Detrás de lo que se ve

Opinión
/ 2 octubre 2015

Encontré la nota en uno de tantos portales electrónicos de información. El descubrimiento de un Picasso, hasta ahora desconocido, bajo otro de sus cuadros titulado "Mujer Planchando". Ajá. A primera vista está la mujer planchando, pero tras la restauración de la obra, ¡zas!, que de cabeza y bajo ese dibujo, una figura masculina.

Los del Museo Guggenheim declararon a la agencia EFE que las tecnologías permitieron "ver más allá de la superficie" y terminaron con dos Picassos en uno.

Pero deje usted las tecnologías. es cosa de saber observar detrás de lo que se ve.

Para muestra la historia de "La Inconclusa", como se bautizó al último cuadro de Diego Rivera, precisamente porque se trataba del bosquejo a medio pintar de una mujer. Para ser precisa, mi abuela, María Luisa Rivero, la "mamagrande", cuando aún era bella y cuando reía. La inconclusa eran dos: un retrato al carbón que gustó tanto a "mamagrande" que le pidió a Rivera lo conservase intacto y su réplica para pintarse al óleo. Por lo general, Diego bosquejaba a su retratado y sobre ese dibujo pintaba al óleo, pero a petición de mi abuela lo replicó en una segunda tela que apenas alcanzó a rellenar con un leve tono amarillo en el vestido y el rojo en los labios.

La muerte le sorprendió con la obra inconclusa. Mi madre cuenta que el cuadro fue hallado en el taller que se mandó a construir el pintor por San Jerónimo, con su chamarra de mezclilla de trabajo colgando sobre el caballete. Durante años se dijo que "La Inconclusa" era la última amante de Rivera. Mi padre lo niega. Explica que el artista y su madre eran buenos amigos, que incluso, junto con mi abuelo, en el mes de diciembre hacían el recorrido de los nacimientos majestuosos que en ese entonces, en los 50, se solían montar en las casas de
Las Lomas y en las iglesias.

El meollo, querido lector, es que detrás del dibujo de la "mamagrande" se encontraba el retrato de otro hombre.

Se trataba de Nabor Carrillo Flores, en esos días Rector de la UNAM, esbozado con su bata y capucha de científico. Nabor era hijo de Julián Carrillo, un músico y científico mexicano muy reconocido, pues descubrió el sonido 13 (no pregunte pues yo misma no comprendo) y porque su historia parecía a la de un Juárez. Era el último hijo de 19 niños indígenas provenientes de un poblado de San Luis Potosí. Su talento musical lo llevó hasta el Conservatorio Nacional en la capital y luego sus aportaciones científicas le valieron el reconocimiento internacional.

Y ahí estaba, el hijo del científico y, físico nuclear a su vez, Nabor, de cabeza en la tela de "mamagrande".
Diego lo hizo en un arranque de furia que según allegados de la familia erudita devino en maldición.

Tal como lo lee.

Corría el año de 1957. Diego y María Félix eran amigos entrañables -aunque al parecer él estaba secretamente enamorado de ella. "La Doña" solía apersonarse en su estudio para conversar durante las tardes. En varias ocasiones coincidió con Nabor Carrillo Flores, "feo como la fregada pero encantador e inteligentísimo", puntualiza mi padre, cuyo retrato estaba en curso. Mientras el científico posaba, la plática con María se encendía. Parecían fascinados el uno con el otro, a tal punto que ignoraban a Diego aunque era su casa y aunque él era el divo.

Diego estalló. Sin explicaciones y corroído por los celos, expulsó de su casa al prestigiado Rector. Minutos después llegó la "mamagrande" y posó para el que sería su segundo cuadro.

Fue en ese instante, cuando en una suerte de embrujo, Rivera volteó a Nabor de cabeza y del otro lado dibujó a mi abuela.

El asunto no pasaría de lo anecdótico si no fuera porque "todo" México conoció de la maldición-al parecer Diego se reía de su travesura-y porque a Nabor las cosas le fueron mal tras el incidente. Salió de la UNAM y se enfermó. Sufría terribles dolores en el cuerpo y en la cabeza. Durante una cena en casa de los abuelos, Antonio, el hermano del "maldito" y quien fuera secretario de Hacienda y de Relaciones Exteriores en sexenios anteriores, entre risas y jocosidad soltó una petición muy seria: "véndeme el dibujo de mi hermano para ya no tenerlo de cabeza". La propuesta fue denegada. No porque el "papagrande" no sintiera tristeza por el enfermo Nabor, sino porque la alternativa implicaba que "mamagrande" quedase volteada.

"¿Tú quieres que por dinero ponga de cabeza a mi mujer?", reviró mi abuelo. Ahí terminó la conversación.

Nabor vivió hasta el 67, 10 años más que Diego. Pero su imagen de cabeza subsiste junto con "La inconclusa", mi "mamagrande", en alguna colección de arte en el mundo. Mi padre y sus hermanos, una vez fallecidos los abuelos, sí vendieron el díptico emblemático. Me pregunto si compartieron la historia del embrujo con los nuevos dueños. Si no es así, para descubrirla, tendrían que ver más allá de lo que la vista ve. Y luego decidir qué cara del mismo cuadro eligen ver.

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