Pichorra
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Se llamaba Felipe Salazar, pero nadie sabía que se llamaba así: todos le decían Pichorra. Ignoro qué significa esa palabra; no la registra ninguno de los diccionarios que tengo, y eso que tengo dos.
Pichorra nació en Yucatán. En Mérida, supongo sin poder asegurarlo. Y es que no hay biografía de Pichorra. Inútilmente busqué datos acerca de él en la ingente Enciclopedia Yucatanense, uno de los mayores monumentos de la cultura peninsular. Sus once gruesos tomos son tesoro; a duras penas se les puede ya encontrar, y valen un Potosí o más. Pero, como dije, esa gran obra no registra el nombre de don Felipe Salazar, alias Pichorra.
Debió haberlo registrado, porque Pichorra fue famosísimo poeta. Eso sí: tuvo musa de vida airada. Su inspiración la hallaba en cantinas y burdeles. Los versos de Pichorra tienen color subido, y son para decirse sólo en reuniones con amigos, cuando los contertulios han hecho a un lado la circunspección y las contertulias se han quitado el corsé de las conveniencias sociales. Entonces sí, con la desfachatez que se halla en dos o tres copas de tequila, y más en cuatro o cinco, se pueden recitar los versos de Pichorra.
¿Quién fue él? Ya dije que no sé. Debe haber nacido por los ochentas o noventas del antepasado siglo, quiero decir, del diecinueve. Deduzco eso de un epigrama suyo que encontré en un periódico de Mérida con motivo de ciertas investigaciones que hice para escribir un libro que anda por ahí, sobre Madero. Resulta que el Apóstol de la Democracia llegó a Yucatán en el curso de su campaña contra la reelección de don Porfirio. La gente recelaba de él; pensaba que era instrumento del propio Díaz, quien lo estaría usando para descubrir a sus enemigos en los que dieran su apoyo al fingido candidato opositor. Movido por tal sospecha Pichorra escribió esta décima:
Con tintes de evangelista
ha llegado un tal Madero
propalando, el embustero,
ser antirreeleccionista.
Pero bien salta a la vista,
y es claro como la luz,
que el tal no es nuevo Jesús
que se expone a cruel martirio:
es madero de Porfirio
para hacernos nuestra cruz.
Bien se ve que Pichorra era fácil versificador, dueño de ese gozoso desparpajo que pocos pueden alcanzar, atufados como andan de continuo por humos de pedantesca solemnidad. No era escritor profesional Pichorra. El editor de su único libro afirma que Salazar nunca tomó clases de Retórica o Poética. Tampoco fue Felipe alumno de don Miguel Rivero, competente maestro de Literatura a quien se conocía como El Rey del Soneto (esto se oye mejor que “El Rey del Cabrito”) a causa del dominio que tenía de esa difícil forma literaria.
Pero se me acabó el espacio. Mañana pondré aquí una de las enormes peladeces que escribió “Pichorra”.