Te debo una explicación

Opinión
/ 2 octubre 2015

¿Por qué los botones en la ropa de mujer aparecen al revés de los botones en la ropa de hombre? Vamos a dilucidar el grave asunto. En la Edad Media los botones eran cosa de lujo. Estaban hechos de oro o plata, de marfil o cristal, y sólo la gente rica los usaba. Los caballeros se vestían ellos mismos, pero las damas tenían doncellas o azafatas que las vestían. Así, los  botones de la ropa femenina estaban dispuestos de tal modo que quedaran al derecho no de quien llevaba el vestido, sino de quien se lo ponía a la que lo llevaba.

Doy ese dato peregrino como prueba de que todo tiene una explicación. En la misma forma creo poder explicar por qué las mujeres de Ramos Arizpe son tan laboriosas y trabajadoras. En 1886 Saltillo tenía 34mil 74 habitantes. De ellos 18 mil 696 eran hombres, y 15 mil 378 eran mujeres. En el mismo año Arteaga tenía 4 mil 789 vecinos, de los cuales 2 mil 872 eran hombres y mil 917 eran mujeres.

Ramos Arizpe, en cambio, contaba con 8 mil 265 habitantes, de los cuales 3 mil 734 eran hombres ¡y 4 mil 530 eran mujeres! Había más mujeres que hombres. Por tanto las mujeres tenían que aprender muchas habilidades si querían conseguir marido, pues había que atraer en todas las formas posibles a los pocos hombres disponibles. Por otra parte las que quedaban solteras, ajenas por eso a las tareas propias del estado matrimonial y de la maternidad, debían emplear su tiempo en otras actividades: hacer pan, tamales, chorizo; en fin a las variadas industrias mujeriles que han dado tanta fama a Ramos Arizpe. Todo, como se ve, tiene una explicación.

La lucha de los sexos existía aun en aquellos tiempos en que la cosa más ardiente que se veía en el cine era a Tom Mix besando en el pescuezo a su caballo. Sabía uno a qué atenerse, y no arriesgaba la salvación del alma por haber visto una película proterva. El Parroquial publicaba los domingos una lista de las películas que se estaban exhibiendo en los cines de la ciudad. Las películas en clasificación A eran Buenas para todos. El problema empezaba con las marcadas con la letra B, aunque todavía las podían ver los jóvenes. Luego venían las B-1 (Para mayores, con reservas); B-2 (Para mayores, con serias reservas); y B-3 (desaconsejables). Definitivamente no se debían ver las nefandas películas señaladas con la letra C: Prohibidas por la moral cristiana. A esa perversa categoría pertenecieron Las Tentadoras, de Louis de Funes, y La Torre de Nesle, que cuando se exhibieron en los años cincuentas fueron causa de eclesiástico anatema.

El padre Juanito quiso contrarrestar el nocivo efecto de las salas cinematográficas, y fundó en San Esteban el cinito. Si en la película aparecían el muchacho y la muchacha dando trazas indubitables de querer pasar de las palabras a los hechos, el sacerdote, que era quien proyectaba la película, ponía la mano frente al aparato y ajustaba la lente de tal manera que en su palma podía seguir los acontecimientos del film hasta que pasaba la escena peligrosa. Se anticipó el padre Juanito a Cinema Paradiso.

Feliz época aquella, de candidez e ingenuidad. En cambio en estos empecatados tiempos nuestros va uno al cine y ¿qué ve? Sexo, sexo, sexo... Y en la pantalla, sexo también.




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