San Esteban: El mártir guapo
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Era él un hombre muy vehemente; su fe parecía llama viva. Cuando predicaba lo poseía un ímpetu que lo llevaba a decir cosas de escándalo
Por estos días –el 26 de diciembre– la Iglesia Católica celebra a San Esteban, a quien da el título de Protomártir, o sea primer mártir. Para Saltillo es importante San Esteban, igual que lo es Santiago. Si éste fue el santo patrono de la villa fundada por los españoles, los tlaxcaltecas que establecieron el pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala se acogieron al patrocinio de aquel inicial mártir cristiano. Los recios contrafuertes en forma de pilastras, en los cuales se apoya el templo de ese nombre, por la calle de Ocampo, en el Paseo Capital que hizo Chema Fraustro, son los restos arquitectónicos más antiguos de nuestra ciudad.
Es muy probable que San Esteban haya sido griego. Cinco años después de la muerte de Jesús los apóstoles se aplicaron a cumplir el mandato recibido del Maestro: ir a predicar a todas las naciones. Así, nombraron a siete diáconos cuya función sería permanecer en las poblaciones para impartir el sacramento de la eucaristía y administrar los bienes de la comunidad. Al frente de esos diáconos pusieron a San Esteban.
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Era él un hombre muy vehemente; su fe parecía llama viva. Cuando predicaba lo poseía un ímpetu que lo llevaba a decir cosas de escándalo. En cierta ocasión afirmó que Cristo era superior a Moisés. Eso, para los judíos, fue sacrílego anatema.
Anás, el viejo fariseo, movió causa en su contra, igual que antes lo hizo contra Cristo. Lo juzgó el Sanedrín –es decir, los propios judíos–, pues por ese tiempo Roma no tenía procurador en Palestina: Poncio Pilatos, juzgador de Jesús, había sido removido de su cargo por Tiberio. Este caduco emperador se hallaba en su refugio de Capri. Estaba muy enfermo, el rostro carcomido por úlceras cancerosas que inútilmente los médicos intentaban curar con emplastos de sustancias asquerosas. Hasta allá le llegaron a Tiberio las noticias de las crueldades y corrupción de Poncio, y ordenó su destitución. Así, Esteban fue juzgado por sus mayores enemigos: los fariseos.
Ante sus acusadores se defendió con serenidad. “Era joven y hermoso”, dice un testigo que escuchó sus alegatos. Habló con respeto de la antigua ley mosaica, pero afirmó que había llegado una nueva ley, la del amor. Y el amor que predicó Jesús, manifestó, es ley suprema que está por encima de todas las demás.
–¡Blasfemia! –clamó Anás.
Con ese grito los jueces ya no deliberaron. Condenaron a Esteban a morir. Entre quienes asistieron al proceso estaba Saulo de Tarso, el futuro San Pablo. Por la narración que hizo a San Lucas conocemos los detalles del proceso.
Esteban fue llevado a las afueras de la ciudad, y ahí la muchedumbre lo apedreó hasta matarlo. Saulo contaría después, con arrepentimiento: “Yo no lancé ninguna piedra, pero cuidé los mantos de quienes lo apedrearon”.
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He aquí las últimas palabras del protomártir:
–Señor: no anotes esto entre los pecados de quienes me dan la muerte.
Así ciñó San Esteban la corona del martirio. Y bien le va su nombre, pues el nombre “Esteban” viene del griego Stéphanos, que significa corona o guirnalda. Tal nombre ha dado origen a una profusa nomenclatura: de ahí vienen el castellano Estévez, el italiano Di Stéfano, el inglés Stevenson y el francés Etienne.
Bien se puede decir que San Esteban es el otro patrono de Saltillo, junto con Santiago Apóstol. Recordarlo en diciembre es evocar a nuestros antepasados tlaxcaltecas.