La última y se van
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En el sureño hogar son 3. Tres tristes perros, tragando babas en un tris tras. Ajá. Si su Adelita tuviera que describir a sus perro-contendientes empezaría con aquello de los lagos, charcos y pozos de saliva que nacen de sus belfos largos.
Proseguiría con su tendencia a embarrar cada rincón del sureño hogar con el líquido viscoso. Y cerraría con la indefensión de quienes ingresan al recinto pues inevitablemente saldrán manchados. Sí querido lector. La perrada Adelina, igualito que los prospectos que compiten por la presidencia de la república, existe a base de saliva, meneo del rabo, poca sustancia hablada y mucha salpicadera.
¿Que por qué hablo de un tema tan baboso y escabroso? Pues, porque esta fábula está a tan solo una semana de entrar en veda electoral y no podría mi Adelina conciencia descansar si no escribe sobre otros 3 (el cuarto definitivamente puede ser omitido) que, se quiera o no, han sido parte de la discusión cotidiana con la perrada, durante los pasados 3 meses. El sureño hogar anduvo de campaña y aún no define ni su voto ni si vota.
Explico.
Mis perros, Bruno, Maka y Canuta, han sido testigos presenciales de los aullidos matutinos de la que escribe en cuanto se topa con los encabezados -descabezados cabe mejor aquí, pero yo, como el peje y don Bora, `respeto'- de algún periódico (El Universal queda a salvo, ¡claro!) que me hace desconocer y morder a diestra y siniestra. De hecho, y a pesar de los lengüetazos alucinados de Vicente Fox a favor de otro iletrado pero del Estado de México, Enrique Peña Nieto, he considerado seriamente aplicar aquel lema foxista del `yo no leo porque me hace infeliz'. No prosperó mi propósito pues el periódico es sagrado en el sureño hogar, y hasta los que hacen sacrilegio electoral, llegan rigurosamente cada mañana al patio de la casa y, posteriormente, aterrizan en mi cama donde, si no son hechos añicos en un ataque de furia, esperan ser repasados de cabo a rabo. La perrada se siente feliz con mi actitud pues es una forma de vengar su niñez a periodicazos.
El trío canino me ha acompañado también, sentada y muy queda, frente al televisor en las noches de esta larga campaña. Me miran atentos y recargan el hocico en mis piernas si intuyen que me hundo en la mar de saliva que construyen los candidatos con cada discurso. La Maka soltó un par de lagrimones tristes en cuanto `los periodistas' de los miércoles de plaza pasaron por armas a los candidatos. Esos no pasan saliva, pero obligan a dar un tercer trago antes de que se opte por claudicar. Makita escupía de rabia.
Más grave aún, los perros han ladrado apanicados cuando la publicidad electoral ha tocado a la puerta.
Así es querido lector. Su Adelita de hecho improvisó un letrero enorme que instruye: `no pegar propaganda electoral, se ponchan llantas y mientan progenitoras'.
Llegué a ese extremo luego de 3 tremendos sucesos.
El primero fue una invasión azul. Si no es por Bruno no la cuento, o sí,desde la comodidad de mi celda.
Veníamos de vuelta de la caminata de domingo, y como ocurre con los delincuentes, solo pude observar como el encapuchado corría despavorido en cuanto vio a la perrada y ama acercarse al hogar. Yo quería llamar a la patrulla, pero en este caso hubiese tenido que ser la Fepade. Justo en la pared lateral del sureño hogar, en el extremo poniente, el citado barba azul ya había clavado, con unos tornillos que por gordos asemejaban tuercas, una lona con la cara seria y circular de la antes ciudadana Isabel Miranda Wallace.
Ahí estaba ella con el dedo flamígero y panista, señalándome.
Una clara invasión de la propiedad privada y eso que los azules son partidarios de la acumulación del capital. Indignada, obligué al Bruno a montar guardia. No porque el canito sea fiero y feroz, sino porque es muy bocón. A la primera de cambios, él balconea. Que si Canuta robó un bote (¿voto?) ladra; que lo miró feo la Maka, grita; que si las croquetas no me cuadran, se le suelta la lengua. Es mi perro tecolotero.
Arranqué la propaganda y de ser necesario él daría el pitazo de la llegada de algún mapache azul. Tiré de la lona con todas mis fuerzas y abrí tremendo boquetón en la pared. Ahí, claro, ya no estuvo la muy Wallace para resarcir el daño o incriminar al Procurador Mancera.
El segundo episodio se dio cuando al llegar por la noche a mi casa, me enteré de que éramos pejistas. Sí. Mi hogar se declaraba ante todo López Obradorista y el que tocara a la puerta lo constataría. Así como lo lee. En plena puerta de entrada, me recibió una calcomanía amorosa con el rostro de Andrés Manuel y el énfasis en la O, en clara alusión a la campaña de Obama. Sin exagerar, tardé dos días con zacate y lija para remediar el daño que dejó la pegajosa estampa. La pintura de la puerta quedó irremediablemente dañada y nadie de las fuerza progresistas ha llegado con chequecito de indemnización. Aquí entre nos, no he armado un gran escándalo, porque sospecho de Oti y sus preferencias políticas. Raro, que los perros no ladraran cuando fue pegada la estampa, ¿no cree?
Y última anécdota: la llegada de una brigada roja que se colgó de mi campana a las 7:30 de la mañana. Si a ellos los alimentaron con chocomilk a mí no, y me ofendió sobremanera ser despertada para escuchar halagos en pro del copetón. Fueron expulsados a gritos de las afueras de mi casa, pero necios, deslizaron varios carteles con la sonrisa del mexiquense. Pero bien dice el dicho que el que ríe al último ríe mejor:
Canuta se erigió como comentócrata. Se acercó a las papeletas, las olió, dobló levemente las patas y dejó su marca amarilla. Una verdadera crítica de la política. A partir de ese momento mi apreciación electoral cambió.
El episodio fue tan iluminador, que pretendo llegar a la urna con todo y perra. Ahí donde ella haga la gracia, yo sellaré con mi voto opuesto nuestra desgracia.