Diario de un nihilista

Opinión
/ 2 octubre 2015

El efecto árabe. Antes que nada, los tumultos y motines registrados en el mundo árabe tuvieron la virtud de distraernos, así sea por unos días, de la obsesiva, monótona, estéril guerra del narco decretada por Felipe Calderón. De nueva cuenta, como en la época dorada del licenciado Zabludovsky, nos preocupamos por el Medio Oriente, por Egipto, por Libia, por Irán y por Israel, la nostálgica patria del licenciado, que al final, y como de costumbre, será la pagana en toda esta turbamulta, pues como se sabe, los países islámicos resuelven sus problemas económicos, demográficos, políticos, e inclusive los de su subconsciente colectivo, atacando militarmente a los judíos, ese montón de arrimados que en tres décadas se convirtieron en el Estado más poderoso del Medio Oriente. Pero vayamos por partes: así fue como se manifestó en México, pero el efecto árabe aún no se ha dejado sentir en puntos verdaderamente neurálgicos como la Cuba de Castro y la Venezuela de Hugo Chávez. En ambos países, donde el Internet y la telefonía celular no están suficientemente censurados, los efectos de una revuelta urbana serían devastadores. En sus características más generales, los motines del mundo árabe tienen dos antecedentes directos en México, uno más o menos lejano y otro reciente, que huele todavía a tinta de imprenta. Me refiero a la revuelta estudiantil de 1968 y al movimiento de la APPO en Oaxaca. Túnez, Egipto y Libia muestran las condiciones socioeconómicas que caracterizaron a México en la década de 1960, mismas que padece todavía el estado de Oaxaca, ese vergonzoso enclave del Tercer Mundo en pleno Tercer Mundo. Los países árabes han conocido un umbral de prosperidad gracias a las exportaciones de petróleo, un ingreso duro que permite a sus jóvenes comprar teléfonos celulares y descargar música pop y pornografía occidentales en sus computadoras. No de otra manera nuestros jóvenes, gracias a la abundancia que les brindó el diazordacismo, empezaron a comprar discos de Los Beatles y a ver películas norteamericanas y europeas. Igual que como sucedió en Tlatelolco, las masas egipcias que toman calles y plazas son espontáneas, invertebradas, muy manipulables. Fuerzas de la derecha, como los Hermanos Musulmanes, vago equivalente del sinarquismo y el panismo en Egipto, pueden dirigir o desviar a estas multitudes puerilmente entusiasmadas con su teléfono celular. Fuerzas de ultraderecha como Al Qaeda pueden expropiar el movimiento popular, secuestrarlo y plegarlo a sus particulares fines. No de otra forma ocurrió en México, donde los radicales maoístas, trotskistas y estalinistas no fueron menos culpables que el batallón Olimpia en la masacre de Tlatelolco. Sin embargo, lo más simple, lo más práctico es que sea el propio Ejército el que se apropie de dicho movimiento popular, para instaurar una nueva dictadura de treinta, de cuarenta años. Tal es el futuro que se avizora para Egipto y para Libia, donde facciones militares decidieron ponerse a la cabeza de la revueltaurbana en lugar de seguir recibiendo órdenes de dictadores gastados, impopulares y podridos en dinero. Cuando el río civil está revuelto, los soldados se vuelven pescadores de fortuna.
Diccionario portátil. MIAGANTO significa triste, enfermizo, pensativo.
¡Hasta el próximo viernes!

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