Desigualdad y democracia
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En India, la desigualdad conlleva que alguien pertenezca a su grupo social pero no a la sociedad en general.
Andrew Selee
Escribo desde la India, un país de gran belleza, de profundas raíces históricas, y de múltiples contradicciones. Es una potencia emergente con crecimiento de más de 7% anual, pero con una pobreza abismal (aún más honda que la de México); es un país líder en tecnologías e informática a escala global, pero con una cuarta parte de la población que no sabe leer ni escribir; y aunque es considerada la democracia más grande del mundo por su número de habitantes, contiene profundas divisiones entre grupos étnicos, religiones, regiones, castas y clases que generan conflictos permanentes.
A pesar de los mejores esfuerzos de Mahatma Gandhi, el líder de la independencia, héroe nacional y símbolo mundial, por erradicar las diferencias que dividen a los hindúes habitantes de la India, aún subsisten nociones de clase y casta, religión e idioma, como definiciones de estatus en la sociedad de la India. Es un testimonio a Gandhi y sus seguidores que este país gigante, con más de mil millones de habitantes, casi 60 idiomas distintos y decenas de religiones ha sobrevivido como una nación unida y plural, pero el legado de las divisiones aún vive en las formas de relacionarse entre la gente. La casta âuna definición inmutable de estatus en la sociedad hindú de la Indiaâ tiene una permanencia particular, dividiendo a personas por su lugar jerárquico en la sociedad al nacer, y está traslapado por las divisiones de clase, creencia, origen étnico y regional.
Pratap Bhanu Mehta, un intelectual reconocido de la India, ha escrito que la mayor dificultad de la democracia en su país es justamente esta desigualdad, pero no sólo por las razones usuales que asumimos, como el acceso al poder y la influencia del dinero en la política, sino por algo mucho más profundo y fundamental. Más bien, la desigualdad conlleva a una sociedad en que no hay un mutuo reconocimiento del otro, en que uno pertenece a su grupo social, pero no a la sociedad en general. Si bien todos los ciudadanos son iguales ante la ley, no lo son en realidad en el trato social ni en su concepción de la existencia. Es difícil, argumenta en su libro La Carga de la Democracia, que un sistema democrático florezca en una sociedad poco democrática y segmentada por innumerables relaciones jerárquicas.
Me recuerda el argumento de Ricardo Rafael en su libro El Mirreynato, en que señala que la opulencia y la ostentación exhibida cada vez más por la élite mexicana mina la concepción de la democracia mexicana. No cabe duda que si bien la desigualdad conlleva a iniquidades prácticas en la política, también aniquila el sentido de pertenencia a una sociedad política común y un espacio público compartido, dejando sólo negociaciones políticas para beneficios particulares, no debates sobre el bien común.
Algo parecido pasa en Baltimore, a unos minutos de nuestra casa, en que la turbulencia de los últimos días ha mostrado la desesperación de un segmento importante de la juventud de la ciudad. En términos generales, Baltimore es una ciudad que ha prosperado y su clase política es casi toda afroamericana, disminuyendo la brecha racial que una vez existía, pero hay un segmento importante de la ciudad ây de Estados Unidos en generalâ que se siente profundamente rezagado, ignorado y minimizado, y que es excluido simbólica y socialmente de la comunidad política del país.
Si bien la desigualdad en nuestras sociedades carece de la estructura formal que tiene en la India, no deja de ser enorme y no sólo genera iniquidades prácticas en la política, sino divide al país en grupos que no se reconocen mutuamente como parte de la misma sociedad política que comparte un espacio público común. Sólo disminuyendo estas brechas podemos llegar a ser sociedades profundamente democráticas en el sentido ético de la expresión.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson