Escatología del amor
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Muchos misterios hay en esta vida a cuyos secretos deseamos acceder. Desde la razón por la cual estamos aquí, hasta la inescrutable naturaleza del ronroneo de los gatos, pasando por la interminable discusión sobre la existencia de Dios y la razón por la cual debemos dormir; si algo nos rodea son incógnitas.
Y entre la multitud de variables imposibles de reducir a la elegancia de una fórmula matemática se encuentra el más esencial de los elementos gracias a los cuales persistimos como especie: el amor.
¿Cuál es la naturaleza del amor? ¿De dónde viene? ¿Cómo surge? ¿Cuáles son sus disparadores reales? ¿En verdad es un sentimiento o sólo una ilusión creada por nuestras glándulas? ¿Se trata apenas de un timo de nuestro sistema endócrino, secretamente gobernado por un gen egoísta, como lo ha planteado el teórico evolutivo Richard Dawkins?
Lo hemos dicho en colaboraciones pretéritas: los exponentes de todas las ramas del saber -y del no saber- han dedicado ingentes cantidades de tiempo y esfuerzo a la empresa -estéril hasta ahora- de dilucidar el misterio: el amor, simple y sencillamente, se resiste a revelarnos sus secretos.
Poetas, neurólogos, teólogos, astrólogos, profetas, adivinos, fisiólogos, especialistas en física cuántica, nigromantes, monarcas, filósofos y toda la colección de individuos recitados de corrido por el Flaco de Úbeda en su celebrada Todos menos Tú, han intentado descorrer el velo sin éxito.
Por intentos, desde luego, no ha parado. Por diversidad de estrategias, menos. Por imaginación para pensar y repensar la ruta de asedio, ni se diga.
Pero aún así. Aún con todo el coco invertido en capturar el algoritmo, nomás no se puede. El amor es una entidad cuyos efectos tenemos muy claros pero cuya naturaleza nos es completamente desconocida.
O quizá es así sólo para unos cuantos. Personalmente me inclino a creer en la existencia de un pequeño núcleo de individuos a quienes les ha sido desvelado el misterio pero, por alguna razón (envidia muy probablemente), se niegan a compartirlo con los demás.
¿Quiénes son esas personas? Los integrantes de las parejas formadas realmente para toda la vida.
No faltará quien salte aquí de inmediato y espete una sonora objeción: ¡las parejas de relación longeva no necesariamente permanecen juntas por largo tiempo debido a los efectos del amor!
Y tendrá razón quien así argumente. Pero, debo aclarar, no he realizado aquí una afirmación categórica, sino apenas esbozado una hipótesis necesitada aún de confirmación.
Una conversación cualquiera -como suele ocurrir con los descubrimientos de acá, su charro negro- me condujo a esta teoría Bueno, en realidad dejó de ser una conversación cualquiera cuando trasmutó en auténtico debate de corte escatológico.
Recién terminaba la cena con dos parejas de buenos amigos y la charla tomó el rumbo del aparato digestivo, razón por la cual una de nuestras interlocutoras -ya entrados en confianza- decidió compartir con nosotros alguna información sensible, seguramente protegida por la legislación sobre datos personales.
â¡Pues éste! âdijo refiriéndose a su maridoâ sale del baño y me grita: ven a ver ¡mira qué bonito me quedó!
De entrada, todos pensamos lo mismo: esta mujer está bromeando.
Pero no: para nuestra creciente sorpresa, los detalles puntuales comenzaron a fluir hasta dejar plenamente demostrada la vocación de nuestro amigo por la exhibición del producto final de sus esfuerzos digestivos y el orgullo con el cual lo hace.
Pero lo mejor estaba por llegar, cuando la evolución de la plática dejara claro cómo aquello no había sido una oportunidad para reprochar en público la conducta desagradable de un marido baquetón.
Porque cuando todos inquirimos al impúdico por su proceder, la respuesta nos dejó helados: Pues es que ella comenzó.
El episodio trajo a mi memoria de forma inmediata un diálogo entre el celebrado actor Morgan Freeman y el presentador de la televisión británica Graham Norton.
En una de las entregas de su programa The Graham Norton Show -transmitido por la BBC- Freeman reveló -palabras más, palabras menos- el secreto de su largo matrimonio a partir de un hecho improbable: su mujer y él son especialmente flatulentos
Como todos, cuando escuché la explicación no paré de reír en semanas, pues me pareció una explicación sumamente hilarante.
Ahora, sin embargo, a la luz de estos nuevos datos, estoy comenzando a tomarme el asunto más en serio: probablemente no hemos descubierto los secretos del amor porque hemos buscado todo este tiempo en el sitio equivocado, es decir, en la parte alta de nuestra cavidad torácica, cuando la respuesta probablemente se encuentre un poco más al sur.
â¡Cyntia!: necesitamos platicar seriamente
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3