AMLO: El punto de quiebre
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Parecía que nunca iba a suceder, que ninguna crítica afectaría la percepción social de la figura del Presidente de la República. Hasta hoy, bastaba que el Presidente negara o descalificara cualquier imputación, para que su impacto fuera pasajero.
Hasta ahora, quienes se alinean con el Presidente, como sabemos, son automáticamente purificados sin importar su pasado; pero quienes se le han opuesto, han sido blanco de su mañanera furia presidencial, sin que tampoco importara su pasado y su lealtad a AMLO.
Por lo general, desde los tiempos del autoritarismo priista, o durante la breve apertura democrática posterior al 2000, los gobiernos han experimentado el inicio de su declive a partir de la elección intermedia. Los mexicanos, siempre enamorados de la todopoderosa figura del Tlatoani sexenal, solemos depositar nuestras esperanzas en las acciones de un solo hombre, y esa esperanza se renueva cada seis años. La popularidad presidencial se va a los cielos de un día para otro, incluso aquellos que no votaron por el Tlatoani en turno, se suman al poder presidencial y a los afrodisíacos efectos de ejercerlo. De la misma manera, en el momento de renovar el Congreso, a mitad del sexenio, se desploma la euforia. Las ansias de poder de cuantos aspiran a la Silla del Águila, se desatan. Conforme se eleva la popularidad de los suspirantes, se inicia el declive del inquilino de Palacio Nacional.
Esta semana, creo, la evidencia de los hechos parece haberle propinado un primer golpe demoledor a la gigantesca figura de López Obrador. En un “uno, dos y tres”, tres periodistas le pegaron donde más duele: en su propia familia, vinculada con la deshonestidad y la corrupción, en la figura de su primogénito, José Ramón y en Pemex.
Latinus y el equipo de investigación de Carlos Loret de Mola, en mancuerna con Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, los mismos que en el sexenio peñista pusieron en evidencia la estafa maestra, dieron el primer golpe, presentaron pruebas, imágenes, fotografías y videos que documentan la vida de lujo que se da José Ramón López Beltrán en Houston.
El Presidente cargó contra todos, empezó con Carlos Loret y Víctor Trujillo y su personaje, Brozo, atacó luego a periodistas herejes, aunque antes lo hubieran acompañado, como Carmen Aristegui, cuyo trabajo con toda evidencia ha sido crítico del poder presidencial, antes y ahora.
Cuando creíamos que la novela había terminado, el sábado por la mañana desayunamos con la colaboración de Peniley Ramírez en Reforma. Creo que este medio nunca fue tan leído en sábado. En Twitter, @penileyramirez, dio puntual explicación a un trabajo de investigación periodística: se metió a las tripas del caso del hijo de López Obrador y de los contratos por más de 194 millones de dólares de Baker Hughes, cuyo directivo alquiló la residencia donde vivió el junior del sexenio.
Descubrió ampliaciones contractuales injustificadas e inexplicables, asignadas y sin licitación, precisamente en los tiempos de aquella transacción inmobiliaria. El exejecutivo dijo desconocer quiénes eran sus inquilinos. ¿Aceptará acaso un juzgado penal estadounidense tan infantil excusa? En Estados Unidos existe un ley que castiga con dureza los actos de corrupción de sus empresas en el extranjero. López, por su parte, culpó a su nuera. “La señora tiene dinero, dijo, se casaron y yo no me puedo meter”.
Y ya para cerrar llegó Elena Poniatowska, ferviente seguidora de AMLO, que ahora apoyó a Carmen Aristegui, como muchos que apoyaron a López y optaron por la honestidad intelectual. Otros prefirieron el silencio y la sumisión al poder presidencial. Aunque nada como la portada de Proceso: “México en un tobogán de deterioro”, palabras de Cuauhtémoc Cárdenas. Para López Obrador, la primera semana de 2022, será el punto de quiebre, queda atrás su luna de miel con el pueblo y da comienzo su declive rumbo a su rancho en Chiapas.
@chuyramirezr