Maquiavelo en el PRI
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El PRI está en lo suyo: opera para mantener la Presidencia de la República en el 2018 con la guía de Maquiavelo
El objetivo de los partidos políticos es conquistar, ejercer y conservar el poder. En buena tesis democrática, el bienestar general se ve servido por la competencia partidaria y, sobre todo, por la participación activa de la ciudadanía en las elecciones y en la cotidianeidad de la cosa pública. Las dirigencias de los partidos actúan en función de su ganancia, y sólo cambian su comportamiento cuando la presión social se los exige so pena de castigarlas electoralmente. La disputa por el gobierno suele ser despiadada, diga lo que diga la axiología, y más cuando hay un juego de suma cero como en los regímenes presidenciales. La ciencia política, por cierto, a menudo comete el error de teorizar sin atender a la praxis, desconectando el deber ser de la realidad y soslayando a Maquiavelo, quien acaso escindió la política de la ética pero tuvo el acierto de tomar como punto de partida la condición humana y de reflexionar sobre la manera en que la perversidad desatada en pos del poder puede procesarse en bien de una comunidad.
Analicemos desde esa óptica lo que está haciendo el PRI en México. Se trata de un partido fundado como "entero" que en el siglo XX lo absorbió todo y se convirtió en responsable único de la gobernabilidad, algo que en una democracia cabal se comparte en un contexto pluripartidista. Por eso el priísmo tiene es su ADN el sentido de Estado, para bien y para mal. Para bien porque busca la preeminencia del poder estatal sobre los poderes fácticos y para mal porque, en vez de rechazar la corrupción, la subordina a las autoridades formales. He aquí la eficacia que esgrime: el gobierno manda y por eso resuelve problemas, porque tiene la sartén por el mango, porque nada ocurre sin su anuencia. En el 2000 perdió la Presidencia porque sus tecnócratas habían empezado a perder el control del país, y ahora que ha regresado está decidido a recuperarlo.
El debate preelectoral del año pasado sobre el riesgo de restauración del antiguo sistema político mexicano resultó equívoco. La discusión se concentró en la posibilidad de que un presidente priísta reconstruyera el viejo autoritarismo, y no se advirtió la probabilidad de que forjara uno nuevo. El PRI tiene a los políticos más astutos y sagaces de México y era un despropósito acusarlos de querer el regreso a un modelo anacrónico. Lo que intentan hoy es algo más sutil, que involucra, sí, someter otra vez a los gobernadores de su partido a la égida presidencial, pero que no pretende meter al Congreso en el túnel del tiempo. Su lógica es negociar una parte de su agenda con el PAN y otra con el PRD a fin de lograr dos cosas: sacar algo parecido a sus propuestas en aras de su proceder eficaz e inyectar enemistad entre sus dos principales adversarios para prevalecer sobre ellos. Así, las Cámaras seguirían divididas más o menos a tercios, pero ambos opositores pelearían entre sí al grado de volver a considerarse uno al otro la opción inadmisible para México. Es la conseja cesarista que engrosó el repertorio maquiavélico: divide y vencerás.
Veamos. El PRI, que necesita los votos de uno u otro para aprobarlas, adaptó su Reforma Fiscal a las demandas del perredismo y su reforma energética a modo de guiño para el panismo. Sabía que esas dos iniciativas le darían más o menos lo que quiere -recaudación y negocios con empresas privadas- pero también que en estos dos temas hay diferencias ideológicas de fondo entre el PAN y el PRD y que obviamente la dinámica del proceso legislativo abriría una grieta entre ellos. Los panistas resintieron el golpe tributario que perjudica a la frontera norte (uno de sus bastiones) y a las cámaras empresariales (sus aliadas) y los perredistas se sentirán agraviados por enmiendas que socavarán la potestad del Estado sobre el petróleo (uno de sus signos de identidad), las cuales probablemente se volverán más privatizadoras porque la marginación de los blanquiazules en la elaboración del paquete hacendario ha encarecido su apoyo y exigirán más apertura en el sector energético. Y esta riña puede hacer que el PAN y el PRD se inflijan mutuamente lesiones políticas de esas que tardan en sanar más de 15 días y en consecuencia se pueden desdibujar algunos acuerdos en una Reforma Política en la que hay coincidencias entre ambos para acotar el poderío tricolor. En términos de sus agendas reformistas todos ganarían, pero el priísmo obtendría un plus: dinamitaría los puentes entre sus dos principales rivales y sabotearía las alianzas electorales en su contra a las que tanto teme.
El PRI está en lo suyo: opera para mantener la Presidencia de la República en el 2018 con la guía de Maquiavelo. Bien harían el PAN y el PRD en acudir también al gran florentino. El problema no es el Pacto por México sino la forma de trabajarlo; en la medida en que panistas y perredistas refuercen su blindaje aliancista en sus negociaciones con los priístas podrán vacunarse contra el virus del encono que les quieren inocular. Y quizá consigan que la competencia partidaria se traduzca en bien común.
Agustín Basave
(El autor es académico de la Universidad Iberoamericana)
Twitter: @abasave