A nadie hice llorar

Opinión
/ 2 octubre 2015

En la literatura egipcia hay un conmovedor fragmento. El alma de un difunto se presenta ante el dios resplandeciente que aguarda en su trono rodeado por 40 jueces. A su lado otro dios sostiene una balanza en cuyos platillos se han puesto las buenas acciones del muerto, y las faltas que cometió en su vida.

El fiel de la balanza está en el centro: pesan lo mismo las buenas obras de aquel hombre que sus culpas. La mitad de los jueces -los justos- lo condenan. Los otros -los misericordiosos- piden al dios que lo salve.

El dios vacila. Tembloroso, el difunto invoca en su defensa un último argumento:

-No hice sufrir a nadie -dice-. A nadie hice llorar.

Entonces el dios abre los brazos y lo estrecha junto a su corazón.

¡Hasta mañana!...


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