Vida de teatro

Opinión
/ 2 octubre 2015

Yo tuve, vida adentro, mil hermosas locuras.

Fui aprendiz de torero, por ejemplo. Llegué a "alternar" con esa gran figura que es y será siempre Eloy Cavazos. Dirigí música sinfónica: ante un buen número de ellas demostré que una buena orquesta puede tocar sin director, y a pesar del director. Canté -Dios ama los que cantan bien, y nos perdona a los que cantamos mal-, e hice canciones: algunas de ellas dieron la vuelta a nuestro mundo en la voz de Oscar Chávez, magnífico cantor.

Y fui actor teatral. Ésa fue la locura mejor, que extraño todavía. Aún siento mariposas en el estómago cuando en el teatro escucho la frase consagrada: "Tercera llamada, tercera. Comenzamos". Si me quedara un solo sueño de esos mil sueños que soñé, lo dejaría todo para correr la legua en una carpa representando comedias de risa loca y dramas que hacen sangrar el corazón.

Una de las obras en que subí al palco escénico -así se decía antes- fue "El zoológico de cristal", de Tennessee Williams. Actué al lado de Irma Torres, una bella y talentosa actriz a quien recuerdo con afecto, y de mi madre, doña Carmen, que en el papel de Amanda Winfield no le pedía nada a Joanne Woodward, Katharine Hepburn o Maureen Stapleton.

Hace unos días se cumplió el centenario del nacimiento de aquel sombrío y luminoso dramaturgo capaz de todos los salvajismos y todas las ternuras. Vivió la vida del teatro, que es una bella muerte. La vive todavía.

¡Hasta mañana!...

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