Medicina sin ética

Opinión
/ 2 octubre 2015

He escrito muchas veces acerca de los vínculos entre ética y medicina y discutido otras tantas sobre la imposibilidad "de ser" de la medicina cuando se aleja de principios éticos mínimos. 

La semana pasada critiqué la inutilidad de las disculpas ofrecidas en mayo de 2012 por la Asociación Médica Alemana en relación a las atrocidades cometidas por médicos nazis. Hubiesen sido bienvenidas cuando los actores vivían y ejercían; de poco sirve condenar a muertos y de nada sirve disculparse cuando la mayoría de las víctimas murieron o no se les compensó en el tiempo adecuado. 

Mientras escribo estas líneas la prensa informa acerca de la inauguración de un monumento dedicado por Alemania a los gitanos asesinados por los nazis. Medio millón de gitanos fueron exterminados; un número indeterminado fue objeto de experimentos raciales, dentro de los cuales destacaban esterilizaciones sin consentimiento, inoculación de bacterias, ensayos de medicamentos, y pruebas de resistencia a fríos extremos. 

Los "científicos" nazis ejercieron su oficio en diversos campos de concentración, y salvo 14, de los cuales siete fueron ejecutados en 1947 en el Juicio contra los Médicos, el resto, quizás miles, continuaron ejerciendo su profesión. Haberlos condenado, quizás hubiese, sólo quizás -la maldad humana y la injusticia son infinitas-, servido como lección para advertir a los médicos acerca de las posibles condenas cuando violen principios éticos y cometan crímenes de lesa humanidad. Tanto en el pasado cercano como en el presente sobran ejemplos de médicos cómplices y partícipes de torturas, de galenos que realizan experimentos mal diseñados o desprovistos de códigos éticos en poblaciones vulnerables o pobres, y de doctores sometidos que violan la ética por las amenazas provenientes de poderes omnímodos. 

La "insanidad ética" ejercida por médicos es amplia. Sobran ejemplos, muchos de ellos "vivos". La participación de galenos estadounidenses en las cárceles de Guantánamo -Obama falló: prometió cerrarla y no lo hizo-, de Abu Ghraib y de Afganistán; los atropellos y estigmatización contra homosexuales en Egipto; la revisión de jovencitas y mujeres para comprobar si son o no núbiles en Libia y Jordania; la participación del personal de salud, en diversos países africanos en algún momento del proceso de infundibulación; la implicación activa de galenos en China para mantener con vida el tiempo necesario a los prisioneros condenados a la pena de muerte, con el objeto de que se les extraigan todos los órganos en condiciones óptimas para trasplantarlos, con celeridad, a los recipientes extranjeros que aguardan para recibir pulmones, riñones o hígados en los quirófanos vecinos (al reo se le da un balazo y se le intuba inmediatamente). 

Además de las aberraciones mencionadas sobresale el papel del médico torturador, cuya misión, para los sátrapas, es fundamental: impedir la muerte y evitar que se dañe en exceso a la presa ydeclare lo requerido. Los galenos reducen las cicatrices al mínimo, examinan a los enfermos para saber "hasta dónde" pueden continuar los torturadores, monitorean signos vitales y los "reviven" o mantienen en condiciones adecuadas. 

La World Medical Association publicó en 1974 la Declaración de Tokio Contra la Tortura. Se calcula que en 100 países se ejerce la tortura. Se ignora en cuántos colaboran médicos, pero seguramente participan en la mayoría; casi la mitad de las personas que sobrevive confirma la presencia activa o pasiva de galenos durante la tortura. Debido a que ningún médico estadounidense ha sido declarado culpable tras los sucesos de Guantánamo, Irak y Afganistán, muchos activistas consideran fundamental revisitar y actualizar la Declaración de Tokio Contra la Tortura (la última versión es de 2006). 

Las condenas contra médicos partícipes en torturas son escasas. Se revocó la licencia a seis médicos chilenos por haber colaborado con el régimen de Pinochet; cinco médicos uruguayos fueron cesados cuando la Junta Militar fue expulsada y dos médicos sudafricanos fueron condenados por no haber intervenido en favor del activista por los derechos civiles, Steve Biko, quien murió debido a la brutalidad policiaca. Debe haber otros informes; los desconozco. 

Además de la nefasta participación médica en experimentos en seres humanos sin reglamentos éticos y durante la tortura, existen otras lacras. Destacan los dobles raseros utilizados en investigación dependiendo de la población -menor cuidado, por ejemplo, con africanos-, o el ocultamiento de datos como el tristemente célebre Estudio Tuskegee sobre la sífilis no tratada, efectuado entre 1932 y 1972, donde se omitió tratar a negros estadounidenses infectados por sífilis debido a que los galenos consideraron que si los curaban se perdería una oportunidad única para conocer la evolución de la enfermedad; en el mismo tenor, en 2010 se reveló la inoculación de sífilis y gonorrea por médicos estadounidenses en población indígena guatemalteca. 

Son evidentes los tropiezos éticos de la medicina. No se requiere refundar la ética médica. Se requiere revitalizarla, enseñarla en las universidades y castigar a quienes la infringen.

Arnoldo Kraus 

Médico

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