Un gran olvido

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A mi padre: una vida de extraordinarios ejemplos ¡Felicidades!
Empieza una semana propicia para reflexionar sobre lo que verdaderamente tiene valor en la vida, ejercicio arduo en otros momentos en los cuales estamos atrapados por la vorágine del materialismo, la rapidez de la vida, el desmedido afán de poseer o sencillamente por el ajetreo del mismo trabajo.
Se dice que la manifestación práctica del materialismo es el consumismo; ese consumo exagerado, desenfrenado, de bienes y servicios que supera por mucho lo que las personas necesitamos para vivir dignamente, que provoca, incluso, una grave confusión entre tener, poseer y ser.
Enfermedad despiadada
Así es. Pareciera que hoy si no vistes o calzas con tal o cual marca, si no vives en cierto sector de la ciudad (en una isla endémica), si no estudias en determinada escuela, si no perteneces a tal club, si careces del último modelo de automóvil, si en las vacaciones no viajas a la playa de moda, si no tienes una determinada profesión, o, sencillamente, si no tienes cuentas bancarias abultadas, entonces no vales nada. Si no tienes tal puesto, posición económica o social, entonces ni siquiera existes.
Hoy el derecho a existir pareciera que depende de lo material, de la acumulación de bienes, de la temporalidad, de la herencia, del tener fortuna, fama, reconocimiento, o prestigio. Pareciera que somos aparadores andantes: solamente visibles, existentes y útiles si tenemos si podemos mostrar "algo". Este fenómeno es ya una enfermedad.
Nos inflamos con aire caliente como si fuéramos globos viajeros. Buscamos y tratamos de conseguir, a toda costa, lo útil, lo perecedero, lo insustancial, sin siquiera percatarnos que lo excelente de la vida es la misma existencia y el sentido de trascendencia que de ella emana. Que la vida esta dentro de nosotros mismos.
Esta situación, originada en parte por el egoísmo y la ignorancia, tiene alcances insospechados: en las empresas, por ejemplo, la lucha de poder se tornan cruel y despiadada, haciendo que la organización se desgaste y pierda competitividad, al sucumbir su misión bajo el tremendo peso de estas guerras fratricidas, siempre innecesarias. Y qué decir del ámbito político: los candidatos hoy se desangran y desangran.
Innecesarios paralelos
Los muchachos - que suelen pregonar la libertad e igualdad - también se dividen por razones económicas, conformando sus propias zonas de segregación. Inclusive, no es alejado de la realidad que en las familias los propios hermanos se contrasten entre sí por la "calidad económica" de sus amistades, o por el monto de las matrículas de las escuelas en donde asisten sus hijos.
Desafortunadamente esta situación también existe en las escuelas (y lo más grave que suelen ser las mismas que profesan el camino de Cristo), pues en muchas de ellas es común observar la manera en que los alumnos son tratados diferencialmente, dependiendo del poder económico de sus padres.
En el caso de la política las mejores promesas mueren asesinadas en manos de los ambiciosos, corruptos e insaciables, que solamente anhelan incrementar sus ya abultados bolsillos.
El peligro
Los padres de familia, que caen en este vértigo, encauzan a sus hijos en alocadas carreras por llegar con más y siempre en primer lugar a no sé qué tantas metas. Los matrimonios fracasan al compararse con otros "exitosos matrimonios", con esos que poseen más, viajan más, construyen casas más grandes, sin percatase de los infiernos que viven silenciosa, íntima y anónimamente, precisamente, esos con quienes se comparan.
Los niños sufren al comparase o sentirse comparados. Buenas personas se convierten en arrogantes e insufribles al conseguir tal o cual puesto. Y hasta en la religión llegamos a fabricar a nuestras conveniencias distintos Cristos: el de los pobres y el de los ricos, el de tal o cual escuela, tal o cual sacerdote, tales o cuales indulgencias, o tal o cual denominación.
Lo gratuito
Sin embargo, debido a la búsqueda desenfrenada por ese poseer, la calidad de vida, paradójicamente, se deteriora drásticamente porque finalmente, en esta carrera se pierde la senda donde se encuentra la alegría, la felicidad.
Olvidamos que no requerimos tanto para vivir bien; que ni el dinero, ni los títulos, ni las profesiones o puestos, se requieren para ser personas plenas.
Olvidamos, también, que lo más valioso de vida es gratuito: el tiempo para compartir con los que queremos, la luz del día, la amistad, la capacidad de asombro, la posibilidad de caminar, dormir, pensar, cantar, llorar y reír. Que todo esto, y millones de placeres sencillos, están al alcance de cualquier persona, independientemente de lo que tenga o no tenga, pues no se pueden adquirir en el mercado, sino viviendo serenamente.
De hecho, entre más una persona tiene, su capacidad de disfrutar de los momentos que brindan auténtico gozo en la vida disminuye considerablemente. Que razón tiene el poeta al afirmar que "el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria". ¡Vaya paradoja!
Valor y pérdida
Ante este asombro inicié la búsqueda de un pasaje que había leído de Martín Descalzo:
"En el mundo - dice el autor - hay dos clases de hombres: los que valen por lo que son y los que sólo valen por los cargos que ocupan o por los títulos que ostentan. Los primeros están llenos; tienen el alma rebosante; pueden ocupar o no puestos importantes, pero nada ganan realmente cuando entran en ellos y nada pierden al abandonarlo. Y el día que mueren dejan un hueco en el mundo. Los segundos están tan llenos como una percha, que nada vale si no se le cuelgan encima vestidos o abrigos. Empiezan no sólo a brillar, sino incluso a existir, cuando les nombran catedráticos, embajadores o ministros, y regresan a la existencia el día que pierden tratamiento y títulos. El día que mueren, lejos de dejar un hueco en el mundo, se limitan a ocuparlo en un cementerio.
Y, a pesar de ser así las cosas, lo verdaderamente asombroso - continua Martín - es que la inmensa mayoría de las personas no luchan por "ser" alguien, sino por tener "algo"; no se apasionan por llenar sus almas, sino por ocupar un sillón; no se preguntan qué tienen por dentro, sino que van a ponerse por fuera. Tal vez sea ésta la razón por la que en el mundo hay tantas marionetas y tan pocas, tan poquitas personas (..) Lo grave del problema es que, aunque todos sabemos que la fama, el prestigio y el poder suelen ser simples globos hinchados, nos pasamos la mitad de la vida peleándonos por lo que sabemos que es aire".
Que razón tiene Martín: de tantas cosas que nos colgamos, olvidamos que somos personas y no percheros, seres humanos y no escaparates. De tanto afanar por poseer más, olvidamos que no somos globos hinchados, sino seres únicos e irrepetibles, con vocación a soñar, a creer, a emprender nuevos caminos, sendas inéditas.
De tanto materialismo y consumismo, de tanta ceguera, perdemos de vista lo que auténticamente nos distingue como seres humanos: no es el peso del tener, tampoco la cantidad y el valor de los haberes que poseemos, ni el lugar en donde residimos, sino lo ancho y profundo de nuestras particulares almas, sino la manera en que puede llegar a consumarse nuestro personal, eterno, e incomparable ser. Encontrar este sentido es un reto auténtico de la existencia. Por eso digo que frecuentemente olvidamos que somos lo que no podemos comprar.
cgutierrez@itesm.mx