Comandante en jefe contra sí mismo

Opinión
/ 2 octubre 2015

José Carreño Carlón

Académico

 

Todavía no cumple con la resolución del IFE de retirar el mensaje propagandístico a los contribuyentes sobre el destino de los impuestos en obras públicas, y el presidente Felipe Calderón ya anuncia que irrumpirá nuevamente en las campañas electorales con su propia campaña, disfrazada ahora de promoción turística.

Y apenas salió absuelto -por un voto de diferencia- de la acusación de hacer propaganda denigratoria contra el Revolucionario Institucional en declaraciones al "The New York Times", y allí va de vuelta al fuera de lugar con sus nuevos actos de campaña.

Nunca un presidente había sido parte directa de tantas controversias legales en un proceso electoral. Fox lo fue, y de manera por demás aparatosa, pero sólo al final del proceso, al grado de llevarse una condena del tribunal electoral por actos que condujeron al riesgo de la anulación de la elección presidencial que llevó a Calderón a su muy apretado y muy controvertido triunfo hace seis años.

Pero tras esa victoria precaria, Calderón siguió su vocación irrefrenable de comandante en jefe de guerras generalmente perdidas. o ganadas contra sí mismo.

- Costo/beneficio

En este peregrinar, el Presidente perdió la elección intermedia para la integración de la actual Cámara de Diputados, en la que el PRI resultó mayoritario. Su siguiente paso fue romper sus acuerdos con esa mayoría parlamentaria con la ilusión óptica de ver derrotado al PRI en tres o cuatro estados, a través de alianzas con partidos que no lo reconocían como presidente. El beneficio obtenido de esas alianzas fue el de ver en minoría las boletas marcadas a favor del PRI en algunas elecciones estatales, con el descuento de que las boletas ganadoras iban encabezadas por (ex) priístas más inclinados a entenderse con gobiernos priístas y con el costo de abandonar toda posibilidad de coalición de gobierno con el partido con mayor peso en el Congreso.

En Estados Unidos se evalúan las gestiones presidenciales por su capacidad para construir mayorías bipartidistas en el Congreso a fin de sacar adelante el programa de gobierno. Los presidentes lo intentan a través negociaciones y acuerdos, pero también por un trabajo de persuasión de los electores, en prédicas de tierra o a través de los medios (Going Public) tendiente a encarecerle a los legisladores de la oposición sus resistencias al programa de gobierno del Ejecutivo. Ello forma parte del concepto de campaña permanente, como prolongación de una campaña electoral victoriosa. Y, claro, si el presidente logra sacar adelante su programa de gobierno, apoyado en su campaña permanente, será mejor su posición a la hora de ir nuevamente a la campaña electoral, por la reelección -en el caso de EU- o por el triunfo de los candidatos del partido propio, en los países en los que no hay reelección.

- Altos costos, grandes riesgos

Con estos indicadores, la evaluación del presidente Calderón deberá incluir una secuela en la que, desconocido por los partidos de izquierda, hizo alianza con un PRI minoritario en el Congreso en la primera mitad del sexenio, sólo para romper con el PRI mayoritario de la segunda parte. Así, a media gestión, abandonó el objetivo de construir coaliciones para sacar adelante el programa de gobierno. En cambio, desde entonces anticipó los tiempos y puso a la presidencia, primero, en campaña electoral con sus alianzas anti-PRI en los estados. Después, en su campaña perdedora en Michoacán. Más tarde en su campaña derrotada para colocar a Ernesto Cordero como candidato presidencial de su partido. Y ahora, con su proyecto de perpetuar a su partido en Los Pinos.

Pero aquí los riesgos son mayores. No sólo por los costos para el Presidente y la Presidencia de su irrupción en el proceso electoral, sino por los costos que eso le puede llevar la candidata presidencial de su partido. Para no hablar de los costos que eventualmente le acarrearía al Presidente el triunfo mismo, a pesar de todo, de una candidata de su partido que se percibe indignada con los más cercanos -que no se mandan solos- a la casa presidencial.

EL UNIVERSAL


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