El tamaño sí importa

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La ciencia -ya lo dijo el filósofo y economista escocés Adam Smith- es el gran antídoto contra el veneno del entusiasmo y la superstición.
Sobre todo, agregaría este opinador en un arranque de pretensión, para lo segundo.
Por eso, esta columna está siempre pendiente de las últimas hazañas logradas por la raza humana en ese campo de batalla denominado laboratorio, donde un ejército integrado por auténticos gladiadores se bate cotidianamente con los titanes incubados en la oscuridad de la ignorancia.
(¡Ah, bárbaro! Hacía tiempo no ligábamos una frase tan pegadora... Vamos a inscribirla en los registros de derechos de autor, antes de que se le ocurra a alguien más y la patente).
Porque la ciencia le aporta certeza a nuestros pasos por este mundo y nos provee de herramientas para tomar mejores decisiones, es decir, para reducir las probabilidades de meter la pata.
¿En qué terrenos resultan útiles los conocimientos científicos? En todos, absolutamente en todos: desde la confección de nuestra dieta diaria hasta la selección de la pareja ideal, pasado por un largo etcétera que es, por definición, todo lo que queda en medio de ambos extremos.
¿Y cómo podemos sacar ventaja de las aportaciones científicas en eso del amor? (Digo, para hablar de un tema que nos importa a todos).
Pues mire usted que uno de los muchos estudios científicos de la época ha terminado por demostrar el acierto de una expresión muy socorrida en todas las lenguas: "el tamaño importa".
-¿Y...? -diría cualquiera ante tal afirmación, sorrajándonos enseguida que se trata de una verdad de Perogrullo-: Eso ya los sabíamos desde endenantes.
Pues sí... Pero no estamos hablando de cualquier tamaño, sino de la longitud de un apéndice corporal específico.
-¡Pues por eso! -insistirá nuestro interlocutor manifestando cierta impaciencia en las inflexiones de su voz-: Ya sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de la importancia del tamaño.
Pero no... Se trata de un error, porque no estamos hablando de... de... de... ¡de "eso"!, cuando hablamos de tamaños y de su relevancia demostrada mediante el método científico.
¿Al tamaño de qué apéndice corporal nos referimos entonces?
Pues al de uno que adorna por igual la humanidad de hombres y mujeres... Aunque eso de "adornar" en realidad no es cierto en todos los casos y, a fuerza de ser honestos, debemos reconocer que adorna más en el caso de las damas que en el de los caballeros.
Y, cómo ya dijimos también, se trata de una característica vinculada estrechamente con los asuntos del amor.
Nos referimos a la longitud de los dedos...
-¡Por supuesto! -atajará de inmediato nuestra contraparte-: si no estaba usted hablando de "aquellito", sin duda se refería a...
En ese momento es necesario quitarle el micrófono, aplicarle la ley mordaza y expulsarlo de por vida de este espacio que se transmite en horario para todo público, razón por la cual no están permitidos los "recursos de baja comicidad", como previene la Ley Federal de Radio y Televisión.
Volviendo a lo nuestro, la longitud de los dedos es una variable a considerar en los terrenos del amor porque, de acuerdo con un equipo científico de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, existen particularidades relevantes entre hombres y mujeres.
El estudio, publicado en la revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias, afirma que las longitudes relevantes con las de los dedos índice y anular que, por lo general, suelen ser de distinto tamaño.
Y aquí es donde está el asegún del caso: en los hombres, el dedo cordial tiende a ser más largo, mientras en las damas suele ocurrir exactamente lo contrario, es decir, se registra una longitud mayor en el índice.
¿Qué relación guarda eso con el amor?, se preguntará usted.
Muy simple: de acuerdo con los investigadores ingleses, la longitud del dedo anular -en hombres y en mujeres- guarda estrecha relación con la misma variable: la exposición a la testosterona en el seno materno: mientras más testosterona, más largo será éste.
O, dicho en otras palabras, y para terminar con el suspenso, entre más testosterona exista en el vientre de la madre durante el embarazo, más "masculino" será el bebé (hombre o mujer).
Y claro: si el niño es declarado varoncito por el ginecólogo, todo irá muy bien... Pero si no es así...
Vale la pena hacer una revisión. Así como no queriendo la cosa, y fingiendo que se trata de una muestra de apego carnal, agarre la mano de su pareja -o pretendiente- y cheque el dato.
Acuérdese que más vale prevenir porque, como sabiamente advertía aquella campaña promocional del IMSS, "después, ya nada es igual...".
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3