Tauromaquia

Opinión
/ 2 octubre 2015

No hay límites para la estulticia. Se creían superados, muy superados los agostados terrenos de la estupidez y la palabrería huera. No era así. Un apóstata del PAN, sí, ese partido que huele a mirra, sacristía y mortaja (ojo, aquí están los peores fanáticos que creen a pie juntillas todo, ejemplo es el fulano que aquí voy a nombrar), un "diputado" que en teoría a usted, lector, lo representa, Manuel Villegas, que ahora, faltaba más, pertenece al PRI, desempolvó una vieja iniciativa de ley que a la letra dice: "prohibidas las corridas de toros".

Un buen gobierno no es aquel que más acota y limita las libertades, sino el que mejor propicia la sana convivencia ciudadana con respeto, equidad y libertad.

El siglo 20 pasará a la historia -ya está en la historia, ya es tiempo pasado- como el siglo de las prohibiciones, no el siglo de la libertad. Absurdas leyes han querido limitar el derecho a bien morir, a elegir los vicios terrenos, los cuales hacen más llevadera la vida aquí, en el infierno de pueblos y ciudades. Se prohíbe fumar -aunque ya dicha ley nadie la cumple, fue moda pues-, se prohíbe beber los domingos, se prohíbe disfrutar el arte de la tauromaquia, se prohíben los besos de lengüita, prohibido vestirse de azul, prohibido.

Ignoro si dicha iniciativa de ley sea votada y, con ello, el veto a las corridas de toros se imponga en nuestra vida ya marchita. Lo único claro al respecto es una cosa: dicha iniciativa de ley tiene dedicatoria, es para el empresario, priísta hasta cuando abjuró de su credo, el hombre de iniciativa taurina, Armando Guadiana Tijerina. No se le busquen tres pies al gato, porque éste tiene cuatro, así de sencillo. Por lo demás, la polémica está zanjada con suficiencia y ha sido abonada con buenas ideas en un debate álgido que seguí con deleite en España, si mi memoria no me falla, desde el año pasado y a principios de éste.

Cultura, dicen los antropólogos, es cualquier manifestación del ser humano: son modos de ser, modos de escuchar música, modos de vestir, modos de divertirse, modos de comer. Ir al museo a contemplar viejos carteles de toros y bureles disecados y muertos, es perder el tiempo, cuando se puede asistir a una manifestación viva y centenaria de la cultura universal: una corrida de toros. Sí, esa fiesta que alguna vez el Premio Nobel de Literatura, Ernest Hemingway dejó inmortalizada en una de las más bellas crónicas escritas. El problema aquí, es que Humberto Moreira y ahora, Rubén Moreira, piensan que la cultura está muerta y no viva. Grave error.

Esquina-bajan
Grave error entonces si es que se considera "cultura" por parte de las autoridades estatales el asistir a tristes museos a contemplar los calzones de don Venustiano, un astado disecado o un sarape en vitrina. La cultura es un ente vivo, no un ser muerto. De aquí entonces que el Museo de Cultura Taurina, inaugurado con pompa y boato (con un costo de más de 15 millones de pesos) por HMV, sea una contradicción que raya en la estulticia.

De aquí entonces que la próxima directora de Cultura, Ana Sofía García, tiene en sus manos un algodón de azúcar caliente: dotar de vida y dinamismo a los museos estatales y no vender la triste idea de siempre: la cultura se va a observar a un museo porque ya es digna de vitrina: cultura momificada, cultura muerta. El chiste es viejo: ¿Por qué están dormidos en la sesión del Congreso diputados como Salvador Hernández Vélez, Manuel Villegas o Cecilia Babún Moreno? Porque están soñando con un Coahuila mejor.

Cebado para el odio y el rencor, el toro de lidia, con su belleza, su pezuña y sus pitones de miedo, retan acusadores al pardear la tarde. José Ramón Oceguera, vestido con fino y ocre gazné anudado al cuello, ve la estocada final a una fiera de amor lidiada en Guijón, España, por el matador Diego Silvetti. Sí, ese joven mexicano reconocido en Europa, menos en Coahuila.

Letras minúsculas
Prohibido fumar, prohibido tomar café fuerte y amargo, prohibido ir a los toros; prohibido vivir la cultura en Coahuila.


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