Mirador
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2 octubre 2015

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El número uno decía siempre:
-Soy el número uno.
Esa jactancia molestaba mucho al número 2. También molestaba mucho al 3, al 4, al 5, al 6 y al 7.
El número 8 se retorcía todo al escuchar la vanidosa presunción del uno.
Cierto día todos los números se reunieron y acordaron abandonar al uno.
Lo dejaron, en efecto, y se fueron cada uno por su lado.
El número uno se quedó solo.
Y solo ya no fue el número uno.
Ni siquiera fue el cero, que es la nada.
Fue nadie.
Entonces aprendió una lección: nadie es el número uno.
¡Hasta mañana!...
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