He pecado. y disfruté
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Un acto de contrición. Tardé más de una década para llegar al arrepentimiento, que no el verdadero pues me gana aún la risa, pero reconozco la desviación de mis actos.
Fíjese querido fabulero que no existe un fenómeno más mórbido y satisfactorio que el engaño al incauto, que éste caiga y que uno esté ahí presente para ver la decepción.
Llámele usted perversidad, goce ante el bochorno ajeno o un simple: te chin.
El asunto es que algo así estoy por revelar.
Mi engandrijo ocurrió en una noche de Año Nuevo pero de hace ya inconfesables años. La que escribe tendría unas 22 primaveras y festejaba el advenimiento de 1997 como mi edad lo obligaba: briaga, eufórica y sin el más mínimo sentido del recato.
Como cada año en ese entonces, la fiesta discurría en Acapulco. Uno iba a casa de algún potentado a cenar y beber la primera champaña del nuevo año. Con uva en mano procedía a contar el 12, 11, 10. De ahí, con fiesta y bebida en mano, migraba de morada en morada para seguir tomando cual si el mundo en verdad se fuera a acabar. En esos tiempos la "bahía más bella del mundo" era aún un edén y varios "camajanes", para seguir con el lenguaje tabasqueño, abrían sus casonas a propios y extraños.
La familia Adelina procedió en aquella ocasión a festejar en la casa de los Sada, vidrieros conocidos. Ya luego, la que escribe y su mejor amiga de juventud, Nat, abordaron auto y huyeron en busca de la mejor fiesta: la de los Alemán.
Nat, era -y es- bella por dentro, pero igualmente hermosa por fuera. Imagine usted: se trataba de una espectacular rubia, de ojos verdes, con piernas torneadas a base de rutinas diarias de ballet, una caballera que le descendía hasta la cintura y una boca que si no pecaba invitaba en todo momento a conquistar el infierno.
La que escribe era también a su vez una rubia, menos espectacular, con unos 15 kilos de curvas que en mi juventud fueron motivo de tremendos complejos, pero que hoy entiendo, representaban un atractivo visual -sexual, pues. Los hombres, como cuando van en carretera, prefieren recorrer caminos curveados peligrosos.
Bueno, pues ahí íbamos el par de tentaciones, felices, contentas y dueñas de Acapulco. A eso de las 6 de la madrugada y ya con la luz del día alumbrando nuestra ruta, emprendimos el regreso al condominio en Acapulco Diamante. Cantábamos eufóricas "Iwannawishyouamerry X-mas" cuando un auto se nos emparejó en plena Carretera Escénica. Era un par de juniorsillos atraídos por el escándalo de nuestras caballeras doradas. Saludaban y nosotras, canijas, correspondíamos, sonreíamos, cantábamos y ¡oh, gran ocurrencia!: les hablábamos en francés. No sé si el par de chamacos frotaron sus manos, pero los ojos les brillaron exaltados ante la idea de ligar a un par de europeas, moral y sexualidad, muy abierta. Para coronar nuestra trampa con cereza en el pastel: gritamos por la ventana con un inglés muy afrancesado: `folllouuu(w) us FUCKERRRRSSSS'. Sí, sí. No solo siguieron la instrucción sin chistar y pusieron su auto tras del nuestro. Los "fuckerrrs", con "ere" muy arrastrada, entendieron bien el término -imagino que ¿cumplidores? o algo así- y le aplastaron al acelerador.
Llegaron tras de nosotras hasta la entrada del Playamar donde vivíamos. Entramos triunfales pero el guardia no los detuvo tras nuestro ingreso. Extraño, pensamos, y luego ¡zas!: en el inglés que pudieron explicaron que ellos vivían ahí también.
En vez de asustarnos, el par de güerejas nos envalentonamos.
Ya encandiladas en la mentira continuamos:
-Alló ¡fuckerrrrs!. ¡Venez! (vengan, ¡ups!)
Como loquitos, sacudiendo el rabo cual perros sumisos, corrían detrás de las dos. Dimos la vuelta a la piscina con nuestro par de falderos. Seguíamos en el grita grita:
-¡¡Allez les fuckersss!! Venez, venez.
Con señas apuntamos al apartamento. Ellos casi arrancándose camisas corrieron al ascensor y subieron con nosotras. La Nat y yo, risa y risa, en nuestra caracterización de parisinas.
Una vez alcanzado el PH, descendimos. La que narra abrió con paciencia ofensiva la puerta. Ingresé. De un brinco pasó Nat. Luego, ambas nos paramos en el marco de la puerta viendo de frente al par de hombres bramosos y babosos. Sonreímos. Volvimos con el cautivador
¡¡¡Fucckerrrrrs!!!
Y casi a coro, sin practicar, pero en perfecta sincronía, rematamos:
-¡Están pero bien pendejos! A dormir, queridos fuck yous.
Y cerramos de golpe la puerta en su nariz.
Hoy pienso en mi acto cruel. Pobres hombres. Jugamos con sus sentimientos y, peor aún, con su calentura. Y es que el engaño para prevalecer, no solo necesita de un buen embaucador, requiere de una contraparte insulsa y muy ávida de espejitos que nunca reflejen la realidad, solo sus anhelos.