Si no es guerra, cómo demonios le llamamos a esto

Opinión
/ 2 octubre 2015

La fotografía de Micphotopress que Milenio desplegó en portada el sábado parece decirlo todo: 18 combatientes de las autodefensas michoacanas con armas largas, en posición de ataque, detrás de unos bloques de cemento en las afueras de Antúnez, apenas a 22 kilómetros de Apatzingán, capital del reino Templario.

Tomaron Antúnez. Dicen que van por Apatzingán. Sin gobiernos municipales que cuenten, con el gobierno de Michoacán vencido, si no es que en fuga, el gobierno del presidente Peña Nieto y el secretario Osorio Chong queda atrapado en una disyuntiva lúgubre: la ilegalidad de los grupos de autodefensa o el caos. Para tratar de sortear esa circunstancia, qué otra, recurre a la fórmula de Calderón: más soldados a la zona, más policías federales.

Las autodefensas sobrevivieron 2013 y se multiplican a una velocidad inaudita. Los Templarios no pudieron aniquilarlas y es claro que el gobierno, los gobiernos, no las persiguen.

Imposible discernir todavía a cuántas autodefensas promueven los gobiernos y a cuántas solo toleran. Hay evidencia, en cambio, para afirmar que en esa región de Michoacán, de México, se han institucionalizado los grupos parapoliciacos, paramilitares. Así se les conoce en la sociología política. Y en la historia universal. Hay evidencia, también, sobre cómo terminan estas experiencias.

¿O cómo diablos le llamamos a esto? La foto en Milenio el sábado. La Jornada, ayer: "Escenario de guerra en Michoacán". El País de ayer: "México enfrenta una guerra en Michoacán". Proceso de ayer: "La guerra de Peña Nieto".




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