AMLO: el mártir wannabe
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En el epílogo de “Cuando México perdió la esperanza” −el spin off de su saga “Ladrón de Esperanzas”− el prolífico escritor mexicano Francisco Martín Moreno coloca a su personaje de ficción, Antonio M. Lugo Olea (AMLO), frente a la necesidad de asumir una decisión fatal: dado el fracaso de su proyecto como Presidente de México, la única salida digna es la muerte.
Por ello, tras volver de su viaje a Washington, humillado por la arrogancia de su homólogo estadounidense, AMLO (el de ficción) emprende una frenética gira de trabajo por el País cuyo único propósito es contagiarse del coronavirus y, con suerte, desarrollar síntomas graves y morir como su figura histórica predilecta, el expresidente Juárez: en Palacio Nacional.
El texto de Martín Moreno vino a mi memoria el miércoles pasado al escuchar la parte final del discurso pronunciado por AMLO (el de verdad), con motivo de su enésimo informe de gobierno.
A medio camino entre el chantaje sentimental y el autoelogio, el presidente (con minúscula) puso fin a su sexenio: ya cumplió, incluso con creces, la tarea comprometida al inicio de su sexenio:
“Como lo escribí en la introducción de mi nuevo libro que se llama, precisamente, ‘A la mitad del camino’, es tan importante lo logrado hasta ahora, en este periodo, que hasta podría dejar ahora mismo la Presidencia sin sentirme mal con mi conciencia”, afirmó solemne.
De acuerdo con el tabasqueño, su desempeño en la titularidad del Ejecutivo Federal ha sido eficaz en grado superior y por ello solamente le queda un par de pendientes:
“...de los 100 compromisos que hice en el Zócalo el primero de diciembre de 2018 al tomar posesión, hemos cumplido la gran mayoría, 98 de 100 compromisos, solo tenemos pendientes dos: descentralizar el Gobierno Federal y conocer toda la verdad acerca de la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa”.
Poco importa, desde luego haber dicho, minutos antes, una frase a la cual puede atribuírsele el significado contrario. Tras hacer un recuento de acciones, en el cual se mezclaron por igual las grandes obras de infraestructura y las ceremonias del calendario cívico, AMLO dijo:
“...lo más importante es que ya están sentadas las bases de la transformación: a sólo dos años, nueve meses de ocupar la Presidencia, puedo afirmar que ya logramos ese objetivo; repito, sentar las bases para la transformación de México”.
La tarea era entonces, si se hace caso a la afirmación anterior, solamente sentar las bases, colocar lo cimientos. La obra visible, es decir, las paredes, el techo, los decorados, eso ya es tarea de alguien más.
Y como sólo se trataba de “sentar las bases”, eso da para proclamar el éxito de la administración e iniciar la retirada.
“Vamos bien y estoy seguro de que la gente va a votar a finales de marzo del año próximo porque continúe mi periodo constitucional hasta finales de septiembre de 2024”.
Y enseguida, la nota necrológica: “desde luego no sólo es esto lo único que necesito para cumplir mi misión: falta lo que diga la naturaleza, la ciencia y el Creador, no podemos ser soberbios. Pero si tengo suerte y termino, creo que vamos a consumar la obra de transformación y no dejaremos ningún pendiente”.
“...si tengo suerte y termino...”. No se refiere, en mi opinión, a la posibilidad de perder el proceso revocatorio −de realización incierta, pero de resultado claro en caso de llevarse a cabo−, sino a su deseo por pasar a la historia, como Juárez, por expirar entre los muros de Palacio Nacional, su humilde morada.
Y entonces si: a coleccionar estatuas y mausoleos...
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx