Del viejo Ateneo

Opinión
/ 16 marzo 2013
true

Iniciaron ya los trabajos de construcción de la nueva plaza de San Francisco. A la antigua placita se unieron los terrenos del antiguo Ateneo Fuente y la calle del mismo nombre, para hacer un gran jardín en honor de la prestigiada institución, cuyas aulas e instalaciones funcionaron en dicho lugar durante 65 años. Sería difícil romper la costumbre del nombre "plaza de San Francisco" con el cual se conoce al actual jardín, aunque su nombre oficial sea plaza Zaragoza, para imponer al nuevo un nombre que recuerde permanentemente a nuestro querido Ateneo.

Cuando el Ateneo se instaló en el lugar, el edificio ya era viejo. Era un antiguo convento franciscano y funcionaba ahí el llamado Colegio Departamental conocido como Josefino, sostenido y dirigido por el padre Manuel Flores Gaona. Para recibir al Ateneo, fue necesario hacerle algunas adecuaciones, por lo que durante los tres primeros meses de su existencia, la nueva institución fue alojada en un edificio ahora conocido como Casa Carrillo, en la calle de Juárez frente al Palacio de Gobierno, ocupado hoy por la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Autónoma de Coahuila.

Concebido el Ateneo en sus inicios como un internado para recibir alumnos de todo el Estado, becados obligatoriamente por los municipios, en aquel edificio se adecuaron además de aulas y salón de estudios, un refectorio y dormitorios. Éstos se encontraban en el ala sur, detrás de la cual había una extensa huerta. En el lado norte estaba la puerta de entrada, y a ambos lados de la misma las aulas y los distintos departamentos, cuyos corredores encuadraban un patio con jardines arbolados y una fuente al centro.

Cuento, a propósito del viejo edificio del Ateneo Fuente, una anécdota relatada por don José García Rodríguez, director de la institución en varias ocasiones, a partir de 1902 y hasta su fallecimiento en 1948. En un texto titulado "Remedio suficiente", narra que los estudiantes le pusieron el nombre de "El Capitolio" al dormitorio más amplio porque estaba más alto y había que subir unos cuantos escalones para adentrarse. El dormitorio se ubicaba en el ala sureste de los corredores -hacia la esquina que hoy forman las calles De la Fuente y Guerrero-, y era un salón de dos naves, divididas al centro por recias columnas de madera. Las camas se alineaban en cuatro filas, dos sobre los muros y dos a lo largo de las columnas, y entre ellas sólo había espacio para un buró, un baúl y una silla. Debajo de cada cama había una bacinica de peltre.

Uno de los ocupantes del Capitolio era Cándido Daniel, un estudiante de Leyes originario de algún pueblo fronterizo del estado. Cándido era moreno, grueso y de poca estatura, pero muy ágil, ingenioso y jovial. Era el que ponía los apodos a los compañeros y el autor de las travesuras y ocurrencias más divertidas. Un día, sustrajo de la despensa tres pilones de azúcar, dos docenas de botellas de vino tinto y una buena cantidad de canela. Vació las botellas en la fuente del patio, agregó los pilones y la canela, y la acabó de llenar con agua. Luego instaló un cartel invitando a tomar un delicioso vaso de sangría.

Aquel Cándido Daniel era genial. Su familia le enviaba periódicamente jamoncillos, nogadas y charamuscas de su tierra. Sus vecinos de dormitorio siempre se las robaban, aun guardadas bajo llave en su baúl. Un día, harto ya del asunto, puso las golosinas dentro de la bacinica y la colocó sobre su buró. Santo remedio. Nunca más volvió a sufrir un atraco a sus dulces.

La anécdota es una historia más entre los cientos guardadas en los muros derruidos del viejo Ateneo y, acaso, una de las pocas de aquella época, fines del 19 y principios del 20, que quedaron para la posteridad impresas en el papel.

edsota@yahoo.com.mx

Profesora de Lengua y Literatura Española. Dirigió el departamento de Difusión Cultural de la Unidad Saltillo de la UAdeC. En 1995 fue invitada por la Universidad Tecnológica de Coahuila, unidad Ramos Arzipe, para encargarse del área cultural, que incluía la formación del Centro de Información y cuatro años más tarde vendría la fundación del Centro Cultural Vito Alessio Robles, recinto que resguardaría la biblioteca de su padre, y donde hasta hoy labora.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM