AMLO y la técnica del tlacuache: la infalible tanatosis
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Así como mi hermano mayor que, luego de tres o cuatro días de juerga durante los cuales nada sabíamos de él hasta el momento en que cruzaba la puerta haciendo su triunfal regreso, así nos tuvo el Presidente desde el fin de semana y hasta la tarde de ayer.
La diferencia es que mi madre ya ni se ofuscaba ni se mortificaba. No había teléfonos móviles por aquellos días, así que si alguno de nosotros se ausentaba “¡que Diosito lo bendiga!”, total, no news is good news, es decir, confiábamos en la regla de que las calamidades se saben casi al instante. Eran sin duda tiempos más sencillos.
Pero nuestro mandatario, con una irrefrenable vocación para hacerse presente en nuestras vidas, tanto así que hasta institucionalizó una revista matinal de naderías varias para poder entrar desde muy temprano hasta la comodidad de nuestros hogares, la verdad sí nos desconcertó bastante y fue inevitable la especulación de buena parte de la opinión pública.
Después de todo, existe el antecedente de que la Presidencia ha mentido sobre el estado de salud de su titular y ello, aunado a la falta de evidencia audiovisual que diera fe de la buena condición que se reportaba, hizo levantar más de una ceja.
Ayer miércoles reapareció, en video, con esa misma frescura con que mi hermano se acordaba de que tenía casa y muy orondo saludaba: “¡Qué onda, familia!”.
Pero lo cierto es que las preguntas son más que pertinentes, pues, si como asegura el que andaba ausente, no fue nada, nomás “un como vahído”; si fue sólo un malestar pasajero derivado ya sea del COVID o de su gira de trabajo, ¿por qué le tomó cuatro días aparecer frente a una cámara?
Si sólo fue un “bajón de la presión”, ¿por qué pospuso sus eventos de mayo hasta nuevo aviso?
Sólo encuentro yo dos posibles explicaciones: o nuevamente miente y tuvo en efecto un incidente considerable para su salud, mismo que ha decidido ocultarnos para no socavar el de por sí pobre control que tiene fuera del ámbito de sus incondicionales o, bien, empleó la estrategia del tlacuache.
Como bien sabemos, el tlacuache o zarigüeya es un simpático mamífero parecido a una rata de gran tamaño y que para sorpresa de muchos no es un roedor, sino que es un marsupial, uno de los muy pocos del Continente Americano. Repito, no son ratas, son inofensivos y no transmiten la rabia, así que ¡déjelos en paz por favor! (¡Aunque todavía no he podido convencer de esto a Jagger!).
Como es un animalito muy tierno en realidad, el buen tlacuache tuvo que desarrollar algunos mecanismos de defensa alternativos como la tanatosis, es decir, que fingen estar muertos para así disuadir a cualquier posible atacante.
Como es producto de la evolución, este mecanismo es mucho más sofisticado que sólo quedarse inmóvil, patas arriba, sacando la lengua y con los ojos en tachas: La tanatosis involucra un auténtico estado semicatatónico y hasta la emanación de olores fétidos que realmente logran desconcertar a los depredadores que, temiendo que el animalejo ya esté en descomposición, optan por retirarse. No, si a su teatrito nomás le falta que salga llorando la señora tlacuache y reparta tacitas de café entre los presentes en lo que recibe condolencias. La naturaleza es chingona.
Bueno, si nuestro Presidente, como asegura, goza de salud cabal y el episodio no pasó de ser un mero soponcio que no ameritaba hospitalización ni cuidados intensivos, quiere decir que no había razón para hacerse de humo durante media semana a menos que...
A menos que, una de dos, o sabe que una repentina y esporádica ausencia levanta sus ratings, reaviva la querencia de sus simpatizantes y nos tiene a todos hablando de él como tanto le gusta; o fue la única salida que encontró para evadir todos esos asuntos que le agobiaban y se le venían acumulando desde hace un par de semanas.
Quizás, ante los constantes reclamos del Gobierno norteamericano, que ponen en duda su voluntad para afrontar realmente el problema del narcotráfico, y la presión que le significa que la DEA esté sobre los Chapitos, es que AMLO decidió imitar al tlacuache y quedarse inmóvil.
Tal vez, acosado por víctimas, familiares y la comunidad internacional debido a su pésimo manejo en el caso de los migrantes ilegalmente detenidos y muertos en Ciudad Juárez, el Presidente se vio acorralado y decidió recurrir a la tanatosis tlacuachiana, nomás en lo que sus increpadores se distraían en otra cosa.
¡O ya sé! Acorralado por los cuestionamientos de la prensa maliciosa sobre los lujos y toda clase de excesos que se prodiga el general Luis Cresencio Sandoval para sí mismo y su familia extendida, con cargo al dinero público, fue que el presidente López Obrador optó por evadirse como todo un maestro y, dándole cátedra al reino marsupial, se hizo el muerto, con olor fétido y todo.
Sólo me atrevo a afirmar lo anterior porque es el propio Presidente el que, luego de cuatro días, insiste en que su salud está a todísima mater.
Pero aunque su reaparición fue todo menos concisa, quiero decir que nos recetó uno de sus soporíferos videos que nos hacen reconsiderar el anhelo de la inmortalidad, no habló de ninguno de esos temas pendientes que le siguen esperando sobre su presidencial escritorio.
No, sólo habló sobre cómo se especuló sobre su condición médica (pues gracias por contribuir a esto con su hermetismo, Presidente) y nuevamente de cómo él pertenece a la misma liga de nuestros próceres: Hidalgo, Morelos y Madero.
Como dijo Shakespeare: “COVID, or not COVID”, infarto o no infarto, tanatosis o no tanatosis, los temas candentes e irresolutos allí siguen y nuestro Presidente, aunque ya apareció muy sonriente y repuestito, continúa haciéndose el más tieso, silencioso y pestilente occiso.