Periodismo y coherencia

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Me ha sorprendido fuertemente el cambio dado por varios de los periodistas a los que había admirado durante años. La primera vez que leí los ataques velados de Ciro Gómez Leiva a López Obrador y Josefina Vázquez creí que estaba realizando una tarea positiva porque hacía ver que esos candidatos deberían modificar algunas de sus actitudes, intentar otros acercamientos al público y cambiar determinadas imágenes. Luego, tres, cuatro artículos más, algunas entrevistas y mensajes diversos, me hicieron ver que Gómez Leiva había entregado su pluma y voz a Enrique Peña Nieto.
Luego supe que unos de los mejores entrevistadores del país, Carlos Marín, de televisión Milenio, había obligado a uno de sus editorialistas a que suprimiera toda crítica a Peña y, por supuesto, a Televisa. "Tenemos alianzas con ellos", fue, más o menos, lo que le dijo. Ese periodista honesto renunció y escribió una carta abierta explicando su posición.
Hace tiempo había escrito aquí mismo que don Jacobo Zabludovski, decano de los periodistas me había decepcionado por sus críticas tan severas a Felipe Calderón, y no porque no estuviese de acuerdo con ellas, porque lo estoy, sino por venir de quien vienen: el que negó la matanza del 68 y el que ocultó la muerte de Luis Donaldo Colosio más de una hora mientras que Carlos Salinas arreglaba la situación (la maquillaba, diría yo). Ese día estábamos frente al televisor realmente tristes ante el atentado. Jacobo nos "informaba" que Colosio ya había sido operado del balazo en el estómago pero que ahora seguiría la cirugía en la cabeza. Así nos tuvo entretenidos. Mientras tanto su colega, Talina Fernández, de triste memoria, aparecía diciendo que el licenciado Colosio iba bien y que los médicos pronosticaban que se salvaría. Etcétera. Ese es el gran periodista, el veraz informador, el que ahora transita por la izquierda, bueno, una izquierda un poquito curiosa, la que se sitúa junto a los hombres del poder, Carlos Slim y adláteres.
Pero la sorpresa más grande me la dio el periodista al que siempre he leído con admiración porque en cada artículo entrega información que nadie más parece tener y lo hace con una narrativa excelente: Raymundo Riva Palacio. Ahora también dio el giro hacia el priísmo y de una manera tan evidente que no puede quedar duda de que algunos argumentos de peso lo condujeron que esa conversión. Convertirse es cambiar radicalmente de posición, es volverse de un punto a su contrario (San Pablo se convirtió de fariseo perseguidor a cristiano promotor.)
Hace muchos años Vicente Leñero publicaba su maravilloso libro "Los periodistas" en el que recuperaba la lucha emprendida por gente de ese oficio contra el poder omnímodo de Luis Echeverría, el organizador del golpe contra el periódico más serio de México. Pero esos periodistas, entre los que se encontraba él mismo, fueron precisamente lo contrario de lo que aquí estoy denunciando. Ellos enfrentaron al soberano o al tirano, si se quiere, con una fuerza, integridad y coherencia admirables.
Entre los editorialistas coahuilenses yo apruebo que los que trabajan para el gobierno, dependen del PRI o han sido beneficiarios del sistema, sean coherentes y, de manera honesta, favorezcan con sus artículos a los candidatos de su partido, ¡vamos, están en su derecho! Mas no puedo dejar de condenar a los que han transitado (aparentemente) por la izquierda y, de golpe y porrazo, se inclinan hacia el poder. Cierto que todavía quedan algunos que levantan con dignidad su palabra para informar, analizar, explicar a sus lectores los sucesos. Es claro que puede uno tener sus filias y fobias pues son inherentes a un temperamento, a una historia personal, pero no es posible aprobar los cambios de dirección, sobre todo cuando éstos son originados por favores del Príncipe.
Por lo demás, como editorialista, tampoco creo que los periodistas tengamos una varita mágica para orientar al público. Algunos llegan a decir que somos formadores de opinión. ¡Carajo!, eso es lo que quisiéramos o lo que quisieran los gobernantes o políticos, pero no es cierto, seamos modestos. De ahí que esos periodistas que vendieron su alma a Televisa y Peña Nieto puedan no ser tan eficaces como lo piensan sus promotores.