Minecraft y el urbanismo virtual

Opinión
/ 2 octubre 2015

Mis hijos (de seis y ocho años) llevan un par de semanas obsesionados con un juego que instalé en mi viejo celular. No es Candy Crush, pero tampoco es un app de matemáticas. Sean ustedes los jueces. ¿Qué es Minecraft? ¿Una fábrica de autistas, o una plataforma para construir ciudadanía?

El jueguito tiene más de 100 millones de usuarios registrados. Su premisa es sencilla. El territorio está compuesto por miles de pequeños bloques del mismo tamaño –similares a Lego–, que pueden combinarse para crear materiales distintos y reorganizarse para construir estructuras. Quienes talan un bloque de árbol producen un bloque de madera, y quienes excavan una montaña encuentran dentro bloques de rocas y minerales. Hay recursos renovables y recursos no renovables. Hay bloques de lava, de arena, de agua, y un muy largo etcétera. El creador del mundo puede permitir la entrada a otros jugadores, quienes pueden jugar de forma simultánea o de forma asincrónica. Estos jugadores colaboran o compiten, descubriendo los usos y propiedades de cada bloque. Algunos bloques pueden transformarse en artefactos –desde una pala hasta un pistón–, que simplifican trabajos complicados. Los bloques más escasos tienen propiedades que los hacen valiosos.

YouTube está saturado de videos caseros que muestran como construir granjas y minas automatizadas, o de cómo mejorar el diseño de tus edificios. Hace una semana, descubrí a mis hijos platicando sobre uno de estos videos –por cierto visto 17 millones de veces. Los vi tan entusiasmados rebotando ideas para replicar un edificio, que prometí jugar Minecraft con ellos. Ese día, cuando recogí a mis hijos de la escuela, tenían listo el plano de nuestra nueva casa. Hoy la terminamos. Es una casa semi-submarina, con invernadero, cuarto del tesoro y recámara para los perros que no tenemos. Enfrente hay un gran isla reservada para un parque.

Jugamos alrededor de una hora diaria durante cuatro días. Durante ese tiempo pude adentrarme en la mente de dos de los seres más creativos que conozco. Es cierto que juegos como Minecraft pueden freírle la cabeza al ser humano. Lo que me parece interesante es que bajo ciertas condiciones, este tipo de plataformas pueden convertirse en una valiosa herramienta educativa y cívica. Observar a mis niños intentar moldear su mundo –aún cuando sea un mundo virtual– me ayudó a entender mejor cómo conciben el espacio que nos rodea. Cada discusión sobre un bloque en disputa revela cómo entienden la frontera entre lo público y privado, y cada idea que ponen en la mesa muestra que tan permeable conciben la frontera entre lo posible y lo imposible. Ver como debaten, como optimizan recursos escasos, como deciden que es útil o prioritario y que les parece bello no tiene precio. ¿Qué pasaría si en lugar de jugar este juego con nuestros niños en casa lo jugáramos con nuestros vecinos?

Si la plataforma funciona para matar el tiempo, ¿podrá funcionar para un gran ejercicio cívico? Hace poco más de un año, un grupo de planificadores urbanos del Centro de Arquitectura y Diseño de Suecia le propusieron un experimento así a los creadores de Minecraft. El objetivo, según los impulsores del proyecto, sería detonar una explosión creativa, utilizando el juego como plataforma para co-crear una discusión sobre el futuro de Estocolmo. El resultado es Blockholm, un mundo virtual con 100 mil predios que reflejan la topografía, la hidrología y la infraestructura existente en esa ciudad –todo exceptuando los edificios. Dénle un vistazo al video abajo (lamentablemente en Sueco). Hasta ahora, un poco más de 10 mil predios de Blockholm han sido reclamados por usuarios dispuestos a reconstruir –o reinventar– su ciudad. La idea comienza a exportarse, y próximamente podría haber pilotos en Viena y en Reikiavik.

¿Qué tipo de ciudad soñamos cuando todos los límites son virtuales? ¿Qué tipo de conversaciones surgen cuando todos –expertos y no expertos, viejos y jóvenes, padres e hijos– pueden definir qué y cómo se construye? No existe un ejercicio a la escala de Blockholm en la ciudad en la que vivo, pero la idea me hace tanto sentido que prolongaré mi experimento de Minecraft en familia lo más posible. Quiero ver hasta dónde alcanza la imaginación de mis hijos, un bloque a la vez.



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