AMLO: El chiste que se cuenta solo
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Como cualquier otro, este sexenio nos dejará su legado menos pernicioso en la forma de una colección de frases para el compendio de dichos y dicharachos del refranero político nacional.
Pero desde la canina defensa de nuestra nacional divisa por el insigne JOLOPO, hasta la oprobiosa invitación del Vato con Botas para que su homólogo isleño hiciese gracioso pisa y corre gastronómico diplomático, ninguna dejó tan en claro la visión del estadista como esa gema de la elocuencia que durante un lapsus de honestidad involuntaria se le escurrió a nuestro Chapatín tropical: “Y no me vengan con que la Ley es la Ley”.
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La máxima se siente tan honesta y tan orgánica en nuestro mandatario que muchos ciudadanos nos vamos a asegurar de que sea su epitafio para que las generaciones futuras conozcan la verdadera estatura moral de aquel que iba a rescatar a México de la ilegalidad.
Hay muchas otras, desde luego, todo es cosa de abrir un periódico viejo al azar de diciembre de 2018 a la fecha y es casi seguro que nos van a morder en el cachete una o dos perlas como “¡Ya chole!”, con la que defendió a su amigo Félix Salgado Macedonio; o “hay que ver si científicamente es necesario, es como cuando se va a comprar algo, no debemos de ser consumistas” (sobre vacunar niños contra el COVID, gasto que al parecer le resultó especialmente doloroso: “¿Para qué salvar niños si podemos hacer otros nuevos?”, se dijo a sí mismo mientras hacía maletas a Tepic, Nayarit).
Pasa lo mismo con las imágenes: ¿cuál resultará ser LA foto, la instantánea del sexenio?
No lo sabemos, yo tengo mis favoritas, como la imagen del mar en llamas, sí, cuando a los genios de la paraestatal petrolera (que no requiere ciencia) se les quemó el Golfo de México. Aunque si le soy honesto, esa la recuerdo con cariño y alivió porque pensé que los muy pendejos habían abierto un portal interdimensional al inframundo.
Aunque apuesto que la favorita del pueblo, el “people’s choice award” se la lleva aquella indiscreta foto del AMLO que presuroso y sofocado se desboca por saludar de mano a la madre de “El Chapo” para evitarle a ella fatiga y molestias, según él porque sería incapaz de dejar con la mano tendida a una señora de venerable edad, lo que no obstante se contradice con el hecho de que jamás haya tenido la gentileza de recibir a las madres de desaparecidos o a los padres de niños con cáncer, porque le preocupa mucho su dignidad como gobernante, la llamada investidura.
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Muy bien. Tenemos, sin embargo, una nueva ganadora, una nueva imagen que sintetiza la filosofía de este jefe de estado y la relación de su gobierno con todo aquello que escapa a su burbuja de autocomplacencia.
Hace unos días, cuando al cierre de su cada vez más insustancial, pero de algún modo cada vez más ofensiva revista matinal televisiva, desde la cual supone que gobierna, López Obrador tuvo la feliz idea de recetarle un chascarrillo a la concurrencia a manera de epílogo, pese a que, como en el 99 por ciento de sus emisiones (con un margen de error del uno por ciento) queda a deber explicaciones sobre los asuntos de mayor trascendencia para la vida pública nacional.
El tal chiste involucraba a un hombre (suponemos que de mediana edad a adulto mayor), cuya habilidad para hacerse pendejo con sus responsabilidades era más que notable, pero la disimulaba fingiendo una pertinaz sordera bilateral.
Histrión como es, nuestro Tlatoani Cacamatzin Segundo, hace las voces, los ademanes y las gesticulaciones. Así que cuando imita al personaje del cuentecillo, el hombre aquel que se hace pendejo, pues AMLO pone la cara y hace la voz en consecuencia (que es muy parecida a su voz y cara habituales). Y remata con el ademán de quien hace un esfuerzo por escuchar más allá de sus capacidades, “acucharando” la mano y colocándola junto al oído para servir como una gran oreja amplificadora, al tiempo que repite un “¡no escucho!”, más ladino y socarrón que verdaderamente mortificado por su supuesta condición incapacitante.
Las capturas de esa secuencia se convirtieron para mí −y seguro estoy que para muchos también− en la estampa por antonomasia del sexenio de AMLO y por consiguiente de todo su movimiento.
Cuando en el futuro, algún gobierno edite un libro de texto decente, el capítulo correspondiente a la Cuarta Transformación deberá venir acompañado de AMLO haciéndose el simpático, en su papel de aquel viejito que fingiéndose sordo se hacía pendejo, porque por una de esas milagrosas e inexplicables coincidencias, es el mismo papel que juega como mandatario.
No pudo escoger López Obrador peor día para ejecutar su acto de humorismo rancio tan detestable, porque el país entero estaba consternado por el muy doloroso y especialmente horrendo asesinato de los cinco jóvenes de Jalisco.
Importa un pito si la prensa cuestionó o no en ese momento (al cierre de su conferencia) al Presidente, de manera tan bulliciosa y desordenada que se convirtió en el protagonista de su cuentecillo. Por pura solidaridad con unas familias destrozadas, con una comunidad asustada y con una nación herida, un Presidente responsable y que sale todos los días a dizque informarnos sobre su desempeño, debió haberse pronunciado como primer tema de su agenda, por puro respeto y como muestra de preocupación.
¿Se imagina lo que el padre de alguno de estos chicos sintió cuando en busca de alguna respuesta, vio como se agotaba el tiempo de la conferencia y ya en el mero final, cuando parecía que regresaba a rectificar, salió con semejante mamonería?
Y para colmo de la inverosimilitud, al día siguiente, cuando explicó su falta de intención, su ausencia de malicia, la naturaleza inocente de su chascarrillo, se quedó allí estancado, victimizándose urbe et orbi −que es la especialidad de la casa−: detallando cómo es el indefenso blanco de fácticos poderes conservadores, pero jamás aterrizó el discurso en los jóvenes, en sus indescriptibles homicidios o en las bandas criminales que imperan en la zona donde tuvieron la mala fortuna de nacer, vivir y fallecer.
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Qué pena que no eran unos jóvenes extranjeros, digamos estadounidenses, ya que así las bandas delincuenciales hasta habrían entregado a los responsables, mismos que serían presentados por un ejército expedito y eficiente, mismo logro que sería presumido en la mañanera del día siguiente con toda la gravedad y seriedad que ello entraña.
Pero tratándose de unos connacionales, de nuestros compatriotas, unos mexicanos más, unos mexicanos menos, lo que amerita es contar un chiste. ¡Vengan las risas!
Le sugiero, Presidente, que vaya ampliando su repertorio, que muy corta se va a quedar toda la comedia y el humorismo del planeta para tapar con las risas de sus corifeos, lisonjeros, besaculos, tragasables, pitófagos, lamesuelas, las atrocidades de su cinco veces maldito sexenio.