Al mojo de ajo

Opinión
/ 2 septiembre 2022
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Los hombres somos seres de razón, dicho sea sin exagerar. Por eso creemos en las supersticiones. El número 13, por ejemplo, es ominoso. Trece fueron los comensales en la Última Cena del Señor, y desde entonces el numerito corre con mala fama por el mundo. “Tengo 13 años” -le dice la muchachilla al tipo en el cuarto del motel. “¡Qué barbaridad! –se espanta el sujeto–. ¡Sal inmediatamente de aquí!”. “Supersticioso ¿eh?” -le dice la chamaca.

No hay quien no tenga una superstición, así sea la superstición de no tener supersticiones. Mi amigo ateo se burló de mí ayer cuando vio en mi casa la velita que enciendo el primer día de cada mes para pedir a la Divina Providencia los inadvertidos milagros de la casa, el vestido y el sustento. Me dijo que ese es un rito mágico, una imitación extralógica de mis antepasados, y usó terminologías de Levy-Strauss que no entendí. De ahí fuimos a su tienda, y vi sobre la puerta una ristra de ajos morados con listones rojos.

-Es para que no entre la mala suerte- me dijo.

El Estado más supersticioso de México es Tabasco. Visitar el mercado de Villahermosa es experiencia muy interesante. De los tres pisos que el mercado tiene, dos y medio están dedicados a la venta de objetos esotéricos: amuletos, hierbas, incienso, pájaros disecados... Yo me compré un jabón de nombre “Cortacaminos”, el cual defiende de la maledicencia, y otro llamado “Evanó”, que previene contra las asechanzas de una mala mujer. El “Cortacaminos” sí sirve.

La proliferación de tantas cosas mágicas me la explicó un sociólogo. Sucede que don Tomás Garrido Canabal, gobernador tabasqueño de ingratísima memoria para algunos, prohibió el culto católico. Privados de ese recurso sobrenatural los lugareños recurrieron a otro: el de la magia. Así, hasta nuestros días Villahermosa es un paraíso para vendedores y compradores de las mercaderías antes dichas.

No hace mucho fui a Rinconada, comunidad situada entre Saltillo y Monterrey, a la altura de Casa Blanca. Se le ve desde la Cuesta de los Muertos, verdura en medio del grisáceo páramo. La gente de Rinconada cultiva ajos y luego los vende a orillas de la carretera. Dirá usted que la clientela los compra para sazón de la comida. Error muy grande: el próspero mercado se debe a lo que antes dije: la creencia de que los ajos conjuran el mal fario, o sea la desdicha.

Sea entonces el ajo un gran sazonador –sin exceso– de comidas buenas, pero no se le tome como amuleto para conjurar las malas pasadas de la vida. Contra éstas no hay ajo que valga. Del rayo te salvarás, dice un adagio popular, pero de la raya nunca, ni aunque comas todos los días pescado al mojo de ajo.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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