El lugar de la Navidad
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Las fiestas decembrinas subrayan las tradiciones, los vínculos de familia, las procedencias. Que si en una casa se come esto o lo otro, que la receta era de la abuela paterna o materna.
Las abuelas parecen ser el faro, el centro a cuya vera se dispone el festejo de la nochebuena o comida navideña. Cuando la abuela está ausente, el festejo cambia de locación o de abuela, casi siempre la mujer mayor de la familia asume el cambio de estafeta. Habrá muchas maneras e historias. Pero sin duda las navidades son el recordatorio del lugar de dónde venimos y las personas que nos preceden y nos han rodeado, lo que hemos dejado atrás, es tradición al cien por ciento. No a todo mundo le gusta esto, y hay quienes quieren romper con ello y olvidarse de la mesa de romeritos, pavo y bacalao. Los matrimonios suelen repartirse las navidades entre una y otra familia para el equilibrio democrático de los afectos y tradiciones. Cada uno inventa su tradición, que si nosotros celebramos el 24 y cenamos cerca de las 12, o lo adelantamos, que si el 25 es lo que siempre hemos celebrado en mi casa, que si huimos a la playa y nos olvidamos del árbol y el nacimiento. Es el momento de hacer una declaración de costumbres o de abandonarlas, si es que se puede. Pero no es fácil quedarse al margen como sucede en el cuento de Ethel Krauze donde la narradora es una niña judía que no entiende porque tienen que cenar solos en un Sanborns desolado mientras sus amigas hacen grandes cenas en sus casas. Las fiestas de Navidad resultan el paréntesis que nos lleva a los niños que fuimos, a los abuelos que tuvimos, a los padres que aún disfrutamos, a los hijos que crecieron y que tienen sus propio tejido de la pertenencia a las navidades de la pareja que son o fueron sus padres, y que ya están inventando las suyas.
En las navidades, el anecdotario que se repite y el que se refresca es parte de la sazón. Y algún chiste nuevo, y los ausentes, o los presentes inesperados. Es reunión forzada o gozosa según se vea. Nos coloca alrededor de la mesa para que probemos los romeritos maravillosos y sepamos que somos país mestizo. Que en nuestra mesa lo mismo el bacalao a la vizcaína que delata su procedencia como esa hierba de temporada con nopales y mole, y esas inusuales tortitas de camarón rubrican la materia de nuestro origen. Hay casas donde el menú es alemán o francés. En casi todas no faltan los turrones y mazapanes a juzgar por las enormes filas frente a Mazapanes Toledo que, como sabe , a quien leemos en este diario, son hechos a mano, saben a historia de moros y cristianos, a maravilla, invitan a soñar mientras se deshacen en la lengua tersos y almendrados.
Por eso las navidades me hacen pensar en los que no tienen lugar, o que se han fabricado un nuevo lugar. En los migrantes, o en los que provisionalmente están lejos de casa. En mis propios abuelos que mudaron su mesa de Navidad de Santander a Huiztla en Chiapas y de Madrid al Distrito Federal. Cómo hablaba la abuela Juani de los castañas en las esquinas de Madrid, la castañera era una figura popular de su ciudad y a mis hermanos y a mí se nos hacía agua la boca de pensar ese olor a castaña asada que tan bien describía la nostalgia de la abuela y la textura y el sabor de esa masa dulce y tibia que llenaba la boca de invierno y presagios de festejos. Pienso en los mexicanos que se han ido a Estados Unidos y en los ecuatorianos que están en España, y los salvadoreños que pasan por México, en los que sueñan con un mejor porvenir; pienso en los descolocados geográficamente y sus maneras de hacerse una Navidad que los lleve a casa, a la pertenencia y a las anécdotas que les dan sustento, raíz, y que a la distancia se refuerzan o se borran, que subrayan la procedencia. Porque el festejo de Navidad es un lugar, es una mesa y son los afectos a su vera. Es la constancia y el ciclo, es el paréntesis donde sabemos de dónde venimos y dónde estamos.
Pienso en el relato de Joyce, Los muertos, en esa cena de Navidad donde Gabriel, el sobrino escritor y periodista dice las palabras que asombran a los demás mientras una canción antigua lleva a su mujer a recordar al que murió de amor por ella. Gabriel no puede competir con el secreto que le comparte ella y se empequeñece mientras la nieve lo cubre todo. Me gusta releerlo cada Navidad. Es también un lugar en el ánimo.