Las jornadas del penal (2)

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Viejo penal del Estado por la calle de Castelar, ¿de qué tamaño son tus historias?, ¿de cuánto tus secretos y tus sitios?
Refieren los historiadores que el modelo para hacer el edificio fue tomado de la cárcel de Filadelfia en EU. Los tres pisos frontales del mismo se convertían en seis niveles y cien celdas, con una escalera principal en donde estaba la mentada noria, aquella tan socorrida por los vecinos.
La cárcel se terminó en la administración de Evaristo Madero, y durante los años de la revolución se inició también su etapa de leyendas.
Cuentan que los huertistas que custodiaban el penal, al verse rodeados por las tropas de Villa, decidieron abandonar el edificio dejando en custodia una leona que durante varios días cuido que nadie escapara del sitio. ¿De dónde habría salido el animal?
Tampoco se sabe aquello de que los villistas terminaron devorando al animal, lo que sí me consta es que al sitio le decían "La Leona", hasta que el edificio fue derrumbado.
En época del gobernador Eulalio Gutiérrez fue iniciada la construcción del nuevo penal que recibiría el nombre de CERESO, en un plan trazado por Sergio García y Oscar Villegas, a fin de dotar a la penalidad criminal de un nuevo concepto: el de la readaptación social.
Diariamente, por cerca de dos años, los vecinos del lugar, y sobre todo mis padres y Luzma, Cecy, Fer y Jaime, tuvimos que soportar el rugido del endemoniado mofle del autobús que transportaba a los reos al nuevo sitio, ya que ayudaron en la construcción del CERESO. Los "runes" del camión iniciaban a eso de las siete de la mañana.
Años adelante en su despacho Don Antonio Quijano, quien fungió como director en esos años, me comentaba que se dedicó a elegir a los reos que apoyarían la construcción seleccionando a los que eran nativos de Saltillo, luego por tipo de delito y reporte de comportamiento, de tal manera que 40 reos eran vigilados por solamente 6 guardias y nadie se les escapó.
El movimiento de reos al CERESO fue un espectáculo dantesco. Al inicio los reos de "confianza" atravesaban la valla de soldados y celadores que existió entre la entrada principal y la puerta del autobús, no recuerdo la población del penal en esos años, pero fácilmente el camión se aventó más de 20 vueltas.
Después los reos de peligro, individuos de rosto lambrosino y aspecto retador, que llenos de cadenas se abrían paso para encaminarse al nuevo edificio, en eso estábamos cuando la voz de Doña Lupe, mi abuela, interrumpió la expectación y nos remitió a la casa para terminar observando el movimiento desde la ventana de la sala, la advertencia de mi querida abuela fue sentencia: "¡Quítense de ahí, porque luego van a soñar con los presos en la noche!".
No tuvimos, de inicio, la magnitud de los daños que causaría la construcción de la nueva Tesorería del Estado, sino hasta que amanecimos cubiertos de polvo un día y después cuatrocientos dos más.
El derrumbe del penal también lo fue de la tienda de Luis Rivera, la casa de los Ochoa y de la Tía Cata, una casa solariega, de cuento, en donde quedaron enterrados recuerdos imborrables. Recuerdo un día a Catalina Rodríguez que, con mazo en mano, destruía los ventanales ancestrales de su casa para evitar la rapiña que pretendía hacer el Gobierno con éstas. Cata, una mujer excepcional, de esas labradas a mano, tesón, coraje, amor, solidaridad y valor civil.
También se fue del barrio Don Antonio Gutiérrez Dávila, de quien era común enviar a las secretarias del Juzgado con mi madre: "Señora Chita, dice el Juez que si nos presta el molcajete porque se le antojó un guacamole". Después me entere de la sabiduría de ese hombre a mi paso por el Ateneo, la Facultad de Jurisprudencia y el litigio. Ellos se fueron con el polvo, como alguna vez nos tocará a los otros. Viejo penal y barrio de Castelar, en prenda va mi recuerdo.