El coyote
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Me encantan los crucigramas, esos diccionarios al revés. Desde luego con ellos me suceden cosas parecidas a la que le pasó a aquella monjita que estaba resolviendo un crucigrama. Le pidió a la superiora: “Ayúdeme, reverenda madre. Dígame, por favor: parte del cuerpo que tenemos atrás, es redondo y de color oscuro; su nombre se escribe con cuatro letras, la primera es ce y la última o”. Responde sin vacilar la superiora: “Codo”. Y pide la monjita, ruborosa: “¿No tiene un borrador?”.
El otro día estaba yo haciendo un crucigrama de la revista española “Cábala”, con la que me entretengo a veces durante las esperas en los aeropuertos, y encontré esta definición: “Lobo mexicano”. La respuesta era: “Coyote”.
Gran diferencia, entiendo, existe entre lobos y coyotes, aunque seguramente son primos o parientes cercanos. También el french poodle es perro, y perro el rottweiler, pero entre los dos hay un abismo canino. Igualmente eso de atribuirle al coyote la nacionalidad mexicana es algo merecedor de agradecimiento por nuestra parte, pero quizá no muy exacto. El coyote abarca un extenso territorio que llega, creo, a todo el continente americano. Hallé, por ejemplo, que tres universidades de Estados Unidos tienen como animal totémico al coyote. Curiosamente ninguna de ellas es texana, estado en el cual abundan los coyotes. Las universidades que digo, cuyo símbolo es el coyote, son la de Idaho, el Kansas Wesleyan College y la Universidad de Dakota del Sur.
Pocos animales, pienso, han dado origen a tantas y tan curiosas leyendas como el coyote. En el Potrero de Ábrego, por ejemplo, la gente cree que poniendo un hueso de coyote cerca de alguna llaga o herida, sea de hombre o de animal, la herida o llaga cerrará más pronto. En la región de General Cepeda oí una conseja según la cual el coyote se pone a dar vueltas y vueltas en torno de una palma datilera, y de pronto los dátiles empiezan a caer, con lo que el coyote se da un dulcísimo banquete.
En sus sabrosas descripciones de la flora y la fauna mexicanas el Padre Sahagún tiene una muy curiosa relativa al coyote: “... Cuando quiere arremeter, primero echa su vaho contra su presa para inficionarla y desanimarla con él... Este animal tiene condiciones exquisitas, y es muy agradecido. Un caminante vio un coyote que le hacía señal con la mano para que se llegase a él. Fue hacia donde estaba y vio una culebra enroscada en el pescuezo de aquel animal. Tomó una verdasca espinosa y comenzó a herir con ella a la culebra, y ésta se desenroscó y huyó. Al día siguiente el coyote llegó a la casa del caminante. Llevaba dos gallos cogidos por el pescuezo; púsolos delante del hombre e hízole seña con el hocico que los tomase, y luego le llevaba gallinas...”.
En el Potrero dicen: “Son coyotes de la misma loma”, para significar que dos hombres -o mujeres- son de la misma condición. La frase se aplica a gente de mala condición, ladina o ventajosa.
¿Por qué escribí hoy acerca del coyote? Porque la noche de anoche venía yo de Monterrey, y he aquí que al pasar por el rumbo del Campestre vi un coyote. Vive ya casi con nosotros ese inteligentísimo animal, se ha vuelto casi urbano. Así de extendido, como dije, está el hábitat de esta criatura tan próvida y llena de recursos para sobrevivir.