El suicidio en Coahuila es una solución, no un problema.
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Se necesita estar loco, muy loco de atar para dedicarse a ese oficio tan vilipendiado como artístico; matador de toros. Los toreros son artistas de la muerte. Se miran de frente con los astados cada fin de semana y no hay poder humano el cual los guíe hacia otra profesión u oficio, digamos, mundano. Los matadores de toros no son gente cuerda, normal. El pitón de un toro de Miura se hunde como cuchillo en mantequilla en sus muslos o en su flanco izquierdo –el lado moridor del hombre, según José Revueltas– y todo lo arrebata.
Los toreros terminan en quirófano con heridas las cuales a usted o a mí lector, nos llevarían a la tumba. Pero no a ellos. En apenas una semana, aquel el cual fue cornado entre los gritos de los tendidos y el colapso de las féminas, se levanta de su lecho casi mortuorio y lo primero en pedir es un capote y preguntarle al médico ¿doctor, cuándo puedo torear, puedo hacerlo este domingo? Así es este arte. Así son los toreros. Se ven de frente con la muerte y no, no le temen. No tienen miedo.
Cuentan de un día infausto, una tarde infernal de calor en España. Específicamente el 28 de agosto de 1947. Ese día, la historia y la leyenda hablan de Lola Flores y una visión la cual se trocó en un mal presentimiento. Ese día la gran Lola Flores vio “caballos negros” en el cielo. Ver caballos negros en un cielo azul no es bueno. No lo fue. Ese día, escuchó por radio en una carretera polvosa, de un toro el cual había cogido a Manolete en Linares. El mayor mito del toreo estaba a punto de morir. Lola Flores tal vez ya lo sabía, por eso vio caballos negros en el cielo aquella tarde infernal de calor estival en una España desteñida y derretida. Lo demás es historia…
Los suicidas de Coahuila –seres humanos atormentados, atados por siempre al potro de la melancolía y la tristeza– se me figuran parientes cercanos de los toreros. A diario se miran frente a frente no con un astado, sino con la misma muerte. No tienen miedo. Es una lucha sorda, milimétrica, mortal, desgastante, donde el aguijón y picoteo del ave rapaz hiere y se ceba a tal grado en nuestra alma, la cual pide un momento de refrigerio, de reposo y este sólo llega en muchas ocasiones mediante una acción: la muerte. El suicidio.
Hoy 10 de septiembre es un día raro. Harto raro. Es el “Día Mundial para la prevención del suicidio”; se “celebra” por así decirlo –es absurdo, pero es el término– por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y tiene como finalidad el fomentar en todo el mundo compromisos y medidas prácticas para prevenir los suicidios. Suicidios los cuales en la Región Sureste (Saltillo-Ramos Arizpe y Arteaga) han hecho estragos. Tienen en jaque a las autoridades aunque estas no se dan por aludidas y evidencian una carencia total de salud pública mental y planes al respecto. El gobierno de Rubén Moreira no les ofrece nada. Nada.
Quien esto escribe “tocó la campana” de alerta en la columna “Contraesquina” la cual gentilmente me editan en VANGUARDIA los lunes, jueves y sábado, allá por las lunas de febrero. Lo hice de nueva cuenta en marzo, luego en sendos trípticos en mayo y junio… lo sigo haciendo al día de hoy. No se necesita una bola de cristal para “adivinarlo.” Era cuestión de observar, analizar y desgraciadamente, esperar a constatarlo. Una y otra vez aquí lo advertía: el suicidio era un problema grave el cual amenazaba con salirse de control. Así pasa al día de hoy. Suicidas en racimos de cuatro o más, los fines de semana.
Niños, jóvenes. Amas de casa. Adultos. Nadie quiere vivir en el supuesto paraíso adánico del Clan Moreira, nadie.
El domingo 7 de septiembre, dos suicidios. Un día anterior, sábado 6, uno. Se suicidó un joven de apenas 18 años, David Villanueva Ramírez. Al perecer, un conflicto amoroso con su novia fue la mecha para encender la hoguera. Se colgó. Según recuento de VANGUARDIA, van 63 al día de hoy en la región sureste. El año pasado hubo 54 en todo el año en esta misma región. El problema avanza. Y apenas vienen los días grises de otoño e invierno. El Gobierno Estatal ni siquiera lo reconoce en las 154 páginas del eje rector llamado “Plan Estatal de Desarrollo 2011-2017” la palabra “suicidio” no aparece. Oficialmente entonces, el suicidio no existe en Coahuila…
No es torero, pero ha tomado el toro por los cuernos, como forcado; es el joven Secretario de la Juventud, Carlos García Vega. Ha demostrado ser sensible al tema y estira, estira, lucha por acciones y presupuestos al respecto. Nada lo desanima. Ha tomado el tema y el problema como suyo. Lo agradezco. En la Secretaría de la Mujer, nadie. En el DIF, en teoría sensibles al “bienestar de la familia”, están ciegos, sordos y mudos. En Salud, área estricta del tema, se defenestró a Lauro Cortés quien se había comprometido con acciones inmediatas. En tres charlas con este escritor se notó de inmediato una cosa: sabía del problema. El actual Secretario de Salud, Héctor Mario Zapata es más político (“grillo” se le nombra en el argot) y ha mostrado una pasividad e indolencia de miedo. Nadie hace nada. Imagino, a nadie importa. La Iglesia católica de fray Raúl Vera, al no ver botín político ni reflector alguno, jamás ha tocado el tema… y a ellos debería interesarles la salvación de las almas atormentadas las cuales no encuentran alivio ni refrigerio en ese llamado Dios.
Como Lola Flores aquella tarde infausta en la cual el toro de Miura, “Islero”, cogió a Manolete en Linares y lo mató, los deprimidos, los tristes de alma y corazón, en lugar de ver pájaros en el cielo azul de Coahuila vemos “caballos negros.” El presagio es ominoso.
Luego de ver caballos negros desbocados, vendrá la solución: el suicidio. Dice la OMS hoy 10 de septiembre, alertar sobre la prevención en suicidios. Sí, pero en Coahuila vale pura chingada lo anterior. Es letra muerta.