Acuerdo personal: ama y haz lo que quieras

Opinión
/ 9 enero 2024

Pasamos la vida trabajando para luego gastar lo ganado en la recuperación de la salud perdida, no por el trabajo en sí,

Marian Caplan comenta en su libro “El camino al fracaso”: “¿Vamos a utilizar el tiempo que nos queda para amar finalmente bien, para cuidar a los demás, para perdonar y perdonarnos?” Basados en este cuestionamiento, podríamos agregar: ¿En qué utilizaremos el tiempo que nos queda, sabiendo que no podemos hacer todo? ¿Qué fracción de la encomienda asignada por Dios es la que vamos a emprender y tratar de culminar? ¿Existe algún déficit acumulado? ¿Temas no cerrados? ¿Actos obviados? ¿Palabras deliberadamente calladas? ¿Manos no extendidas? ¿Amores resguardados? ¿Riesgos no tomados? ¿Lágrimas ahorradas? ¿Deudas irresueltas? ¿Oraciones silenciadas? ¿Miradas extraviadas? ¿Rencores almacenados?

VIVIR...

Séneca afirmaba: “Nadie se preocupa de vivir bien, sino de vivir mucho tiempo, a pesar de que en la mano de todos está vivir bien y en la de nadie vivir mucho tiempo”. Estas son palabras sabias que nos instan a centrarnos en vivir plenamente cada momento, aunque, en ocasiones, parece que adoptamos la postura opuesta, ya que tendemos a “vivir como si no tuviésemos que morir y morimos como si no hubiésemos vivido”.

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Nos encontramos inmersos en la vorágine de la vida: el tiempo que quisiéramos dedicar a la vida privada es arrebatado por la exigencia del trabajo necesario para poder “poseer” esa vida “personal” abundante. Trabajamos incansablemente, buscando ascender en jerarquías y ganar posiciones a cualquier precio, con el objetivo de alcanzar la comodidad material. Sin embargo, a menudo perdemos la salud e incluso la familia debido al exceso de estrés y al descuido acumulado. De esta manera, pasamos la vida trabajando para luego gastar lo ganado en la recuperación de la salud perdida, no por el trabajo en sí, sino por la forma desenfrenada en que trabajamos. Es una paradoja fatal.

En general, parece que nos enfocamos en el bienestar físico, esforzándonos por cuidar nuestra salud y vernos bien. No obstante, evitamos enfrentar la presencia del tiempo en nuestros cuerpos y rostros. Hoy en día, desafortunadamente, la vejez parece ser considerada como una realidad maligna, olvidando que nos dirigimos hacia ella a pasos acelerados.

CREENCIA

Seamos honestos: en la actualidad, una de las creencias más arraigadas es la idea de que el propósito fundamental de la vida consiste en maximizar la capacidad de generar dinero. Desde este planteamiento, nos empeñamos en subordinar la vida al afán de lucro, la búsqueda de la comodidad y la consecución de lo meramente utilitario, perdiendo, en ocasiones, la oportunidad de alcanzar aspiraciones más elevadas.

Es frecuente perder el control, adquiriendo más de lo que jamás podríamos llegar a utilizar. En estos tiempos, creo que la codicia y el egoísmo han adquirido un papel fundamental en la vida, dando lugar a innumerables desilusiones.

INNECESARIO

Casi todos compartimos la idea de que una de las prioridades en la vida es dedicar una atención abundante a nuestra familia, pero al hacer el balance, frecuentemente nos sentimos frustrados por lo lejos que estamos de seguir ese camino.

Incluso podemos observar que es común que parejas jóvenes se casen con la creencia de que el amor se da de forma instantánea. Seguramente, sin saberlo, sacrifican lo mejor de su tiempo por la ilusa idea de que la vida fundamentalmente consiste en trabajar hasta el agotamiento para alcanzar un estatus social y construir una gran casa, incluso cuando más tarde esa casa carezca de un verdadero hogar.

La competencia provoca que muchos de ellos intercambien lo mejor de vivir en pareja y en familia por dinero, renunciando a los encuentros cotidianos y a todo lo positivo que ofrece el matrimonio en sus primeros años, lo cual sirve como cimiento para formar una familia feliz.

SÍ...

Olvidamos que las relaciones son siempre más trascendentales que las cosas. Sospecho que en nosotros habita la miopía de intentar mejorar nuestro bienestar personal mediante el mejoramiento independiente de las actividades que realizamos. En lugar de ello, deberíamos comprender que lo significativo no se encuentra en la productividad de nuestros roles fragmentados, sino en nuestra “gran” totalidad, es decir, en el bienestar personal integral, que es mucho más importante que las tareas que desarrollamos de manera fragmentaria.

Sería conveniente considerar que el propósito fundamental de la vida es aprender a vivir, cumpliendo con nuestra razón de ser personal, y así provocar que otros vivan gozosamente. Esto, finalmente, proporciona motivos para la felicidad. Si supiéramos disfrutar de estas realidades, comprenderíamos que no se requiere tanto para ser felices.

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ALEGRÍA

La existencia se nutre de la alegría de vivir, y esta emerge cuando dejamos a un lado la tiranía de los sueños y nos conectamos frecuentemente con lo positivo, como el amor, el sentido personal de la vida, el trabajo, la verdadera esperanza de trascendencia y la posibilidad de asombrarnos de que aún somos tocados por la luz del sol que anuncia un nuevo día.

La alegría se refleja en nuestros rostros al dejar atrás el pasado, abandonar el lamento por las esperanzas y sueños perdidos, reconocernos útiles, encontrar nuevos significados a nuestros fracasos o desilusiones, aceptar la vida con todas las imperfecciones y dolores que conlleva, ser optimistas y agradecidos, evitar que los problemas, el dolor o el fracaso nos definan, creer en el amor de Dios hacia nosotros, cuidar las relaciones con los amigos, y saber perdonar errores y heridas. Al hacer esto, también aseguramos un final feliz.

ESCULTORES

De vez en cuando, me cuestiono por qué nos atrae tanto transitar por el lado sombrío de la existencia. Aunque pueda proporcionar bienestar económico, no siempre ofrece la posibilidad de “poseer” la vida misma, de peregrinar de la mano con ella, de ser sus dueños.

Es crucial enfrentarnos de frente con nuestra alma. Cerca de ella, podemos afilar nuestros cinceles, obtener dirección, inspiración y el ánimo necesario para transformarnos en pacientes escultores, dispuestos a modelar cuidadosamente la piedra de nuestra existencia para que “quepa” plenamente en la ilimitada eternidad. De ahí la importancia de buscar diariamente el rostro de Dios en nuestros semejantes.

AQUIETAR

Ante la velocidad del mundo actual, los dilemas, la alharaca y los problemas que constantemente vislumbramos, necesitamos “aquietarnos”. Nuestra tarea posiblemente sea descubrir o redescubrir, en medio de esta calma, el gozo de ser y la posibilidad de trascender. Debemos reagrupar los fragmentos del alma que se nos han dispersado debido a las presiones de esta época, las demandas materiales de estos tiempos y las actividades superficiales que emprendemos en busca del supuesto éxito.

En las profundidades del alma reside el porqué de la vida y cómo vivirla. Ahí se encuentra la encomienda asignada por Dios. Sumergirnos en esta realidad no es fácil, pero decidirnos a hacerlo representa la mejor victoria que podemos alcanzar, aunque este triunfo, por su naturaleza, sea más bien silencioso. Sin embargo, cuando aceptamos valientemente este mandato, aseguramos que cada nuevo día despertemos como si fuera el primer día de nuestras vidas.

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CONTRATO

Sería conveniente elaborar un acuerdo personal que nos obligue voluntariamente a cumplir metas relacionadas tanto con nuestro ser como con los demás, los demás seres humanos. Este pacto debería comprometernos a asumir la responsabilidad de nuestros actos y a seguir los principios y valores de orden superior, aquellos universales. Debería servirnos de guía para encontrar el camino en momentos difíciles o tristes.

Este contrato debería contener cláusulas que trasciendan lo inmediato, constituyendo un sencillo pacto para comprender que, a pesar de las adversidades, siempre existen razones para la esperanza, sencillamente porque nos encontramos en las manos de nuestro Creador.

“Ama y haz lo que quieras”, afirmó San Agustín, una máxima que sería prudente adoptar como propia durante el tiempo que aún nos queda en esta efímera, pero grandiosa existencia.

cgutierrez@tec.mx

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Tec de Monterrey Campus Saltillo

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