Acuña: Luz tras la tormenta
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Las ráfagas alcanzaron una velocidad superior a los 300 kilómetros por hora. En unos minutos, el tornado se llevó autos, postes, casas y esperanzas. Eran las 5:30 de la mañana, en Ciudad Acuña, un día de mayo. El saldo: Al menos 13 muertos, 300 heridos, un menor desaparecido y mil 782 viviendas dañadas. Los vientos pegaron más fuerte al sur de la ciudad, o al menos ahí es donde causaron más daño. Las casas se cayeron en Santa Rosa. Y en Ampliación Santa Rosa. Y en Las Aves. Y en los Altos de Santa Teresa. Las casas se cayeron en fraccionamientos habitados por hombres y mujeres que trabajan la maquila. Se cayeron en fraccionamientos financiados por el Infonavit.
La estupenda crónica de Jesús Peña recoge voces de corazones quebrados: Tembló toda la casa, se estrujó, nos pusimos a orar, a pedirle Dios que tuviera piedad de nosotros, que nos perdonara. Se oyó un ruido muy feo, espantoso, y empezaron a tronar todos los vidrios. Acá estaba mi estufa, mi refri, el microondas, todo eso se fue, todos los escombros cayeron encima. Las casitas del Infonavit, esas que los trabajadores de México pagan con sus propios centavos cada quincena, no resistieron a la naturaleza.
Normalmente esta debacle sería causa para llamar al Infonavit a cuentas. Las casitas, de paredes delgadas, no cumplieron su propósito. No dieron resguardo, no ofrecieron techo. La gente tiene razón de sobra para estar molesta, para exigir respuestas. Resulta, sin embargo, que el tornado de Acuña también dio pie a uno de los pocos sucesos que últimamente permiten hablar bien del estado mexicano. Días después de la tragedia, los afectados sabían que sus casas serían reemplazadas, que recibirían algo de dinero para sustituir sus muebles y para trabajar en limpiar sus colonias, y que podrían pagar una renta por mientras.
Hace algunos años, el Infonavit contrató un seguro contra daños a la vivienda y un seguro para los enseres que contienen estas casas. A partir del 2006, los acreditados del Infonavit pagan 8 pesos cada bimestre por estos seguros, la gran mayoría sin darse cuenta. El seguro protege contra incendios, terremotos, avalanchas, flujos de lodo, erupciones, inundaciones, huracanes, explosiones, ciclones, objetos caídos de aviones y vientos tempestuosos. Las 632 casas dictaminadas como pérdida total, y las mil 150 que sufrieron daños parciales en Acuña serán reparadas, sin costo alguno para sus propietarios. Cada familia afectada recibirá hasta 10 mil pesos para reemplazar sus enseres. Es altamente improbable que estas familias hubiesen asegurado sus viviendas por sí mismas. Aquellas pocas que lo hubiesen intentado, habrían encontrado que el costo sería mucho más alto. El Infonavit logró negociar una poliza a costo aceptable gracias a que utilizó su músculo como la hipotecaria más grande de México. El Infonavit -y los funcionarios que pensaron en este seguro- merecen el aplauso de Acuña.
El Infonavit también impulsó, en el 2010, la creación de la Fundación Hogares, una institución privada de fortalecimiento a la organización comunitaria. Esta Fundación trabaja en mas de un centenar de conjuntos habitacionales, involucrando a su población en la construcción de soluciones a sus propios problemas. En Acuña, Hogares trabajó con el Ayuntamiento para que las familias afectadas por el tornado fueran remuneradas por trabajar en limpiar y rehabilitar sus barrios. Hogares también financió un programa de vivienda temporal que benefició a 229 familias.
El Gobierno Federal, el Gobierno de Coahuila y el Ayuntamiento de Acuña atendieron la emergencia, y encontraron en los programas del Infonavit y en la Fundación Hogares tremendos aliados para dar resultados. El desastre de Acuña demuestra que en el País donde se escapó El Chapo, en el Estado donde el Registro Público no funciona, y en el Municipio donde se caen las casas, aún se pueden hacer bien las cosas. El seguro de daños y el apoyo a la Fundación Hogares no fueron concebidos en esta administración, pero son proyectos que esta administración ha mantenido y fortalecido. El desastre en Acuña demuestra que no todos nuestros funcionarios son corruptos ni cortoplacistas, y que no todos llegan al puesto a inventar el hilo negro.
Obviamente queda mucho por resolver en Acuña -y en México entero-. Muchas familias sufrieron pérdidas irreparables, contra las que no habrá intervención que baste. Y aún en el mejor de los casos, el estilo de urbanización que incentiva el Infonavit, con casas tan baratas como precarias, genera problemas mayores que aún no hemos podido resolver como país. Sin embargo, en este País tan golpeado y tan plagado de retos, da un gusto enorme encontrar destellos de esperanza. Quizá sí hay luz detrás de la tormenta.