¿Qué tipo de democracia queremos?

Opinión
/ 24 noviembre 2013

Con independencia de las decisiones a las que arriben, el Pacto por México (como espacio de encuentro de las principales fuerzas políticas, con el Poder Ejecutivo) y las cámara del Legislativo (representación política de todos los mexicanos), respecto de la reforma política y electoral que se ha procesado durante este año, vale la pena reflexionar sobre el rumbo que, como nación, le queremos dar a nuestra democracia.

En este país, como en muchos otros, la construcción de un sistema de gobierno democrático ha tomado tiempo, pero sobre todo ha exigido la participación de muy diversas fuerzas y experiencias políticas.

Lo que propongo es, simplemente, tomar en cuenta los hallazgos de los estudios comparados con el objeto de tener cierta claridad sobre las opciones que puede tener nuestra joven democracia. En esa tarea, el trabajo del profesor Arend Lijphart es una importante herramienta. En sus textos, desde los años sesenta, aportó interesantes resultados producto de la comparación del funcionamiento de los sistemas de partidos y de la cultura política en una interesante colección de democracias occidentales.

En una primera aproximación ofreció una colección de cuatro tipos de democracia: la centrífuga, la centrípeta, la consociativa y la despolitizada. Por supuesto, se pueden considerar como tipos ideales de democracia, pero también es posible identificar naciones y periodos históricos específicos en los que los ingredientes de estos tipos de democracia dominan (y/o dominaron) la escena. La democracia centrífuga se da en sociedades con cultura política fragmentada y élites que tienden hacia el conflicto; con frecuencia produce inestabilidad. Las democracias centrípetas se producen en sociedades con cultura política homogénea y élites que buscan la construcción de consensos. La consociativa aparece en sociedades con cultura fragmentada, pero con élites que privilegian el consenso. Cuando la cultura es homogénea y las élites tienden al acuerdo, se produce la democracia despolitizada.

Al desagregar las dos variables centrales de este análisis, el politólogo holandés, construye un par de grandes modelos de democracia: la mayoritaria y la consensual. Ahora, la comparación abarca múltiples dimensiones. La democracia mayoritaria implica un sistema de partidos que se dividen por una dimensión y, en consecuencia, tiende al bipartidismo; el Poder Ejecutivo es ejercido por el jefe del partido que tiene la mayoría de los legisladores y, en consecuencia, está formal y realmente subordinado a la representación política de la nación; por lo general, cuando existen dos cámaras legislativas, una de ellas concentra la mayor cantidad de facultades; el sistema electoral es de mayoría relativa y eso propicia que uno de los dos grandes partidos obtenga la mayoría parlamentaria; el gobierno es central y, en el caso de que existan, los gobiernos locales son débiles o se reducen a realizar exclusivamente actividades administrativas.

La democracia consensual, en cambio, se edifica sobre la base de un sistema de partidos de múltiples dimensiones y, en consecuencia, plural; con división formal y real de los poderes ejecutivo y legislativo; este último, se conforma de dos cámaras que de manera equilibrada comparten las responsabilidades legislativas; el sistema electoral es proporcional, o al menos contiene disposiciones que facilitan la representación de las minorías; los gobiernos locales son fuertes y ejercen una cantidad importante de poder político.

Resulta evidente que las democracias mayoritarias, que se originan en las centrípetas y/o despolitizadas, se gobiernen imponiendo legítimamente la voluntad de la mayoría del electorado que al elegir a sus representantes decidió el perfil del gobierno durante un periodo determinado. Por supuesto, si esa mayoría no se consigue en la siguiente elección, el perfil del gobierno cambia radicalmente; pues otro proyecto, antes de oposición, se hace mayoría. La alternancia, decidida libremente por los ciudadanos, es la característica fundamental que comparten, como posibilidad, ambos modelos de democracia.

Las consensuales se deben gobernar con las mayorías más grandes posibles. En consecuencia, el diálogo y la incorporación de las propuestas de las oposiciones en la agenda de gobierno, es lo frecuente. Este tipo de democracia tiende a resolver los problemas a los que conducen las tendencias centrífugas e implica una fuerte apuesta por la construcción de consensos. Sólo a partir de la negociación se logra conciliar las diferencias de una sociedad políticamente fragmentada, que se hace representar por una amplia pluralidad de opciones.

Pienso que en México la democracia mayoritaria se está quedando en el pasado. La consensual está aún en el futuro. Por supuesto, las tendencias centrífugas no se esconden y la despolitización es un riesgo. ¿Qué tipo de democracia queremos? ¿Cuál podemos construir?


Por Leonardo Valdés Zurita
El autor es exconsejero presidente del IFE

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