El antílope de ébano

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Jesse Owens (1913 -1980) fue un deportista fuera de serie. En los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) fue el primer estadounidense en ganar cuatro medallas de oro: 100 y 200 metros, salto longitud y relevos de 4 x 100 metros.
Sus logros son trascendentales en muy diversos ámbitos, el testimonio de su dedicación es claro ejemplo del papel que juega la virtud del carácter cuando se trata de alcanzar sueños.
Bien lo dice Fenelón: “Las personas de carácter son infinitamente más raras que las personas de talento. El talento puede ser un don de la naturaleza. El carácter, es el resultado de mil victorias logradas por la persona sobre sí misma. El talento es una cualidad, el carácter es una virtud”.
A Owens se conocía como “el antílope de ébano” al ser, por muchos años, el hombre más veloz del mundo, irónica realidad pues fue un niño pobre y enfermizo de quien nadie hubiese pensado que llegaría a ser uno de los atletas más grandes de todos los tiempos.
La vergüenza del Hitler
Se cuenta que al ganar Owens, Hitler estupefacto y enfurecido, abandonó el estadio para no a estrechar la mano del atleta negro, quien triunfaba en medio de los racistas nazis, tirando a tierra la intención del régimen nazi de utilizar las Olimpiadas como propaganda, al demostrar al mundo el poderío y la superioridad de la raza aria.
(https://www.youtube.com/watch?v=HCmvDwDocrw).
El abrazo de la dignidad
Existe una hermosa historia paralela a su victoria, derivada de una sana rivalidad deportiva, me refiero a la profunda amistad que Jesse Owens sostuvo con Lutz Long, su adversario alemán en el salto de longitud. Deportista que, antes de la competencia, Hitler llamó para darle indicaciones precisas “por el bien de Alemania” de ganarle a Owens, pero eso no fue todo, también le ordenó abstenerse de tener cualquier contacto con él, al tiempo que debería dejarle claro al “negro” la absoluta superioridad de la raza aria.
Para sorpresa del dictador, Lutz Long no siguió aquellas indicaciones, pues se acercó a Owens como un igual, como un deportista más, demostrando así la solidaridad y armonía entre las razas y pueblos; situación que obtiene valor excepcional dadas las circunstancias en las que se produjo este gesto humano.
La crónica de ese día narra: “Los jueces trataron de descalificar a Owens...y le llevaron al límite de quedarle solo un salto por realizar. Jesse estaba nervioso y no encontraba un punto de referencia, no lograba pillar tabla, su referencia había volado con el viento. Entonces Lutz Long se sacó su propio jersey y lo colocó en el suelo en el punto en el que Owens necesitaba la señal. Y le dijo: “Eh Jesse...aquí, bate aquí con la pierna derecha y todo irá bien”.
El resultado: Jesse Owens realizó un extraordinario salto, Lutz Long quedó relegado a la segunda posición. El negro había derrotado al rubio alemán, ejemplo y orgullo de la raza aria.
El estadio quedó en silencio. Hitler se levantó y se marchó para evitar tener que darle la mano y felicitar a un hombre de color. Al bajar del palco Lutz Long se acercó a Jesse y se fundieron en un fraternal abrazo”. (https://www.youtube.com/watch?v=6FSbJH-Qk_s)
Cabe mencionar que ellos fueron amigos cercanos hasta la muerte de Lutz acaecida en 1943, haciendo realidad eso que el propio Owens comentaba: “los trofeos acaban corrompiéndose, los verdaderos amigos en cambio, no acumulan polvo”.
Valor ante todo
Jesse Owens llegó a declarar: “Hay que tener mucho valor para hacer lo que hizo Long aquel día. Hay que tener muy claro lo que es correcto y tener muchas agallas. Todos mis triunfos no tienen ningún mérito al lado de lo que fue capaz de enfrentarse Lutz. Todos aquellos jefazos, toda aquella gente....todo aquel desprecio... Ese es el verdadero valor”.
Luego humildemente comentó: “todo el oro de mis medallas no vale lo que la amistad que hice con Long en aquel momento”.
Sin embrago…
A pesar de sus logros deportivos Owens no fue apropiadamente reconocido en su propio país, así lo narra: “cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.
La prueba más contundente de esta injusticia fue que Owens volvió a trabajar de botones en el hotel Waldorf-Astoria, según él mismo lo expresa: “después de que llegué a casa de los Juegos Olímpicos de 1936 con mis cuatro medallas, se hizo cada vez más evidente que todo el mundo me iba a dar una palmada en la espalda, deseaba darme la mano, o invitarme a su suite. Pero nadie me iba a ofrecer un puesto de trabajo”.
Años más tarde Estados Unidos lo reconoció otorgándole infinidad de medallas, reconocimientos y encomiendas.
Hoy el mundo recuerda a Owens como el ser humano que, gracias a su victoria en Alemania, eliminó para siempre la “supremacía” de los blancos, abriendo todas las posibilidades para que atletas de raza negra tuviesen la visa para entrar al mundo de las competencias deportivas mundiales; también es reconocido por su deportividad y espíritu olímpico, pero sobretodo es respetado por ser un referente de la igualdad entre los pueblos y razas, por su ejemplo de tenacidad, constancia y, debido a la labor que emprendió en los barrios pobres de su país, por su generosidad con los más necesitados.
Derrotar al instinto
Owens solía decir en sus conferencias: “hay algo que le puede ocurrir a cualquier atleta, a todo ser humano; es el instinto de aflojar, de ceder ante el dolor, de dar menos que lo mejor de uno… El instinto de esperar ganar por medio de la suerte o cuando tu oponente no da lo mejor de sí, en vez de alcanzar y superar tu límite, que es donde se siempre se encuentra la victoria. Derrotar esos instintos negativos que afloran para derrotarnos es la diferencia entre ganar y perder, y enfrentamos esa batalla todos los días de nuestra vida”.
Indudablemente, Jesse Owens venció sus instintos negativos esforzándose hasta llegar a convertirse en testimonio de superación personal para la juventud.
Su biografía constata que tener sueños no es suficiente, más bien para que éstos se vuelvan realidad “se necesita una gran determinación, dedicación, autodisciplina y esfuerzo a toda prueba”.
Su vida también nos acerca a esas intolerables injusticas y discriminaciones que nos hacen inhumanos, violentos y cobardes, realidades que, en definitiva, no deberíamos permitir que continúen sucediendo.
Más que ayer…
El encuentro de Owens con Lutz es un hecho histórico de gran trascendencia, no solo por la victoria del norteamericano, sino por la humanidad que el alemán demostró ante el triunfo de su adversario; sin duda, en aquellos momentos aciagos Lutz sabía que su actitud le iban a traer tragedias y problemas descomunales, sobre todo por haber desafiado al mismísimo Hitler, lo cual realmente sucedió.
Ese abrazo es uno de los grandiosos testimonios de fraternidad, en donde la esperanza triunfa sobre el pesimismo, donde el bien aniquila al mal, donde se demuestra que la congruencia e integridad son posibles, donde la generosidad vence a la indiferencia, donde el encuentro arrolla al desencuentro; en fin, donde la luz desvanece la oscuridad.
“Si lo que hiciste ayer todavía hoy te parece grande, entonces no has hecho suficiente hoy”, acertadísima afirmación, y las personas que hacen no necesariamente lo que quieren, sino más bien lo que deben y en el proceso son generosas, entonces todos los días hacen lo suficiente, hacen más que ayer.
Así lo demostró Owens “el antíope de ébano” dentro y fuera del anillo olímpico. Pero también cotidianamente sucede cuando dos personas, a pesar de sus diferencias, se brindan un abrazo fraternal.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec. de Monterrey
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