Algo huele mal

Opinión
/ 2 octubre 2015

Tranquila yacía aún en cama, cuando en la pantalla televisiva me enteré del notición: ¡No más mier. en los parques de la Ciudad de México! Ajá. ¡Agárrense de sus perros! que ahora el propietario de un canito que sea percibido por las calles de la colonia Cuauhtémoc chiflándole al horizonte mientras pretende no ver el regalo decorativo que su criaturita le entrega a la acera, será sancionado hasta con tres días de prisión.

¡Pasumecha! Cuántas veces habré recorrido el parque México en compañía de Bruno, el primogénito de la camada, levanté sus gracias y tras hacerlo, padecí desgracias. Se las cuento. Pero advierto.

Querido lector: lea estas próximas líneas con cautela o no las lea. Su Adelita es algo escatológica y, aunque no desea tirarse en el diván, estipula que la culpa es de su padre. Desde que tengo uso de razón, la caca formó parte de sus conversaciones diarias. Dada la leperada del jefe de la camada y la pasividad de la Fiera, que dominaba sobre todo menos el terrible vocabulario de mi padre y su propensión a escandalizar diciendo puercadas, las hijas Adelinas heredaron una pequeña dosis de la perversión escatológica paterna. No ahondo en detalles, pero si algo nos provoca risa es discutir sobre nuestras digestiones y cuanto mal intestinal tenga sometido a algún conocido. Esto advertido, prosigo.

La Condesa y la Roma, guarida, en gran parte de los casos, de los hogares no "convencionales" -padre padre perro; madre madre perro; solter@ perro; amasiatos perro- empezaban a oler muy mal. Una caminata por el Parque México o España podría compararse con un recorrido en campo minado. Todo aquel que ponga pie en el parque corre el riesgo de salir con el zapato encacado. Esto muy a pesar de que hace más de década y media, en esa misma demarcación vimos al ex delegado, Jorge Legorreta (QEPD), sostener bolsitas plásticas para mostrar la técnica del levantamiento de popis. Los camellones de las calles de Nuevo León, México, Michoacán y casi todo el circuito peatonal de la colonia se llenaron de botes con pedestal y canastilla a la altura de la cintura para recibir los kk-bolsos. Posteriormente, otro delegado, cuyo nombre ni siquiera guardé en la memoria, descubrió la ecología y aprovechó el ánimo orgánico de los vecinos para instalar grandes depósitos de "composta" (caca medida en tambos) porque alguien avisó que promover el uso de bolsitas pláticas para tanto desecho canino condenaba al planeta por el resto de sus días. Finalmente, los gobiernos de Andrés Manuel y Marcelo inventaron un listado de buenos deseos llamado Ley de Cultura Cívica.

Hasta ahora ningún policía ha castigado a los vecinos con perros cagones ni mucho menos a los que llevan perros sueltos (sí, trae jiribilla).

Por ello, muerta de risa, escuché al delegado de Cuauhtémoc amenazar a vecinos con el clásico "es tu perro, tú lo limpias".

Muy válido. Eso de andar por la calle y pisar un cake es de las cosas más terribles que pueda enfrentar un ser humano sólo después de que te vomite un bebé en el avión.

Pero iba a confesar mis desventuras en el levantamiento de heces. La primera. Calle Quintana Roo a unos metros del condesino apartamento. Suena el teléfono. Es Griselda: "Hola princesa, ya tengo tu boleto y vienes a Dallas al bautizo de Sebastián". "¡¡Uff!! Qué padre, tengo chamba, pero. (instante en el que Bruno deposita una montaña café oscura del tamaño de su intestino grueso y la que escribe se acerca, teléfono en una mano, bolsita y correa en la otra. Inclina la cabeza para sostener con hombro y barbilla el auricular mientras se agacha para recoger la asquerosidad) . "pero ¡ahhhhhhh!" La conversión nunca terminó. Mi teléfono rosa fosforescente cayó y se hundió en el volcán de excremento canino. Observé con una lágrima en los ojos la tragedia: contactos o caca; contactos o caca. Me tomó un mes recuperar mi directorio telefónico.

Segundo episodio. Camino con tres perros por la Condesa. Bruno, Canuta y Maka. Ya no son nuestros rumbos, pues dejamos la vida alternativa y junior-hip por una llena de obras viales en el sureño hogar. Ingresamos por el lago de los patos donde está un cuadrado de tierra en el que perros juegan sin correa y sin control. Canuta se hace de un amigo. Se siguen, se revuelcan y finalmente ella regresa con el ánimo de ser acicalada. Me pongo de rodillas. La sacudo y huele mal. Muy muy mal. Ella es rubia, pero su espalda es café oscuro. Acerco la nariz y compruebo que estoy frente a un lomo enlodado. Respiro consolada, pero nuevamente ese olor. Le veo los colchonetes de las cuatro patas y volteo hacia atrás para comprobar que mis zapatos están libres de aquello. Me reincorporo. Qué mal huele. Retomo mi senda. La gente me observa y ríe. Qué peste, pienso ignorando las miradas. Paro. Saco una bolsa de plástico para levantar la obra de Maka y ¡ahhhsupuritanamadre! Mis rodillas están embarradas de pura caca. Eso de hincarse, ya vimos, sólo conduce a las más tremendas humillaciones.

En ambos relatos la que escribe cumplió la ley. Aún así, nada, nadie ni la amenaza de cárcel, me salvaron. Por ello, yo le apuesto a la sabiduría fabulera por encima de una ley trapera. Ojos que no ven. zapato lleno de caca. Tan tan.

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