Alameda de nuestros recuerdos

Opinión
/ 3 julio 2022
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La Alameda Zaragoza ha sido el paseo por excelencia de los saltillenses ya casi por dos siglos. Paradójicamente, muchos de los niños de hoy ni siquiera la conocen cuando para los de múltiples generaciones pasadas significó la alegría y el gozo infantil, sumados a las experiencias amorosas de la adolescencia y la juventud llevadas en muchos de los casos más allá, hasta el matrimonio y la formación de una familia en la vida adulta.

Muchos saltillenses guardan todavía recuerdos entrañables en los que tienen primerísimo lugar aquellos que tocan a los sentimientos y al amor adolescente. La Alameda era el sitio en el que se daban aquellos momentos felices en los que las muchachas, ruborizadas, oían la ansiada pregunta “¿Quieres ser mi novia?” de labios del muchacho de sus sueños, no pocas veces menos ruborizado que ellas mismas. Preocupadas por guardar las formas de la moral y las buenas costumbres, las muchachas respondían: “Voy a pensarlo”, aunque por dentro quisieran decir un inmediato sí. El grado de rubor en las mejillas femeninas dejaba adivinar al joven galán si recibiría posteriormente el ansiado sí o, de plano, un rotundo no. Si los árboles y las bancas pudieran hablar...

La infancia de nuestros hijos está todavía en nuestros recuerdos de la Alameda. Jugueteaban y corrían por los pasillos, paseaban en bicicleta, patinaban. Los osos que algún tiempo hubo encerrados en una jaula se hartaban de comer los algodones de azúcar y manzanas acarameladas que les daban los niños. Igualmente, los patos en el lago República, cansados de comer pepitas de calabaza, terminaban amontonados en el espacio correspondiente a Jalisco o a Baja California Norte de aquella figurada Patria, sin que nada pudiera atraerlos de nuevo a la orilla. Un tiempo la atracción del lago fueron unas lanchas de remos que podían rentarse por media hora o algo así. Emprender el paseo alrededor de la República era para los niños un largo y entretenido periplo.

Caminando de sur a norte, un poco más abajo está la Biblioteca Infantil, que todavía funciona con éxito a cargo de la agrupación Mesa Redonda Panamericana, actualmente dirigida con gran tino y entusiasmo por María Eugenia Quintanilla. Leer ahí un cuento infantil era transportarse al mundo de los hermanos Grimm o vivir la aventura de Pinocho. La Biblioteca Múzquiz Blanco siempre estuvo presente y en su explanada vimos múltiples espectáculos. El área de juegos infantiles con frente a la calle de Aldama, era una de las atracciones más fuertes para los chiquitines, quienes también podían dar una vuelta montados en caballitos pony alquilados y cuya rienda jalaba un joven encargado. Para los estudiantes de la Normal Superior era la gloria cenar aquellos taquitos rojos que salían calientes de un improvisado horno de hojalata instalado en un puesto en la Alameda frente a la escuela.

La Alameda se formó en dos partes. En 1836 se hizo la sección norte o parque Zaragoza, y a partir de 1870 nació la sección de la calle de Victoria al sur, conocida como la Alameda Nueva que en realidad llevó el nombre de Porfirio Díaz hasta la caída del dictador. Cuenta la tradición popular que un preso, personaje muy pintoresco de Saltillo a quien apodaban “El Rey Dormido”, hizo el trabajo de plantar árboles y formar los cuadros de jardín delimitados por árboles y adornados con flores y pasto a cambio de la conmutación de la pena que purgaba por homicidio. La calle de Victoria dividió la nueva y la vieja alameda hasta principios del siglo 20, en que se suprimió el tramo de la calle para hacer de los dos parques uno solo, y oficialmente se llamó Alameda Zaragoza.

Hace algunas décadas, el paseo del domingo consistía para los jóvenes en dar vueltas por la calle de Victoria y la Alameda. Por eso, para muchas generaciones los recuerdos más gratos de la Alameda son los de la adolescencia. En sus pasillos y sus bancas y a la sombra de los vetustos árboles nacieron muchos romances. Algunos cristalizaron en sólidas familias saltillenses, otros se quedaron sólo en el recuerdo.

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