Clasificación triple D

Opinión
/ 2 octubre 2015

"`Que te vaya mal'. Sí, mal; muy mal. y el deseo se convirtió en una malévola fiesta de carnaval".

"¡Ahhh pero qué perra!". Sí, perra. Perruna. Canina envidia que corroe hasta el hueso más autoritario. Y no me refiero a los celos que pudiera despertar un copete, en un par de aretes; o un par de lentes en un par (¿ y qué par!) de invitadas al primer debate. No, no. Esos son temas electorales y su Adelita quiere escribir sobre asuntos aún más superficiales. Trivialidades de esas que le ponen a una la piel china, pero de rabia, como las fotitos de una criaturita de descendencia prisaúrica, de nombre Paulina -¡ashhh, síii! como la Pau Rubio y sheguro que habla igual de tanto pachearshe por Miami y todoshh eshos rinconeshhh de ricos- y que publicó el diario Reforma hace ocho días. El periódico en cuestión vio descaro y agarro `ride'. Porque la primera plana del sábado pasado, se lo firmo y quien sabe si le cumplo, estará entre las múltiples planillas, fotos y folders que desenvainarán, en contra del mexiquense comprometido, los candidatos del bloque anti-PRI -¡Todos, incluido el aludido porque como dice la autodenominada mujer de los pactos, el del copete se deslinda hasta de sí mismo!

La que escribe, primero describe. Se trató de unas imágenes que la joven "jequeta petrolera" subió a su Facebook y en las que muestra que la vida, cuando es perra, es buena. Sí, estimados fabuleros. Ya lo había publicado en el "muro" del feiz de la Paush alguno de sus finísimos amigos: "En mi otra vida, quiero ser perra". Yo también, la Adelita y sus mil y un bolsos de Hermés y Louis Vuitton, ¿quién le haría el feo a eso? Desconozco el nombre de sus tres mascotas, pero ponga usted que Descaro, Despilfarro y Desmemoria. Por ende: el clan triple D, que se da una vida triple A. Pornográficamente suntuaria. En una primer fotografía, un espléndido Bulldog se luce en un jet privado con la indiferencia y el desdén del que lo tiene todo. Segunda escena: tres tristes perros tragaban trigo en un yatal o descansan en un congal -uno de la opulencia, claro, pues el pie de foto indica que el "tugurio" dionisiaco es la sala VIP de la tienda Hermés. Tercera escena: dos caninos reposan belfo y cuerpo compacto sobre almohadas de pluma de ganso. ¿Cómo se llamó la obra?

Bola de perros. Y tu perra también. Ali Ba Ba y los 40 ladrones (wuaf, wauf).

La que escribe no tiene fotos que documenten que ella también ha sido testigo de la vida de perros que se dan los muy ricos.

¿Qué de dónde lo sé? Pues porque su Adelita ha sostenido entre sus manos las famosísimas "Kelly y Berkin bags" (en honor a dos bellas para matar. de envidia, claro). ¿Y que por qué las sostuve? Fácil: por mi condición de empleada y no de potentada poseedora de esas perlas del deseo femenino y magisterial.

Su Adelita laboró en la tienda Hermés del Upper West Side de Nueva York. Justo en la esquina de la calle 62 con Maddison Avenue que podría decirse es la cereza del pastel de la opulencia. No vaya usted a creer que me alcanzaba para respirar dentro del edificio de cuatro pisos, con todo y un museo del hedonismo en la primer planta, sino que decidí emplearme por un par de semanas en el paraíso de los caídos. No aguanté más, porque, confieso amado fabuler@, el olor a caoba y el hedor a perfume terminaron por expulsarme.

Pero la experiencia sirve, no solo para testificar que una bolsa Kelly cuesta más dinero que un año de colegiatura en universidad privada, sino, para agregar, que esos bolsos son pedidos a la medida y la entrega puede tomar hasta dos años. Dicho de otro modo, ser ultra rico requiere paciencia.

Entre las primeras cosas que se aprenden como "vendeuse" (vendedora) de una boutique de alcurnia, está la actitud. Una debe sonreír, sí, pero, con un aire de indolencia. Una ve a los ojos, pero opacando el brillo y la avidez de la mirada. Uno se profesionaliza en la forma de sostener una cajita de madera fina repleta de canapés caninos en forma de hueso y al mismo tiempo tratar al perro con deferencia y zalamería. Su Adelita, de hecho, robaba de vez en vez el manjar canino, sobre todo cuando le atacaba la ansiedad. Por ejemplo: en esos días en los que había que pretender que jamás había visto a tal o cual cliente. "¿Moreira? ¿Molinar? ¿Godoy? A esos ni los conozco, me deslindo", algo así. Recuerdo un viernes en que una joven rubia, un tanto desaliñada, muy sensual y de un metro 90 de altura y seguro 90 de aquellas, las edecanas, entró a la tienda. Se tomaba su tiempo. Inspeccionaba. Retrocedía dos pasos atrás para observar con detenimiento el bolso de sus sueños. Contemplaba otra vez y finalmente preguntó:

-¿El más caro?

-Este birkin de piel de cocodrilo, respondí conforme abría la vitrina.

Lo acarició y, sin palabra alguna, se retiró.

Al día siguiente volvió prendida del brazo de un viejillo más gagá que el Tata. Le mordisqueaba el lóbulo del oído y jugueteaba con un perro carita de rata, al que su Adelita atendió con el manjar de lujo, antes citado.

Dio vueltas por la tienda y de pronto ¡oh milagro! Que se pasma y empieza a danzar poseída frente al bolso de cocodrilo. Estimulado por la excitación de su pareja, el anciano nos ordenó liberar la bolsa de su vitrina. Con voz de idiota (sí, no cabe otra palabra) babeó a su rubia que si esa quería. Y ¡bingo!: Que yes, que plis, que thanks.

Y que la que escribe pensó y piensa ahora: "Siempre habrá una mujer que tenga un bolso mejor que el propio, y siempre, habrá un baboso -llámese papi, jeque o Juan pueblo- que pagará por los bolsos rotos. O dicho de otro modo, la culpa no es de quien porta la bolsa, si no de quien desembolsa y se embolsa a Despilfarro, Descaro y Desmemoria.

El Universal


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