¿Quién te quiere, Cuatro Ciénegas?

Opinión
/ 2 octubre 2015
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Las autoridades medio ambientales de nuestro País expresan su orgullo en materia de áreas naturales protegidas. Este orgullo es reciente, pues apenas en junio de 2000 se creó la Comisión Nacional de Areas Naturales Protegidas que se ha dedicado a proteger a las regiones que son prioritarias para la conservación de ecosistemas en México, un tema que tuvo una menor valoración distinta antes del liderazgo de Julia Carabias Lillo, bióloga y especialista en restauración ambiental, como titular de la Secretaría de Recursos Naturales  y Pesca, del 1 de diciembre de 1994 hasta el 30 de noviembre del año 2000. Su influyente gestión inició un poco después de la Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro en la que el medio ambiente adquirió un sitio visible en el consenso mundial. 

Si la conservación de los ecosistemas hubiera sido importante en los años cuarentas del Siglo XX, no hubieran sido devastadas casi la totalidad de las selvas mexicanas. Hoy resulta un desafío imposible reparar ese daño que se hizo en aras de que hubiera más potreros disponibles para el desarrollo de la ganadería.

Las áreas naturales protegidas surgen como respuesta a la necesidad de conservar las regiones territoriales que poseen endemismos. Es el caso de la que se creó el 7 de noviembre de 1994 en el Municipio de Cuatro Ciénegas, Coahuila, bajo el nombre de Cuatrociénegas con carácter de Area de Protección de Flora y Fauna en una extensión de 83 mil 347.47 hectáreas de terrenos ejidales, y de propiedades privadas y nacionales, con el propósito de salvaguardar la rica diversidad biótica del sitio compuesta por bosques de yuca, bosques de matorral espinoso, dunas de yeso y principalmente pozas de agua por preservase en ellas organismos de origen prehistórico. Esta condición casi insólita le dio una trascendencia planetaria a las singulares pozas. Los habitantes de la región habían convivido con esta expresión maravillosa de la naturaleza respetando su riqueza. Estaban familiarizados con su fauna y con la transparencia de sus aguas. El respeto del cieneguense promedio por estos tesoros siempre estuvo presente.

Pero llegó un momento en que la excesiva explotación del agua de unos cuantos, a través de pozos que para llegar a los mantos acuíferos, tenían que perforarse a profundidades cada vez mayores, propició la disminución del volumen de las pozas haciendo peligrar su rica biodiversidad contenida.  Entonces por mandato federal se acotaron las actividades agrícolas merced a un decreto de protección y a un programa de manejo de los recursos naturales.

Conocí las pozas del municipio de Cuatro Ciénegas en 2005 e hice un documental para televisión en el que destacaba su relevancia. Hace unos días retorné al pueblo natal del General Venustiano Carranza y me impactó ver a lo largo del Cañón Grande la enorme cantidad de nogales criollos muertos que por su dimensión databan de más de cien años de edad biológica. El ecocidio resulta más apabullante a la altura de las ruinas de lo que fuera El Molino del Rey.  

Los nogales requieren de agua para su sostenimiento y después de carecer de ella simplemente murieron. Su masa vegetal no solamente hermoseaba el paisaje, también constituía una cortina natural para regular el clima. Estos individuos de la flora, también tenían el derecho de continuar con vida. Al carecerse del agua para su riego que provenía de mantos acuíferos tierra arriba y se conducía por un arroyo, hoy seco, los nogales otrora frondosos se transformaron en esqueletos de madera que van cayendo uno a uno ante la negligencia de muchos. 

¿Qué tipo de explotación agrícola existe más allá del cañón para explicar la ausencia de agua para las nogaleras ahora yertas? A lo largo de kilómetros se observa la explotación intensiva de la tierra en monocultivos. Por esta nueva aplicación mecanizada del agua, no sólo han muerto nogales en el Cañón Grande, también han muerto miles de parras y árboles frutales de las antiguas huertas de los traspatios de las casas, que se nutrían con agua rodada.

La querencia por lo propio y que es común, brinda identidad a los pobladores de una comunidad. El paisaje en Cuatro Ciénegas era diferente cuando se distribuía con equilibrio el agua de su subsuelo antes de la llegada de los explotadores masivos de este recurso y que aún subsisten pese al decreto federal antes mencionado. 

También los ecosistemas creados por el género humano merecen respeto. La masa vegetal que se ha perdido en el casco municipal de Cuatro Ciénegas, requiere mucho más que mi réquiem personal. 

Hay que encontrar consensos en lo local que vayan aparejados a la mirada de la globalidad. Hay que poner en valor las querencias y a los querientes. 

Son los cieneguenses quienes tienen la primera y última palabra sobre cómo comprometerse para buscar  un equilibrio hídrico en la zona que comparten con otros seres vivos, que no demerite los equilibrios social y económico. De otra manera la sustentabilidad estará incompleta. Hago un llamado respetuoso a los cieneguenses para potenciar los canales de participación social existentes y establecer nuevos si fuera preciso, para refrendar con compromisos consensuados entre las autoridades y ellos, el lema de su escudo de armas: Siempre fieles a su tierra.

Si los ecosistemas hubieran sido importantes desde antes, no estarían devastadas casi todas las selvas mexicanas

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