Porrismo intelectual

Opinión
/ 2 octubre 2015

Babalucas fue a un lugar de mala nota en donde había muchachas. Le informó a la madama: "Traigo 50 pesos nada más". "¡Uh, amigo! -repuso despreciativa la mujer-. Con ese dinero váyase a su casa y satisfágase usted mismo". Una hora después regresa el badulaque y le pregunta a la madama: "¿A quién le pago?". El abogado defendía al muchacho que afrontaba una demanda de paternidad. Le dice al juez: "Mi cliente no es el padre de esa criatura, su señoría. Ciertamente estaba enamorado de la madre. La deseaba con ardor, y la chica le permitió estar sobre ella, ambos desnudos, pero de modo que no le hiciera perder la gala de su virginidad. En eso estaban cuando entró en la habitación la madre de la joven. Al ver lo que sucedía le dio a mi cliente una tremenda patada en el trasero que lo impulsó hacia la joven y lo hizo terminar. De ahí resultó el embarazo de la demandante, y por tanto el nacimiento de la criatura. Está claro, entonces, señor juez, que mi cliente no es el padre: el padre es la madre de la madre". En el quirófano el angustiado paciente le pregunta a la curvilínea enfermera: " Dígame, señorita: ¿tengo alguna oportunidad?". Responde ella: "Por mil pesos puedes tener todas las oportunidades que quieras". Me resisto a creer que los llamados "porros" sean parte consustancial de la UNAM. No puede ser que en ella haya todavía quienes con sus violencias la envilecen y deshonran. En días pasados el senador Francisco Labastida fue objeto de un torpe acto de censura que no sólo le impidió expresar sus opiniones en la Universidad, sino que además devino en su expulsión de un recinto universitario en el cual -se supone- deben tener cabida todas las ideas para ser discutidas con libertad y altura. Lo sucedido es una vergonzosa muestra de porrismo intelectual, y constituye una acción violenta que debería ser condenada expresamente por las autoridades de la casa de estudios. Guardar silencio ante un suceso así, de tan extrema gravedad, equivale a condonar a quienes con cerril intolerancia, indigna de universitarios, actúan como dueños de los espacios académicos y se erigen soberbiamente en jueces para determinar quiénes pueden entrar en ellos y quiénes no. Mario Vargas Llosa acaba de ser objeto de una intentona de censura que, por fortuna, no prosperó en su caso. Un grupo de intelectuales adictos a los Kirchner buscó impedir que el ganador del Premio Nobel de Literatura hablara en el acto inaugural de la Feria del Libro en Buenos Aires. Tacharon a Vargas Llosa de "reaccionario". (¿Dónde he oído antes esa palabra?). Cristina Fernández, la actual presidenta de Argentina, frenó ese burdo intento, que así quedó fallido. Vargas Llosa escribió al respecto unas palabras perfectamente aplicables a lo sucedido en la UNAM: ". Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y convierten en consignas, lugares comunes y clisés.". Deben considerar esas palabras los zurdos inquisidores aprendices de fascistas que ven a la Universidad como su propiedad particular. Y las deben considerar también aquellos que callan por temor a mover una hoja del árbol. Las líneas anteriores me dejaron fadrubado. Eso quiere decir descoyuntado, poseído por el desconcierto. Para volver a ser quien soy narraré algunos otros cuentecillos que ciertamente no harán aporte alguno a la cultura universal, pero que al menos sedarán mi conturbado espíritu. Silly Kohn, vedette de moda, le dice a su maduro galán: "Todo lo suyo me fascina, don Algón: sus manos rellenitas; sus mejillas rellenitas; su barriga rellenita; su cartera rellenita". El asustado piel roja trataba de calmar a su furiosa squaw: "¡Te juro que no es lápiz labial, Osa Rugiente! ¡Es pintura de guerra!"... Una señora compró un televisor, y el aparato salió lleno de fallas. Cuando fue a devolverlo, el gerente de la tienda le advirtió: "Se lo podemos cambiar, pero le haremos un cargo del 50 por ciento por reposición". Al oír eso la señora la dice con ansiedad al hombre: "¡Tóqueme las bubis! ¡Rápido! ¡Tóqueme las bubis!". El gerente, asombrado, le pregunta: "¿Por qué me pide eso?". Responde la mujer: "Porque me gusta que me toquen las bubis cuando me están follando". FIN.

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