La cucaracha gacha

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La misma canción establece que la escasez de cannabis sativa agravó la condición del animalito hasta dejarlo completamente postrado
Realizo incontables esfuerzos de la memoria, me extravío en los laberintos del tiempo, naufrago en los océanos de la nostalgia intentando recordar y concluyo que, necesariamente, escuché por vez primera la palabra "mariguana" como parte de la letra de la folclórica, colorida y consabida canción "La Cucaracha".
Como sabemos, a aquel trágico blátido que da nombre esta pieza del dominio público se le atribuía cierta distrofia motriz que le impedía desplazarse como la prestancia y rapidez de mejores épocas. La misma canción establece que la escasez de cannabis sativa (con que mitigaba sus malestares) agravó la condición del animalito hasta dejarlo completamente postrado.
El desenlace, lamento informarle, fue funesto ("Ya murió la cucaracha, ya la llevan a enterrar."), sin embargo deja constancia de las propiedades terapéuticas de la mentada yerba.
Pero no nos interesa discutir si la verdolaga sagrada tiene valor medicinal o al menos paliativo para diversas dolencias.
¡Qué chiste! Si puede mejorar la calidad de vida de un enfermo hay que ser un auténtico descerebrado para oponerse a su uso y consumo.
No. Lo sabroso del debate está en asumir la mota como mero elemento recreativo.
Y todo lo que habría que respondernos para adoptar una postura (como sociedad más que como individuos) es: Legalizándola. ¿vamos a estar mejor, igual o peor que nunca?
Y la verdad es que sería relativamente sencillo contestarnos -hasta eso, de una manera más o menos objetiva- a tan crucial interrogante.
Por desgracia, determinar si "X" nos va a resultar en "a", "b" o "Do sostenido menor" tiene que pasar por incontables retenes, como son los del prejuicio, el miedo, el interés propio, el interés político, etcétera.
Por ejemplo, si se pudiera demostrar cabalmente y fuera de toda duda razonable que despenalizar el cultivo, acopio, traslado, venta, portación y consumo de la verde no nos acarrearía consecuencias económicas o sociales (inseguridad incluida) qué lamentar, aun así nos toparíamos con las objeciones de quienes ven todo este asunto desde un punto de vista moral y lo consideran contrario a la decencia.
¿Cómo argumentar contra ello? O mejor dicho: ¿Cómo emplear posibles argumentaciones contra meras apreciaciones subjetivas? ¿Cómo ponerlas en la misma mesa de discusión e intentar llegar a algo, sin enfrascarnos en un estéril antagonismo?
¡No, pos yastuvo!
Además de la moralina, cualquier intento serio por legalizarla tendrá que superar el miedo asociado a esto. Para un considerable segmento de la población el paradigma es inamovible: más drogas, más crimen, más violencia. Pero ello no ha sido demostrado, e incluso, la experiencia en otros países parece aportar evidencia en un sentido contrario.
Pero el miedo es el miedo, no se da el lujo de ser racional. Otra vez: ¿Cómo pactar con alguien embargado por el temor? Intentarlo siquiera se antoja una total pérdida de tiempo.
Por si lo anterior fuera poco, muchos políticos, funcionarios, gobernantes, legisladores (quienes de verdad tienen voz y voto en todo este brete) desdeñan argumentos en favor o en contra, simplemente se decantan por la postura más popular, la que tiene menor costo político. Saben que hacer lo contrario (aun si es en beneficio de la Nación), se paga con votos.
Pero entonces ¿debemos dejar las decisiones trascendentales al criterio de los moralistas, los timoratos, y la complaciente demagogia?
En honor a la verdad, ello me parece más peligroso que la mariguana en sí misma.
petatiux@hotmail.com