vestíbulo del Museo del Desierto, donde por fortuna la luz nunca dejó de fluir. Y en una intimidad inesperada, algunos lectores de Homero, tuvieron la oportunidad de sentarse con él, platicar y conversar cosas que se quedaron fuera del registro de la prensa.
Homero Aridjis salió, tuvo que esperar para que la lluvia descendiera. No es curioso, viniendo de él, saber que estaba contento por la presencia de la lluvia. Me dijo que para él era algo parecido a una bendición.
Nos fuimos con la bendición de una lluvia que había dejado ríos anchos en las calles. Mi auto quedó varado junto a otros, como hormigas ahogadas y nuestros pies se mojaron durante las dos horas siguientes. Todo lo que ocurrió en ese lapso, con el agua que dejaban caer sobre nosotros los camiones y los autos, fue tan literario -como dijo Tryno Maldonado- que resulta inverosímil. Nada de esto importó, reíamos, contábamos fragmentos de nuestras vidas invisibles, de Oaxaca y los tutores vampiros. Yo estaba contenta: salvé de la lluvia la antología que Homero Aridjis me había regalado. Y esperamos nuestro rescate.
claudiadesierto@gmail.com