Milagro de navidad: una historia inspiradora

Opinión
/ 18 diciembre 2023

Comenta el Papa Francisco: “La cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros. Mientras sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y debemos dar nuestra contribución en favor de la paz tratando de extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros”.

HISTORIAS

La Navidad, con su mensaje de paz y buena voluntad, a menudo inspira historias conmovedoras de solidaridad y generosidad, incluso en circunstancias adversas. Estas narrativas nos recuerdan la importancia del amor, la empatía y el entendimiento, valores que trascienden las diferencias y promueven la esperanza.

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VALOR Y CORAJE

El fin de semana pasado vi la película canadiense “Silent Night”, inspirada en un acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial, precisamente durante la noche de Navidad de 1944, en plena batalla de las Ardenas, reconocida como una de las últimas grandes ofensivas alemanas.

La trama de la película se basa en el valor y el coraje de Elizabeth Vincken, una mujer alemana que, durante una larga noche, milagrosamente pudo, en su propio hogar, conciliar la paz entre soldados alemanes y norteamericanos.

La batalla de las Ardenas comenzó en septiembre de 1944 y continuó hasta febrero de 1945, siendo una de las beligerancias más largas y costosas en términos de vidas humanas. Ambos lados sufrieron enormes bajas debido a la naturaleza boscosa del terreno, las condiciones climáticas adversas y la hábil resistencia alemana.

AMERICANOS Y ALEMANES

Elizabeth y su pequeño hijo Fritz, de 12 años, se encontraban en una pequeña cabaña en el bosque de Hurtgen, precisamente donde se estaba librando la sangrienta lucha; tiempo atrás el esposo de Elizabeth los había trasladado a esa remota cabaña con la intención de alejarlos de los bombardeos y combates de la ciudad donde vivían, quizá también para huir de Alemania, ya que se encontraban muy cerca de la frontera belgo-aleman.

Mientras cocinaba tocaron a la puerta, Elizabeth la abrió y ante ella aparecieron dos jovencísimos soldados estadounidenses, uno más yacía herido en la nieve.

Los soldados se comunicaron mediante signos y un francés muy pobre. Estaban perdidos y muy asustados, por lo que solicitaban permiso para pasar la noche al calor del refugio. Elizabeth los invitó a pasar y le pidió a Fritz que pusiera más patatas al fuego.

Mientras Elizabeth curaba las heridas al soldado estadounidense y los otros comenzaban a entrar en calor, una nueva llamada a la puerta interrumpió la noche. Esta vez, fue el pequeño Fritz quien la abrió, encontrándose con cuatro soldados alemanes. Elizabeth apartó al niño y se colocó de frente a los entumecidos soldados.

Uno de los soldados le deseó amablemente una feliz Navidad. Estaban de vuelta hacia su regimiento, pero la tormenta de nieve y la escasa visibilidad habían provocado que extraviaran el rumbo.

Casualmente los alemanes habían visto la luz de la cabaña y con fin de salvaguardar sus vidas ahora pedían permiso a Elizabeth de pasar la noche en ese refugio.

Elizabeth les permitió la entrada con la clara condición de que dejaran las armas fuera de la cabaña, a regañadientes los soldados accedieron. Acto seguido la mujer les dijo a los alemanes que tenía otros huéspedes.

TENSIÓN

¿Norteamericanos? –preguntó alarmado uno de los soldados.

Efectivamente, pero hoy es Nochebuena y no habrá disparos aquí –respondió la valiente mujer.

Volviéndose hacia los norteamericanos, Elizabeth les pidió que también entregaran sus armas y las puso junto a las de los soldados alemanes. Uno de ellos dudó por un momento, pero accedió a la petición de Elizabeth.

Los dos grupos se pusieron en guardia, en pie de lucha. Durante instantes parecía que aquello sería una matanza... hasta que Elizabeth se interpuso entre los dos grupos y les pidió que guardasen la calma. Hubo unos momentos de silencio e indecisión, pero al final todos accedieron. Evidentemente, los alemanes no estaban mucho mejor que los estadounidenses y buscaban un refugio para pasar la gélida noche.

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La tensión y la hostilidad entre los visitantes era evidente. Americanos y alemanes se miraban con desconfianza, y la barrera del idioma hacía más difícil la inusitada situación.

Elizabeth tomó el mando de la situación y literalmente ordenó a unos soldados que se ocuparan de poner la mesa y a los otros servir el pollo y las patatas.

Un cabo alemán sacó de su mochila una botella de vino tinto y un pan negro. El resto de los soldados aportaron lo que pudieron y empezaron a compartir, fraternalmente, el alimento en esa extraña y surrealista cena navideña.

COMO PERSONAS

Un soldado alemán, que había estudiado medicina, revisó la herida del norteamericano, vendándolo cuidadosamente.

-La herida no es grave, pero ha perdido mucha sangre -manifestó con un limitado inglés- y continuó diciendo: El frío ha evitado la infección. Necesita alimento y reposo. Durante esa noche, increíblemente, el alemán se ocupó de alimentarlo y cuidarlo.

A medida que progresaba la cena, el ánimo de los presentes cambió completamente. Se miraron como personas, como seres humanos. La guerra en ese lugar estaba en tregua, quizá ya olvidada. Las diferencias de los bandos dejaron de existir. Sin distinción de nacionalidad surgió en común y de manera intensa la añoranza de sus familias y de los hogares extrañados. Algunos de los soldados no pudieron contener las lágrimas.

A la mañana siguiente, todos salieron de la cabaña. Se estrecharon las manos. El soldado alemán que hizo de enfermero puso un nuevo vendaje al herido, que ya tenía otra cara. Un cabo alemán entregó, al soldado norteamericano Ralph Blank, un mapa y una brújula, indicándole la posición de sus compañeros. Se despidieron de Elizabeth y del pequeño Fritz y partieron en paz, cada grupo en distinta dirección.

AÑOS DESPUÉS...

Cabe mencionar que Fritz Vincken narró esta historia en una revista americana y en un documental de televisión, lo que permitió que la familia del soldado Ralph Blank se pusiese en contacto con Fritz.

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En enero de 1996, Fritz, que para entonces vivía en Hawái, se trasladó hasta Maryland para conocer al viejismo Ralph Blank, uno de los soldados que su madre hospedó en 1944.

El veterano le contó, al ya sexagenario Fritz, que aún conservaba el mapa y la brújula que le dio el cabo alemán y que atesoraba el recuerdo de aquella Nochebuena como la más hermosa de su vida.

EJEMPLO

A pesar de la tensión y hostilidad entre los soldados enemigos, Elizabeth decidió mostrar compasión y humanidad. Les ofreció refugio, compartió su escasa comida permitiéndoles pasar la Nochebuena juntos en su pequeño refugio. Esta acción valiente y desinteresada se convirtió en un ejemplo de humanidad en medio de la guerra siendo recordada como un acto notable de reconciliación y paz en un momento de conflicto.

MILAGRO

Es indudable que la Navidad provoca situaciones extraordinarias y positivas, especialmente aquellas que implican actos de bondad, compasión y reconciliación en medio de circunstancias difíciles o conflictivas.

Elizabeth Vincken sabía que podría ser fusilada por acoger a soldados enemigos en su casa, pero eso no le importó. Ella tuvo el valor de amparar a soldados de ambos bandos, proporcionarles refugio y una cena de Navidad, lo que muestra la capacidad de la humanidad para superar las diferencias y buscar la paz en tiempos de guerra.

La Navidad, desde siempre, representa la esperanza, reconciliación y solidaridad, donde las personas pueden unirse a pesar de las adversidades y de sus diferencias.

El “milagro de la Navidad” simboliza la posibilidad de encontrar la luz y la humanidad incluso en los momentos más oscuros, ofreciendo una lección duradera sobre la importancia de la compasión y el entendimiento mutuo.

El mensaje del nacimiento de Jesús es antiguo, pero siempre renovador, único, y se manifiesta milagrosamente en cada celebración navideña, ocurriendo cada año en infinidad de lugares y en situaciones inimaginables, tal como sucedió durante la Gran Guerra cuando Elizabeth decidió abrir su corazón y hospitalidad, a propios y extraños, en aquella lejana Navidad de 1944.

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