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Opinión
/ 2 octubre 2015

Una de las preguntas que se hace una y otra vez a cualquier escritor es qué autores lo han influido.

Aunque poco original, sigue siendo una pregunta interesante; el problema es que planteada así resulta demasiado simple. Conviene por lo menos dividirla en etapas. ¿Cuáles fueron los autores (o los libros) con los cuales descubrió el placer de leer historias? Después, ¿cuáles fueron los autores que le mostraron lo que la literatura es capaz de tocar? Más adelante, ¿cuáles son los autores a los que admira? Y algo diferente aunque a veces se confunde con lo anterior, ¿cuáles son los autores que cree que han influido en la manera en la que usted escribe?

Hay dos denominadores comunes en las respuestas que los escritores suelen dar. Uno es que los grandes autores de cada género, sea por honestidad o por obligación, casi siempre aparecen en algún momento. 

El otro es que nadie comenzó leyendo a Tolstoi ni a García Márquez, ni a Flaubert ni a Kafka: para apreciar esa literatura es necesario tener cierto bagaje cultural, emocional e intelectual. Los libros con los cuales se descubre la emoción de leer suelen ser de aventuras. Hay autores universales en esta categoría, como Verne y Salgari, y a ellos se añaden los de la literatura local de cada escritor.

Los escritores coinciden también en que lo que los hizo comenzar a escribir fue el deseo de leer más aventuras de un personaje -por eso comenzaron tomándolos prestados-, o escribir una historia semejante -por eso comenzaron fusilándose lo que acababan de leer. En ambos casos, y sin darse cuenta muchas veces, intentaban escribir los libros que querían leer.

Hay sin embargo una pregunta que casi nunca se hace a los escritores. Lo curioso es que, a poco que se ponen a pensar, suelen encontrar una respuesta precisa:

¿Cuál fue el autor infame, el libro-bodrio, cuya lectura lo hizo convencerse de que usted también podía ser escritor?

Los escritores consagrados suelen reconocer que más de una vez se desanimaron en sus inicios, convencidos como estaban de que jamás alcanzarían el nivel de sus héroes literarios. 

El sentimiento, ahora lo saben, es comprensible: lo que se encuentra en los buenos libros es el trabajo de mentes maduras y artesanos entrenados en su oficio. Escribir una novela memorable parece una barrera imposible vista desde los quince años. ¿De dónde viene tanta imaginación, cómo se les ocurrían tantas cosas a los grandes maestros, cómo fueron capaces de plantear el argumento de una manera tan interesante? 

En ese momento nadie les dijo que esos autores consiguieron esos libros tras veinte, treinta o cuarenta años escribiendo todos los días, y cuando ya tenían la experiencia de vida que dan los años y el mundo -además de centenares de libros leídos.

Nadie les dijo tampoco que a los quince años Tolstoi escribía tan mal como ellos.

El hecho salvador, sin embargo, fue toparse con un libro tan mediocre, que incluso ante sus ojos amateurs los errores resultaban evidentes. En ese maravilloso momento el entonces aspirante a escritor razonó así: este libro es bastante malo, y aun así lo publicaron, y hasta recibió aplausos. ¿Por qué diablos yo no podría convertirme en escritor también, si soy capaz de escribir mejor?

Es una epifanía que marca de por vida.

Supongo que lo mismo sucede en otros ámbitos. Pienso, por ejemplo, que a un adolescente que quiere ser director de cine, y que ha pasado la vida mirando películas ya no digamos maestras, sino tan sólo bien hechas, le parecen un mundo inalcanzable, que exige un talento y una capacidad fuera de borda.

¿Se encuentra usted en esta situación? Enhorabuena: desde hace unas semanas una película de Eugenio Derbez está reventando las taquillas mexicanas. Haría bien en irle a echar un vistazo. Y lo mismo aplica si quiere ser actor o guionista.

@luisalfredops / www.librosllamanlibros.com



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